| domingo, 11 de julio de 2004 | Se cumplen hoy 90 años del nacimiento de Aníbal Troilo Pichuco, un monumento a la ternura del genio que hizo cantar al fueye y al tango José L. Cavazza / La Capital La anécdota cuenta que Pichuco fue a visitar a Discepolín a su casa de La Lucila, se quedó a cenar y cuando la sobremesa se extendía Enrique Santos Discépolo lo llevó a los fondos para que viera el jardín que él mismo cuidaba. Allí se dio el siguiente diálogo, iniciado por Discepolín: ¿cómo estás?/Bien./¿Qué vas a hacer?/No sé./¿Sabés lo que tenés que hacer?/No./Nada.
Para Discépolo, Pichuco, ya había hecho todo. Claro que el escritor no sabía que a Troilo le quedaba aún dibujar las melodías de los versos de "Discepolín" de Homero Manzi, o los de "A Homero" y "Desencuentro" que escribió Cátulo Castillo. La muerte de un amigo para Troilo siempre fue tema de una evocación a puro ritmo, vibración y ternura. Cuando murió Manzi, una noche lo sintió dentro de él. Alguien contó que estaban jugando al bacarat en su casa cuando Pichuco se levantó de la mesa y se fue a otra habitación para componer de un tirón "Responso". Lo grabó y no quiso tocarlo nunca más. Años después el homenajeado fue él, cuando Piazzolla, en el 75, escribió la "Suite Troileana" en memoria de su maestro recién fallecido.
"Yo Siempre fui mi peor enemigo" (Troilo dixit 1). Está escrito, nadie como Pichuco para entender el país de olvido gris de "La última curda" o la desesperación discepoleana de la copa, los amigos y los besos.
Aníbal Troilo había nacido el 11 de julio de 1914 en pleno barrio porteño del Abasto, hace exactamente 90 años. "Mi viejo era carnicero y murió cuando yo tenía ocho años. A los diez el fueye me atraía tanto como una pelota de fútbol. Jugaba de centrojás en el Regional Palermo. La vieja se hizo rogar un poco, pero al final me dio el gusto y tuve mi primer bandoneón: diez pesos por mes en catorce cuotas. Y desde entonces nunca me separé de él".
"A veces me siento solo, sobre todo cuando estoy rodeado de mucha gente" (Troilo dixit 2). Su manera de tocar -"hacía hablar al bandoneón", dicen los especialistas-, con aquellos fraseos que enseñaban a cantar el tango, lo convirtieron en un melodista inigualable. Sus músicos decían que tocaba como bailaban los bailarines de antes, resbalando sobre el piso encerado. Y todavía hoy se sigue hablando de su estilo y del legado que dejó tras su muerte en mayo del 75 a causa de un derrame cerebral y de sucesivos paros cardíacos.
El último pianista de la orquesta de Troilo, José Colángelo, dijo a Escenario: "Fueron ocho años maravillosos, las enseñanzas de ese gordo genial fueron inmensas. Quizá no vivió su vida privada para pertenecer un poco a todos; cuando murió yo dije que se nos iba un gran sol y que ojalá nos siga alumbrando con algunos de sus rayos desde arriba, y no me equivoqué, porque el gordo sigue ahí, marcándonos el camino".
El pianista de jazz Adrián Iaies, que este año editó un disco con obras de bandoneonistas argentinos, dijo de Pichuco algo bastante peculiar: "Troilo fue al tango lo que Duke Ellington ha sido al jazz".
Del estilo de Pichuco brotaron montañas de palabras. Dice Horacio Ferrer en su "Libro del tango": "Su fueye no se movía, casi, en sus manos, sobre sus piernas; en el ámbito se quedaba prendido un magnetismo indudable, seguramente provocado por su inventiva soñadora, que por momentos aparecía con una nota extraña que en otro podría caer en estridencia y que en él era sencillamente búsqueda de un cauce definitivo para transformarse en encantadora mezcla de lógica y de capricho". Notas extrañas, estridencias y búsqueda. Algo parecido dijo en el filme "Round Mignight" el saxofonista Dexter Gordon de su colega y maestro Lester Young.
Es cierto también, remolón, fiaca confeso, Pichuco se volvía frenético cuando lo asaltaba la inspiración o cuando sus kilos de más y el fueye sobre sus rodillas formaban un solo cuerpo de pasión tanguera. Cuando tocaba cerraba los ojos y nunca supo explicar el porqué. Era así, parecía dormirse sobre el bandoneón, y después los aplausos lo despertaban.
"¿A usted le asombraría verlo tomar la posición de loto?/¿asumir el nirvana?/¿curar en sol mayor a los enfermos?/Hay que cuidarlo, por las dudas./Saberle los gruñidos, tocarle la papada, contemplarlo, quererlo./Mire si se disgusta, si se embronca y se va./¡Ni pensar lo que sería el silencio!". Del poema "Pichuco", de Julio César Roca.
"Uno no se muere de golpe, se va muriendo de a poco, con cada amigo que desaparece y así llega un momento en que de Pichuco no queda nada. (...) Estoy tan mal porque estoy bien. Tengo unas ganas de morirme que no puedo más" (Troilo dixit 3). Contó una vez Zita, su mujer: "La gente lo hacía tomar; él en casa no tomaba. Se aguantó tres paros cardíacos... Yo le protestaba: decime, ¿por qué tenés que trabajar todas las noches con el cuarteto, si no precisamos? Me contestó: y cómo querés que coman Tito Reyes (uno de sus cantantes) y sus seis hijos? Si dejo de trabajar él tampoco trabaja".
Dijo Julián Centeya que Zita manejaba una particular forma de hablar: "¿Está Aníbal?"/Está cicatrizando".
El bandoneonista Néstor Marconi contó a Escenario: "Cuando nació mi hijo Leonardo trabajábamos con Pichuco todas las noches en Michelángelo, cada uno con su orquesta. El estaba expectante frente al nacimiento de mi hijo y a la mañana siguiente del nacimiento, nos encontramos y entonces yo le conté: nació machito, bastante gordito y con una una cara redonda como la tuya". Pichuco me miró y después dijo: "No estarás desconfiando de mí".
"Siempre me gustó escribir. Este Nocturno a mi Barrio lo hice cuando estaba internado en la clínica del doctor Carlos Márquez, haciendo una cura de sueño. Estuve allí un mes. Escribía muchas cosas..." (Troilo dixit 4). . enviar nota por e-mail | | Fotos | | |