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 domingo, 27 de junio de 2004

candi
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-¿Se enteró, Candi, cómo festejó sus 56 años el multimillonario brasileño Fernando de Arruda Botelho, vicepresidente de una de las mayores constructoras de Brasil?

-Leí la noticia: llegaron a su estancia los selectos invitados en más de 300 aviones particulares y cientos de automóviles top. Tres días de puro festejo en un predio de 12.000 hectáreas de la "estancita", que son apenas el dos por ciento de la superficie total de la propiedad localizada en Itirapina, a 200 kilómetros de San Pablo. El pobre hombre tuvo que construir una torre de control especial, tan grande y moderna como la que equipa el aeropuerto de Congonhas, el segundo de la capital paulista. El aterrizaje y despegue de tantas aeronaves requirió contratar a diez controladores de vuelos del Departamento de Aviación Civil de Brasil. Allí no faltó nada, desde espectáculos de paracaidismo hasta las mejores champañas del mundo, exhibición de aviones cazas de la Fuerza Aérea de Brasil, stand para compras y todo lo que se pueda imaginar (¡todo!) para que los miles de invitados no pasaran necesidad. Las empresas privadas que adhirieron a la fastuosa fiesta invirtieron más de doscientos mil dólares. ¿Qué tal?

-Un estanciero que seguramente no conoce otro aspecto del mundo, ni siquiera otro aspecto de su país, dijo que el avión particular hoy en día no es un lujo sino una necesidad. ¿Su opinión, Candi?

-Huelga cualquier opinión, me parece. Mientras a pocos kilómetros del lugar donde se realizó esta suerte de bacanal, hubo, hay y habrá pobres seres que mueren porque no tienen para comer, que no tienen un techo donde guarecerse, ni médicos que atiendan su salud y están librados a la buena voluntad de Dios, un acto de estas características es una ofensa al Cielo y a los pobres. Yo no estoy en contra de los ricos y respeto la propiedad privada, pero jamás convalidaré la injusta distribución de la riqueza y jamás podré aceptar que las riquezas de unos se construyan sobre la pobreza y la tristeza de otros. Tampoco es aceptable que el rico se convierta en avaro y obstaculice el flujo normal de la moneda. Y eso es lo que cuestiona precisamente Jesucristo, cuando dice que difícilmente un rico entrará en el Reino de los Cielos. Debe interpretarse que se refiere al avaro que acumula su dinero no permitiendo una distribución justa de éste. Se dice que Joaquín, por ejemplo, el padre de María, era un hombre muy rico pero que donaba un gran porcentaje de las ganancias a obras de caridad. Hay toda una teoría en torno del efecto beneficioso para uno mismo y para la sociedad que sigue al movimiento del fruto del trabajo, es decir a la circulación de la moneda.

-El brasileño justificó la fiesta diciendo que dio al menos 600 puestos de trabajo.

-Claro, durante una semana. Me pregunto: ¿no hubiera sido una gran obra donar esos 300.000 dólares o más que dicen que gastó a pobres brasileños para la realización de microemprendimientos? ¿No se hubiera generado más mano de obra y de manera permanente? ¿No hubiera sido el mejor regalo para él tener el amor de un pueblo que al fin es el amor de Dios? Pero cuidado, Inocencio, que no sólo es el empresario brasileño. Muchos somos responsables (no tenemos por qué excluirnos) de la aflicción de nuestro prójimo, de su pobreza no sólo material, sino espiritual. Muchos somos responsables de la angustia de otros. Muchos somos los avaros. ¿Cuándo? Cuando nos guardamos un "te quiero", un abrazo, un gesto cariñoso. Cuando nuestro orgullo no nos permite pedir perdón por un error cometido, cuando no somos tolerantes, pacientes. Cuando nos negamos a ver al prójimo tal como es y aceptarlo en su forma y en su fondo. A veces, con frecuencia, idealizamos a la otra persona, idealizamos a la sociedad, queremos que ella sea como nosotros lo requerimos, de acuerdo a nuestras necesidades. Ese es también un egoísmo, una forma de avaricia que lleva a tantos pesares. Hablamos de este rico, pero "pobre de espíritu sublime". ¿Pero cuántos de nosotros, Inocencio, en el plano espiritual no actuamos igual que Fernando de Arruda Botelho? Podríamos salir a regalar palabras de amor, por ejemplo, pero no, avaramente las guardamos. A veces la vida nos sacude y nos hace reparar, otras veces es demasiado tarde.

Candi II
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