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 domingo, 13 de junio de 2004

¿Vos dónde dormís, si acá no hay cama?

Los lugares de encuentro entre los hijos de los detenidos y sus padres son las cárceles y las comisarías. "Son lugares horrorosos desde el vamos, las paredes, los pisos, los uniformes, las miradas y los dichos", señala Ricardo Arias. En esos encuentros se cruzan situaciones autoritarias, de acusación y sospecha contrarias a todo los intentos por hacer que esos chicos puedan creer y crear una realidad distinta.

Marita fue a visitar a su tío a Coronda cuando tenía 8 años. Pasó una semana llorando, se enfermó y tuvo fiebre. No volvió a ir nunca más. "Le impresionaron las rejas y las puertas enormes que los guardias abren y cierran para hacerte pasar", contó su mamá. Cuatro años después recuerda perfectamente ese día y aún se tapa la cara para no ver celdas ni siquiera por la tele, aunque sea en programas de ficción. Su mamá decidió no llevar más a ninguno de sus hijos de visita a la cárcel.

Manuel, de 5 años, es el único de los cinco hijos que se anima a visitar a su papá. La primera pregunta que lanzó al conocer el penal fue: "¿Vos dónde dormís, si no hay cama?". A sus tres hermanas mayores, de 13, 12 y 7, ni se les ocurrió ir a la comisaría donde el padre está desde hace un año. "Es que a las mayores las requisan como adultas. Las desnudan, las hacen agacharse y toser para ver si llevan algo escondido en el cuerpo", explicó su mamá.

Las requisas a los chicos son contrarias a todas las formas de incorporar el derecho a decidir sobre sus cuerpos, que impulsan las Organizaciones No Gubernamentales para evitar el abuso sexual infantil.

A Nazareno, de 3 años, también lo requisan en la seccional. "Le sacan las zapatillas, la remera y si tiene pañal se lo sacan pero nada más", contó la mamá con la naturalidad de quien asume una realidad incuestionable. El nene queda en un rincón, mirando a la pared cuando revisan a su mamá, "pero se da cuenta de todo", asegura. Tras las visitas, que hace cuando no tiene quien lo cuide en casa, queda "un poco trastornado". A pesar de ser chiquito, ya advierte que su papá "está en cana".

Las hijas de Marcela tienen 6, 4 y 2 años. Sólo la mayor fue una vez a ver a su papá. No lo hizo más. "No quieren saber nada", contó la mujer, mientras se cambiaba los pantalones -con los que no puede entrar a la visita- en la vereda de la comisaría, porque no le permiten hacerlo en el lugar común en el que esperan para entrar.

"Las instituciones no hacen nada para que los chicos puedan visitar a sus padres en condiciones de esperanza y generar que, sobre todo en su grupo de pares, puedan elaborar esa situación -explicó Arias-. Porque lo otro, la necesidad de cambiar la cárcel, ya está dicho".

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