| miércoles, 02 de junio de 2004 | Reflexiones Un sueño y un pecado argentino Carlos Duclos Acaso Vacarezza quedara estupefacto o George Bernard Shaw se estremeciera de asombro, o Ionesco refunfuñara de cólera. O es probable que estos genios de las letras y de los guiones teatrales al fin de cuentas reflexionaran, al ver la tira cómica de mayor éxito en la Argentina, sobre si valió la pena, si tuvo algún sentido, estructurar perfiles psicológicos y circunstancias sociales tan pulcramente y con tanta excelsitud desnudando una parte de la tragicomedia humana. Pero todo esto corresponde a la infinitud de lo probable, porque es muy posible también que semejantes monstruos sagrados si vivieran en la Argentina de nuestros días y participaran de su tragedia se sentaran a la mesa, cada noche, para llevar a la boca un trozo de pan untado con Los Roldán, la serie a la que los argentinos le siguen concediendo un rating con pocos precedentes.
¿Por qué este premio de la sociedad argentina a una pieza que en el fondo es sólo una máquina de hacer plata? Tal vez por muchos motivos y, entre ellos, seguramente el más consistente a la hora de buscar fundamentos es la tremenda necesidad de los argentinos de llegar a casa por las noches y encontrar algo que mitigue tantas frustraciones, tantos sinsabores cotidianos, tanta humillación diaria. A fuer de ser sinceros, y desde este punto de vista, los protagonistas de la historia llevan a buen puerto los deseos del televidente, haciéndole esbozar una sonrisa o bien una burlesca desaprobación, pero no importa esto último porque al fin y al cabo tanto da vida al buen humor lo bueno como lo ridículo.
Otra de las razones para este éxito podría ser observar el triunfo ¡al fin! del muchacho de barrio, bueno y oprimido, sobre el injusto sistema social, personificado en la serie por ese empresario travieso y avieso que los argentinos conocen de sobra. Es posible, además, que contribuya al tremendo rating la reivindicación de las minorías que en la serie se representa con la fama y gloria de un travesti que se convierte en furor de la televisión haciendo rodar la cabeza de la estrella de costumbre. En suma, que Los Roldán muestra el fin del "apharteid argentino". Claro, sólo en la ficción.
¿Pero hay otra razón escondida para el éxito de la tira? Puede que acaso destelle entre los anillos de esta cadena el sueño argentino que es a la vez un pecado. Es decir, hay algo en esta realización con el que no pocos televidentes (tal vez) se deben sentir consustanciados. Ese algo puede ser comparado con un sueño que a los argentinos les resulta (nos resulta, para no quedar al margen) casi imposible de alcanzar. ¿Cuál es? Seguramente no es el que logró por decisión del destino Tito Roldán, quien de verdulero de La Paternal terminó como presidente de una empresa de primer nivel de la noche a la mañana. La utopía de una trascendencia y enriquecimiento de tal naturaleza sólo puede ser real en la ficción televisiva (valga la paradoja y contradicción) o en el ámbito político, aunque en este último caso el milagro no se concrete de un día para otro y a veces demande algunos meses. Pero aún cuando la ilusión nacional no sea ese maná caído del cielo, parece bastante probado que el argentino está ávido de cierto éxito y logrado con cierta facilidad, sin demasiadas complicaciones. Este cierto éxito, cuyo nivel de intensidad fue decreciendo al compás de la crisis, porque menos los precios todo baja en la argentina -¡hasta las pretensiones!-, no pasa hoy sino por la satisfacción de derechos básicos. No es del caso abundar en detalles respecto de estos derechos conculcados por todos conocidos.
Ahora bien, para todo esto, para alcanzar su sueño, el argentino -como el resto de la humanidad- necesitó y necesita de sus líderes. Sin embargo, el hombre nacional mitificó y concedió demasiados atributos a sus conductores, quienes casi siempre, como la historia argentina lo demuestra, concluyeron entronizándose en caudillos merced a una tolerancia generosa, rayana en el dispendio del pueblo. Si se observa desde cierta perspectiva, se verá que al argentino le complace el caudillismo y hasta lo fomentó. Tal vez porque de alguna manera el caudillo argentino fue una figura que tuvo mucho que ver con una "paternidad" capaz de solucionar conflictos, asegurar bienestar sin demasiado esfuerzo social. El caudillo, como tal, no se agotó en la tarea de ordenar y comandar las acciones. Es decir, fue además de una suerte de señor feudal un protector, porque esa era, a su entender, la única forma de cautivar a la masa. Como dice John Lynch: "El estanciero era un protector, dueño de suficiente poder como para defender a sus dependientes de las bandas merodeadoras, sargentos reclutadores y hordas rivales. Era también un proveedor que desarrollaba y defendía los recursos locales y podía dar empleo, comida y abrigo". Pero lo cierto es que tales prohombres desaparecieron dando lugar a los "caudillejos", caracterizados por ser nefandos, mentirosos, aprovechadores, con mucha disposición para servirse, pero poca para servir. Caudillejos que, desde luego, hicieron de la persuasión una sutil y perfecta herramienta para ayudar a soñar a los argentinos pero muy lejos, claro está, de arrimarlos a la realidad de las necesidades básicas complacidas. Como decía Schopenhauer: "Es más fácil declamar que demostrar, hacer la moral que ser sincero". Así las cosas, el sueño argentino cobró esperanzas de despertar a una realidad palpable en muchas ocasiones durante los últimos años. Pero en suma, el sueño argentino -que es un sueño a veces cómplice del calamitoso "pater politicus", porque todo le cree y todo lo espera de él- no ha pasado de ser sólo eso: una esperanza, una ilusión, una imagen que sólo existe en el imaginario individual y colectivo coloreada por la perspicacia política.
El pecado de la masa argentina sea tal vez la reminiscencia de una realidad social que ya no es posible, una realidad social que tuvo como particularidad aguardarlo todo del jefe, resignando todo protagonismo. Tal vez el argentino sigue soñando con un hecho fantástico parecido al que vivió el jefe de la familia Roldán. Acaso el argentino sueña con el advenimiento de un mesías político de verdad y no parlantes mercachifles de la política, que han desnaturalizado el concepto de dignidad humana e hicieron de las cajas PAN y los Planes Trabajar una forma no sólo de mero clientelismo político, sino el paradigma de la humillación. Pero ese sueño es también un pecado si el ser argentino no advierte que los buenos líderes de hoy sólo nacen en el protagonismo del pueblo. Lo demás sólo existe en Los Roldán. enviar nota por e-mail | | |