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 sábado, 29 de mayo de 2004

candi
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-Un acto aberrante cometido por un ser humano contra su prójimo no sólo tiene efecto sobre éste, sino a veces sobre su entorno, sus seres queridos, su descendencia e incluso en muchas oportunidades sobre personas ajenas a su medio ambiente y desconocidas. Alguna vez hemos dicho, por ejemplo, cómo al procederse al aborto se extermina a un ser que hubiera podido estar destinado a realizar grandes obras para la humanidad. Cuando se asesinó a hombres como Luther King o Gandhi no se destruyó sólo la vida de estos insignes hombres, sino que se infligió una herida muy profunda a la humanidad.

-Mi querido Candi, yo pienso que siempre que se agrede a un hombre se agrede también a todo su entorno, a ese entorno también se lo hiere y se lo aflige. Sucede en la vida cotidiana.

-Claro, es cierto. Todos los lectores habrán leído días pasados el triste caso de Ramona, esta señora de la ciudad de San Lorenzo que un buen día decidió donar su propiedad, a través de una cesión testamentaria, para que se utilizara como hogar de ancianos cuando ella muriera. Pero un buen día, fortuitamente, descubrió que su propiedad, por obra y gracia del birlibirloque, o sea de la inescrupulosidad aparente de sus inquilinos, apareció a nombre de éstos. De resultas, la institución filantrópica que iba a recibir el inmueble se quedó sin poder realizar la obra, muchos abuelos se vieron imposibilitados de cobijo en el fin de sus solitarios días y Ramona murió muy triste, muy apesadumbrada no sólo por haber sido estafada, sino porque a su deseo (¡bellísimo deseo!) no lo vio cristalizado. Esto es un claro ejemplo de cómo cuando se arremete contra un ser humano también se arremete, causando estragos, sobre otros seres humanos.

-Ahora que usted recuerda esta historia, Candi, publicada por La Capital el domingo pasado, recuerdo que en una conferencia escuché decir al renombrado jurista argentino Augusto Morello, ofuscado con la lentitud de la Justicia argentina, que "cuando la Justicia es lenta no es justicia, es denegación de justicia". Digo esto porque cuando Ramona se enteró de que había sido víctima de un ardid y la habían despojado de su propiedad apelando los autores a su analfabetismo y sordera inició causas judiciales en el año 1998. Han pasado casi seis años y la crónica de este diario comenzó diciendo: "El Hogar de Ancianos Los Abuelos de esta ciudad (San Lorenzo) sigue esperando la resolución de la Justicia para poder acceder a una propiedad que en su momento le fue otorgada por un testamento, pero que por una maniobra -que es investigada- los inmuebles aparecieron a nombre de otras personas". Según parece, en su momento los inquilinos de Ramona lograron mediante engaños y hasta coacción un acta de venta a su favor, lo que de ser así sería nulo de toda nulidad, pero...

-Pero la Justicia se toma sus tiempos, extensos tiempos, para dirimir la cuestión. Una cuestión que estaba clara para la pobre Ramona que, como dice la crónica, "pasó los últimos momentos de su vida entre sollozos pregonando a quien quisiera escucharla cómo sus vecinos le habían sacado sus propiedades". Como se advierte por esta historia de la vida cotidiana, el daño que se comete a una persona no se agota con la aflicción de la misma, sino que va más allá. En este caso el daño se hizo también a personas desconocidas para la mujer de nuestra historia, que hubieran podido gozar en un hogar de ancianos de amor, protección, cobijo y alimentación. El ser humano, en el momento de una acción violenta, sea ésta de carácter física o moral, no repara en que la desgracia como consecuencia de su conducta no sólo afectará a quien se dirige directamente el mal, sino a muchas otras personas que rodean a la víctima. De todo esto podemos colegir, y siguiendo con nuestro tema de ayer, que el hombre, el género humano es el causante de su propia desgracia.

-Nos despedimos hasta mañana adelantando que tenemos muchas cartas de los lectores (algunas vinculadas con la grúa y las infracciones de tránsito, actitudes de docentes y otros temas) que publicaremos a partir del lunes.

Candi II
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