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 domingo, 09 de mayo de 2004

[Nota de tapa] Cosecha roja
Partes de batalla de una guerra de bandas
Las disputas por negocios delictivos y una cadena de venganzas ha dejado hasta el momento catorce muertos en el barrio Las Flores. Nadie recuerda el origen de los conflictos. Y parece difícil prever su evolución

Osvaldo Aguirre / La Capital

Nadie sabe con exactitud en qué momento comenzó y sus razones se pierden en la bruma del tiempo y la muerte. Lo cierto es que el barrio Las Flores vive desde hace años envuelto en una serie de enfrentamientos entre bandas que no parece reconocer límites y que hasta el momento ha dejado el saldo de catorce muertos.

Pese al tiempo transcurrido, y a la sangre que ha corrido en estos años, todavía se desconocen las causas de semejante violencia. Para unos se trata de discusiones por negocios delictivos; otros describen una cadena de venganzas que se retroalimenta a sí misma. En uno y otro caso el trasfondo es el mismo: un barrio golpeado por la falta de trabajo. "Acá los chicos, desde que nacen, son muy agredidos. Es un proceso que se acelera porque crecen cada vez en peores condiciones", dice Néstor Negri, sacerdote de la parroquia Nuestra Señora de Itatí.

Hay datos importantes para componer el cuadro: la profusión de armas en el barrio -y dentro de ellas una notable cantidad de armas policiales- y la actitud a veces dudosa de la subcomisaría 19ª, la seccional de la zona, que ha sido acusada de complicidad con alguno de los sectores en pugna y se ha mostrado poco eficaz para contener los episodios de violencia.

La banda más mentada en las crónicas es la de Los Monos. Su principal integrante, Mario Alberto Fernández, alias Marito Pino, fue señalado como autor de tres crímenes. De acuerdo al folklore local, sus enemigos son Los Garompa. Un tercer núcleo -para algunos es el mismo que el de Los Garompa- se habría conformado en torno a Sergio Arriola, el hombre que pudo intentar una fuga teniendo de chofer a un policía y que el mes pasado fue condenado por narcotráfico.

El comisario José Luis Juárez investigó la mayoría de los crímenes, como jefe de la Brigada de Homicidios. "Una investigación se basa en testimonios y ahí no se conseguían -dice-. Al margen de los homicidios, se trataba de traficantes que tienen preparada a su alrededor una red tendiente a evitar la acción policial. A veces aparecían familiares de los fallecidos que, perdido por perdido, accedían a declarar. Pero el testigo válido, ese que está parado en la esquina o presencia lo que ocurrió, en Las Flores no lo tenés nunca".

En ese marco "había que recurrir a la sagacidad y a cierta flexibilidad judicial, para proceder a allanamientos aun sin tener elementos contundentes pero que posibilitan secuestrar armas y elementos conectados con las muertes", agrega Juárez, actualmente a cargo de la céntrica comisaría 2ª.

Para Juárez, el motivo de fondo de los enfrentamientos responde a la disputa por la venta de drogas en el barrio. "Es cierto que los chicos llegan a la droga con mucha facilidad -dice por su parte el sacerdote Néstor Negri-. Alguien se las vende y el negocio debe ser fenomenal. Pero tal vez sea una exageración decir que se están disputando un comercio".

Negri observa la violencia en el plano de las relaciones cotidianas. "No es que salgan a decir «vamos a matar a alguien» o «al que se cruce por el camino lo vamos a atacar». Creo que más bien la cosa empieza con enfrentamientos personales que después, al no existir actitudes de reconciliación y de diálogo, explotan en violencia. No hay límites en cuanto a la venganza. Se devuelve con la misma moneda".

El párroco de Las Flores introduce otro aspecto. "El hecho de que haya una brecha tan grande, y que se sigue abriendo, entre los distintos niveles sociales crea un gran resentimiento. Es muy difícil que las personas que sufrieron la violencia desde la cuna tengan después actitudes que les permitan entenderse con alguien que las viene a agredir. La primera reacción es responder con la misma agresión".


EN BUSCA DEL ORIGEN
La declaración de guerra parece tener una fecha: 6 de agosto de 2000. Juan Carlos Cantero, un joven de 26 años, fue acribillado ese día en Estrella Federal y Guardia Morada. Había salido apenas un mes antes de la cárcel de Coronda y según versiones de vecinos su asesino fue Mario Fernández, quien entonces tenía apenas 15 años. En el barrio cuentan que la familia sacó a Marito, esa misma noche, en una moto, para esconderlo en zona de islas. No fue el único prófugo: también Daniel Reyna, Papucho, desapareció entonces de los lugares que solía frecuentar.

Tres días después la policía detuvo a Juan Carlos Fernández, conocido como Mono Grande, a su mujer, y a Miguel Angel Fernández, el Mono Chico, quien tenía un permiso de salida de la Unidad 3, donde cumplía condena por robo a mano armada.

La muerte de Cantero contenía promesas de nuevos enfrentamientos. En enero de 2001, Ramón Zenón Ledesma, un pacífico vecino de 50 años, estaba sentado en la puerta de su casa, en Estrella Federal y España. No hacía nada anormal, pero quedó en medio de un tiroteo y lo mataron de un balazo en el pecho.

Según la versión policial, el caso fue un tiroteo entre Mario Fernández y Damián Maldonado, el Tata, de un lado, y Roberto Daniel Pérez y un menor del otro. Los dos últimos fueron detenidos. La familia de Pérez dijo que hubo un error: Pérez, un joven de 19 años que hacía changas con un carro, habría sido confundido con otro y atacado por la espalda por Los Monos. Incluso aseguraron que los propios agresores habían escrito cartas donde confesaban que el episodio constituía una lamentable equivocación. Pero la esposa de Pérez vendió el carro después que personas no identificadas amenazaran con matar al caballo que lo tiraba.

Damián Maldonado tenía entonces una historia cargada de muerte. En diciembre de 1998 mató al uruguayo Carlos Bertis Robaina, en pasaje Cala al 7200. Parece que el otro fue a reclamarle un caballo y el Tata, que era menor, le respondió a los tiros. Bertis Robaina alcanzó a llegar hasta un pool. Se desplomó en un enorme charco de sangre y murió antes de que alguien pudiera ayudarlo.

Leandro Cristian Oviedo, un ciruja de 16 años que vivía en Pérez, fue la siguiente víctima de Tata. El 24 de noviembre de 1999, Oviedo llegó a Las Flores para asistir a la fiesta de cumpleaños de su hermana. Por alguna razón quedó en el medio de una pelea donde Maldonado lo mató de un escopetazo.

Maldonado murió de la misma manera en que vivió su corta vida: con extrema violencia. El 23 de abril de 2002, a los 19 años, fue asesinado de un disparo en la cabeza en Flor de Nácar y pasaje Belén. La refriega -donde cayeron heridos ademas dos primos de apellido Fernández- habría obedecido a una vendetta por negocios con drogas. Ricardo Ferreyra, uno de los miembros de la banda de Sergio Arriola, resultó acusado por la muerte de Tata.

"Marito Pino y Tata Maldonado eran cuasi primos -dice el comisario Juárez-. Estaban unidos por Juan Carlos Fernández, el Mono Grande, quien era tío de ambos. Había una diferencia entre ellos: Marito, a quien le probamos tres homicidios, no mataba por el tema del narcotráfico sino por una cuestión de venganza; el Tata, en cambio, era un soldadito y asesinaba por encargo". Para el ex jefe de Homicidios "las líneas enfrentadas eran la de Los Monos y la de Arriola".

La búsqueda de Mario Fernández se hizo complicada para la policía. "Era muy escurridizo. Lograba esconderse siempre en algún lugar de Las Flores. Como era un chico de temer, nadie aportaba información", recuerda Juárez. No obstante el 20 de septiembre de 2001 fue detenido en una casa de Estrella Federal al 1900. Claro que también demostraría habilidad para escapar de la cárcel.


DUELOS A MUERTE
Otro de los crímenes claves en la serie ocurrió el 8 de abril de 2001, en Pasaje Peatonal y Clavel. Allí se batieron a duelo, revólver en mano, Carlos Fabián Rivero, de 26 años, y Víctor Martín Pino, de 29: representantes de Los Garompa y Los Monos, respectivamente.

Hay varias versiones del suceso. La más citada dice que Pino persiguió a los tiros a Rivero y logró herirlo en una pierna. Rivero intentó esconderse en una casa; un hombre y su sobrina, que no tenían nada que ver con el asunto, cayeron también heridos. Cuando Pino intentaba escapar en una moto, su oponente le hizo dos disparos con una pistola 9 milímetros -robada a un policía, se dijo- y lo mató.

Los familiares de Rivero afirmaron entonces que el homicida se había defendido de un intento de robo. Víctor Pino, agregaron, pertenecía a "un grupo de delincuentes que siempre anda armado, que vende drogas en el barrio, que vive alrededor de la subcomisaría 19ª y es conocido por todos los policías del barrio, pero que nunca son detenidos". Se referían a Los Monos. "Nadie quiere denunciar o salir de testigo de los hechos porque después vive amenazado y no se puede mover de su casa". Los Rivero denunciaron amenazas en los Tribunales. Pero la justicia entre las barras de Las Flores obedece a otros códigos.

El 26 de mayo siguiente, Sergio Pablo Rivero, hermano de Carlos, jugaba al fútbol en Clavel al 6900. El partido se interrumpió cuando apareció el supuesto prófugo Mario Fernández. Empuñaba una 9 milímetros y sin pronunciar palabra descerrajó dos tiros sobre su enemigo. Sergio Rivero falleció diecisiete días después, tras una dolorosa agonía.

La muerte de Sergio Rivero hizo que algunos familiares denunciaran a la subcomisaría 19ª por encubrimiento e incluso provisión de armas a Los Monos. El jefe de esa seccional aseguró entonces que se trataba de armas robadas en hechos delictivos.

En el interín se había producido otro asesinato: el 12 de marzo de 2001 Jorge Oscar García, de 49 años y conocido como Metralleta, cayó baleado cuando iba en bicicleta por San Martín al 6400. La policía sostuvo que se trató de un crimen por encargo y acusó a Máximo Ariel Cantero, como instigador, y a Germán Ramírez como autor material.


LA RAZON DE LAS ARMAS
Entre las víctimas de la guerra de bandas se encuentran varios inocentes. El 1º de enero de 2002 Rubén Alberto Ríos, de 24 años, tomaba cerveza con amigos en Clavel y Malvón. El grupo festejaba el Año Nuevo; uno de sus integrantes era de apellido Rivero. De pronto aparecieron seis hombres en dos motos, que barrieron a tiros la zona y terminaron con la vida de Ríos.

Las bandas volvieron a enfrentarse el 31 de enero del mismo año en Arrieta al 1600. Néstor Daniel Díaz, un vecino de 24 años, cometió la imprudencia de acercarse a ver de cerca la pelea. No sobrevivió para contarlo: murió tras ser baleado.

Esos episodios de produjeron de manera simultánea con otro hecho: la fuga de Mario Fernández. Después de ser procesado por uno de los crímenes que le adjudicaban, había sido enviado por cuestiones de seguridad a la alcaidía de la Unidad Regional IV, en Casilda. Marito aprovechó un supuesto error de sus custodios y pudo escapar por la puerta. El hecho se parece demasiado a lo que en la jerga se conoce como libertad confundida: la simulación de un error para encubrir una fuga pactada.

"A partir de entonces pudo estar más de un año prófugo -dice el comisario Juárez-. Para nosotros era una cuestión de honor detenerlo, porque habíamos trabajado mucho para probar los crímenes que cometió. Al fin nos llegó la información de que trabajaba como albañil en una casa de Chacabuco y Montevideo".

El dato parecía descabellado: una de las personas más buscadas en Rosario trabajaba en una obra. "Se hizo una vigilancia y a la distancia, con prismáticos, pudimos reconocerlo. Pero él nos descubrió y, muy vivo, logró esconderse. Entonces se cerró el lugar y después de revisar varios domicilios lo detuvimos en una casa contigua, que estaba sin ocupantes".

La detención de Marito pareció llamar a sosiego los antiguos rencores. En 2003 la disputa de bandas se cobró sin embargo otra vida: Oscar Alejandro Pacheco, un chico de 20 años que vivía en la villa La Granada, apareció asesinado a tiros en Flor de Nácar al 6900. La identidad de sus asesinos es uno de los secretos a voces que circulan en el barrio.

La guerra recomenzó el 27 de enero de este año. Norma Bullón estaba entonces en la puerta de su casa, con una amiga, Vilma Vanesa Reyna. La primera -se dijo- era novia de un integrante de Los Monos. Personas no identificadas pasaron por allí y las balearon. Bullon resultó herida y Reyna alcanzó a protegerse tras una columna.

La venganza no tardó y tuvo como víctima a Walter Flores, el Lagarto, un chico de 20 años. Flores estaba en la cancha de fútbol de Previsión y Hogar y Melián, aspirando Poxiran. Un hombre llegó en bicicleta y le disparó seis balazos. El chico murió en el descampado.

Cristian Monzón tenía 16 años y estaba sindicado como miembro de Los Monos. En la madrugada del 1º de marzo fue a comprar cigarrillos en Estrella Federal al 2000. Tres o cuatro hombres armados lo acorralaron. Monzón rogó que no lo mataran antes de caer acribillado. Se sobreentendía que era una vendetta por el ataque a Flores.

Días después Fernando Corso, un integrante de Los Garompa, dejó de ser visto. Mientras la policía permanecía inactiva, la familia del joven -antes de mudarse de Las Flores- averiguó su triste destino: había sido asesinado y enterrado en un descampado de Circunvalación y Centeno, donde efectivamente fue hallado el 30 de marzo.


PRONOSTICO RESERVADO
La proliferación de armas no es precisamente un buen indicio respecto al futuro. "Hay un gran mercado negro -dice el comisario Juárez-. Estoy seguro que si se hiciera un allanamiento general se encontraría al menos un arma en cada casa". El párroco Negri coincide: "el interrogante es saber qué cantidad de armas hay, y cuántas estarán guardadas, porque en cualquier momento alguien puede quedar involucrado en un hecho de violencia por andar en la calle".

El ex jefe de Homicidios traza un pronóstico pesimista. "Para mí la violencia va a seguir en la medida en que se dispute la zona para la comercialización de drogas". La reciente condena a prisión de Sergio Arriola por narcotráfico y la mudanza de algunas familias parecería sellar no obstante cierta paz. Por su parte, el sacerdote de Las Flores confiesa estar "tan desorientado como cualquiera" cuando se le pregunta cómo salir de la espiral de violencia.

"Hay mucha violencia sembrada a partir de la diferencia de clases sociales y de la facilidad con que los chicos llegan al alcohol y las drogas", dice Néstor Negri. Y, como dice el refrán, el que siembra vientos cosecha tempestades.

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