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 sábado, 10 de abril de 2004

La proyección del cura que llegó de Sri Lanka
Ignacio construyó su poder de convocatoria con carisma y las "sanaciones"

Silvina Dezorzi / La Capital

La historia del padre Ignacio no empezó en Rosario, pero fue en esta ciudad donde el actual director de la orden Cruzada del Espíritu Santo construyó lo que se dice su "lugar en el mundo" (y, también, dentro de la Iglesia Católica). Su poder de convocatoria arrastra multitudes, cuestión que nunca pareció serle indiferente, y de cura sanador -un rol que encarna en los gestos pero discursivamente rechaza- el religioso pasó a ser un referente local en todos los temas. Este año el sacerdote cumplirá nada menos que un cuarto de siglo en la ciudad.

Hijo de un empleado en una fraccionadora inglesa de té, el padre Ignacio Peries Kurukulasuriya nació en la aldea de Balangoda, Sri Lanka (Ceilán), el 11 de octubre de 1950. Después de terminar el secundario viajó a Madras, India, para estudiar distintas religiones. Más tarde ingresó en el seminario de Londres, donde se unió a la Cruzada del Espíritu Santo, una orden de la Iglesia Católica Apostólica Romana creada en 1966 por el sacerdote irlandés Thomas Walsh en Salamanca, España.

En 1979 Ignacio llegó a Argentina, donde debutó como sacerdote en Tancacha (Córdoba), un lugar en el que también había predicado el director de su orden. Al poco tiempo, en diciembre de ese año, el cura desembarcó en Rosario, la ciudad que años más tarde terminaría por acogerlo con tanto reconocimiento a su carisma como para proyectar esa fama al resto del país. Aunque inicialmente había sido enviado para reemplazar a otro sacerdote y hablaba escasamente español, quedó a cargo de la parroquia Natividad del Señor, en barrio Rucci, con sólo 29 años.

El sacerdote empezó a cobrar trascendencia, cada vez con mayor fuerza, a partir de las demandas de sanación y los testimonios posteriores de los fieles, que por decenas de miles fueron sumándose año tras año para lograr las ya famosas "bendiciones", y no sólo desde Rosario.

Paralelamente, la organización de un Vía Crucis por el propio barrio también se fue instituyendo como un ritual multitudinario de cada Semana Santa, con el el propio Ignacio como protagonista convocante.

Hay quienes dicen que sus primeros contactos con el Arzobispado rosarino no fueron de los más fluidos. Sin embargo, poco tiempo después el carisma del sacerdote para atraer fieles a la Iglesia también pareció convencer a las autoridades católicas.

Desde ese momento el padre Ignacio copó la escena, al punto de llegar a encabezar peregrinaciones y otras ceremonias religiosas nada menos que en la catedral y para la máxima festividad católica local, la de la Virgen del Rosario. La decisión dio sus frutos: con su presencia el templo central de la ciudad desbordó de fieles como no ocurría desde hacía años.

Hubo otras convocatorias masivas, en el centro y la zona sur de Rosario, que llevaron al padre Ignacio a multiplicar sus escenarios de aparición e incluso a ampliar el eje de sus prédicas. En el 2000 llegó a festejar su cumpleaños en el estadio de Rosario Central junto a Soledad Pastorutti y ante unas 10 mil personas.

Los medios de comunicación, fundamentalmente la TV, jugaron otro papel clave en la proyección del sacerdote, una voz consultada una y otra vez para opinar sobre los temas más diversos.

Tampoco las autoridades municipales, provinciales y nacionales fueron ajenas al arrastre de su figura. En 1997 el gobierno de Carlos Menem le entregó 15.000 pesos en concepto de Aportes del Tesoro Nacional (ATN) y el 13 de noviembre de 1997 el padre Ignacio (ya nacionalizado argentino) fue declarado "ciudadano ilustre" por el Concejo Municipal, en mérito a su "inagotable tarea humanitaria y religiosa".

El reconocimiento no fue sólo local y comunitario: la propia Iglesia Católica lo designó director general de la Cruzada del Espíritu Santo en 1998, el mismo año en que el cura concretó además su vieja aspiración de construir una casa para los seminaristas de su orden en tres hectáreas ubicadas sobre el límite noroeste de Rosario. Un proyecto que rondó los 500 mil pesos (dólares, por entonces) gracias a donaciones de particulares y empresas. También encaró otras obras, como consultorios médicos y una escuela en el barrio La Esperanza.

Con muchos más devotos que detractores, el padre Ignacio Peries volvió a convocar ayer con un carisma difícil de definir que hasta parece ir más allá de las sanaciones.

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