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 jueves, 01 de abril de 2004

Mató a golpes a la esposa pero la Justicia encontró atenuantes
Es un policía de Acebal. La golpeó tras descubrir que había estado con un amante. Lo condenaron a 12 años

Tres días sobrevivió Patricia Alejandra Azcurra a la paliza que le dio su esposo. Pedro Hipólito Lescano la golpeó tanto que tuvieron que extirparle un riñón. Ni eso la salvó. Perdió tal cantidad de sangre que al cuarto día murió. El fue preso y lo procesaron por homicidio agravado por el vínculo con la víctima. Ahora lo condenaron, aunque la Justicia halló una circunstancia atenuante para no castigarlo con la sanción más dura: Lescano había descubierto que su mujer tenía un amante y eso desencadenó el arrebato violento que acabó en un crimen.

Lescano es policía. Vive en Acebal y trabajaba en Alvarez. Tiene dos hijos, de 14 y 10 años. Ahora está detenido en el penal policial de Rosario.

El 8 de febrero de 2001 estaba en su trabajo. Imprevistamente decidió regresar a la madrugada a la casa. No se sabe si fue casualidad o si alguien lo llamó para contarle lo que hacía su esposa.

La relación entre ambos no era buena. De él se decía en Acebal que tenía otra mujer en Alvarez. También hay testimonios que refieren a un supuesto maltrato que prodigaba a Azcurra, quien tenía 28 años. Hay incluso quienes afirman que aquella no fue la primera vez que la golpeó.

Mientras él trabajaba, ella era ama de casa. Cuidaba a los hijos de la pareja y vivía la típica vida de una mujer de pueblo. Estaba casi siempre sola porque él, además de trabajar como policía, tenía otras actividades. Pasaba muy poco tiempo en la casa.

Aquella madrugada del 8 de febrero, hace tres años, los chicos dormían cuando Lescano entró en la casa. Azcurra no estaba, pero no queda claro si él lo sabía. Al rato se oyó el ruido de un vehículo y el policía se asomó a ver quién era. Vio llegar una camioneta y en el asiento del acompañante, al lado de otro hombre, vio la silueta de su esposa.

La camioneta se detuvo y enseguida reanudó la marcha. Lescano esperó. Unos minutos después llegó Azcurra. Discutieron violentamente. Ella quiso calmarlo para no despertar a los chicos y él la convenció para subirse a su auto, un viejo Opel.

Recorrieron algunas cuadras y Lescano comenzó a presionarla. Al final ella le contó la verdad: había estado con otro hombre, un repartidor de quesos con el que ya había salido dos o tres veces. Cuando él los vio, volvían de un motel.

Lescano enfureció y le dio una paliza tremenda. La golpeó en todo el cuerpo e incluso en los genitales. Luego regresaron a la casa y ella imploró que se calmara para no angustiar a los chicos, un varón y una nena que dormían plácidamente. Y después se acostó.

Al rato se sintió mal y pidió a la hija que llamara a un médico. Enseguida empeoró y tuvieron que internarla. De Acebal la trajeron a un sanatorio de Rosario. Dos días después tuvieron que operarla para extirparle un riñón. Nunca mejoró y el 14 de febrero murió. Para entonces Lescano ya estaba preso.

Después vino el juicio. Mientras un fiscal acusó al policía de homicidio agravado, los abogados defensores de Lescano, José Ferrara y Adrián Ruiz, alegaron que actuó bajo un estado de emoción violenta. Cegado por su descubrimiento, dijeron, no pudo comprender en ese momento la gravedad de su conducta.

El planteo no prosperó. Para el juez José María Casas, que tuvo a su cargo el proceso, no hubo tal cosa. Sí aceptó que la repentina conciencia sobre la conducta de su esposa puede considerarse como un elemento atenuante del crimen. Esa posibilidad está contemplada en el Código Penal y Casas entendió que debía aplicarse a este caso. Por eso lo condenó a 12 años de prisión y no a perpetua, que es lo usual cuando alguien asesina al cónyuge.

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