Sabores del mundo: En Suiza hay algo más que puntualidad

Enrique Andreini / La Capital

Suiza, con sus veintidós cantones, cuatro lenguas nacionales, montañas, lagos y su gente, presenta una cocina tan diversa como su misma geografía.

Cada región defiende celosamente sus características culturales, lingüísticas y gastronómicas, influidas además, por sus tres países vecinos: Italia, Francia y Alemania.

La amplia variedad en su cocina es atribuida a la generosa configuración topográfica del país. En sus bosques y montañas existe una abundante caza, mientras que en los prados alpinos el ganado vacuno desarrolla características muy especiales, que a la hora de seleccionar un plato de carne, se ha de tener muy en cuenta por la extraordinaria calidad de su ternera.

País de lagos, Suiza, tiene una importante cocina de pescados de agua dulce que permiten desarrollar un notable capítulo gastronómico. En todo el país europeo podemos encontrar truchas frescas, las que son preparadas de cientos de formas, todas muy sabrosas por cierto.


Aporte de otros países
Está enriquecida además por su ubicación geográfica en el centro de Europa, que le significó el aporte de recetas de los cuatro puntos cardinales.

La Suiza oriental tiene una cocina influida por la vecina Alemania, con una excelente charcutería, los peces de Rin, ahumados sabiamente, integran su oferta gastronómica.

La repostería de la región central goza de gran prestigio mundial debido a la excelente materia prima con que cuentan: sus chocolates, frutas y derivados lácteos, en manos de expertos maestros pasteleros deslumbran a los más golosos y hacen peligrar cualquier intento de dieta.

Además, otra de las delicias que no hay que dejar de probar son los "merengues", que según los ciudadanos suizos reciben ese nombre debido a la localidad de Meiringen, de la que serían originarios.


Exquisita fondue
Es sabido de la calidad de los quesos Suizos, por lo que no es extraño la cantidad de platos que se elaboran con ellos, sin ir muy lejos, "la fondue" todo un símbolo de la cocina helvética y compuesto exclusivamente de queso fundido en vino blanco, condimentada con pimienta y perfumada en el último instante de su preparación con "kirsch", un destilado de cerezas de alta graduación alcohólica.

Pero el secreto de este plato no reside en su preparación sino en el ambiente en el que se desarrolla, no es una preparación para espíritus sin alegría, paladares pacatos o invitados sin sed. Es una verdadera fiesta, menos para quién, por descuido, pierde su trocito de pan dentro del caquelón, pues deberá pagar el vino, eso sí, sin perder la alegría de compartir con amigos ese momento con ánimo generoso.