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 domingo, 21 de marzo de 2004

Una madrugada de terror en un comercio de Ludueña Sur
Tres hampones encapuchados copan una panadería y roban 11 mil pesos
A punta de pistola redujeron a dos empleados y sacaron de la cama al dueño del local y a su familia

Ariel Etcheverry / La Capital

Alberto Arenas, un panadero de 50 años que vive en el barrio Ludueña Sur, decidió entregarse a un breve pero reparador descanso antes de meterse de lleno con sus labores. Eran las tres de la madrugada cuando el frío cañon de un arma de fuego apoyado en la cara lo sobresaltó de la cama. Tres ladrones encapuchados coparon la cuadra de la panadería y después abordaron la casa de familia para llevarse los 11 mil pesos que el comerciante tenía guardados en una caja fuerte. El trance fue duro, porque los hampones estuvieron casi media hora dentro de la vivienda, pero afortunadamente nadie resultó herido ni golpeado.

Arenas trabaja junto a su esposa y una hija de 24 años, pero también tiene dos empleados. Desde 1970 son los dueños de la panadería Los Nonos, ubicada en Carriego 400. Como en muchos establecimientos del rubro, el inmueble cuenta con un local vidriado al frente y la planta elaboradora de pan en la parte trasera, a la que se accede por una puerta lateral. Arriba del negocio y de la cuadra se encuentra la casa de la familia.

Ayer a la una de la madrugada, Arenas hacía todo lo que hacen los panaderos a esa hora: preparaba y organizaba todo lo necesario para la producción del día. "Me levanté a la una para amasar hasta que llegaron Marcelo y Rubén, mis dos empleados. Entonces me fui a recostar un rato, hasta las 3.30. Siempre me tiro en la cama hasta esa hora para después pegarle derecho hasta el final", recordó Alberto ayer, durante una pausa que hizo a la mañana para charlar con La Capital.

Entonces, el panadero subió hasta su habitación, donde su esposa aún descansaba, prendió el televisor y se acostó. Con el aparato encendido Arenas se quedó dormido hasta que lo despertaron tocándole la cara con el cañón de un arma de fuego. Así se encontró con dos hombres, uno encapuchado con un pasamontaña y el otro que se cubría la cara con un brazo. Los dos estaban armados e hicieron saltar de la cama a la pareja. Unos segundos antes, la gavilla había ingresado a la cuadra por una puerta lateral o de servicio por donde ingresan generalmente los empleados y proveedores de la panadería.

Marcelo y Rubén habían sido sorprendidos por tres delincuentes enmascarados y armados con poderosas pistolas y revólveres. Los empleados fueron controlados enseguida y obligados a tirarse al piso. Uno de los hampones se quedó con ellos para vigilarlos de cerca, mientras que los otros dos subieron hasta la casa donde Arenas, su mujer y su hija dormían.

"El que me apuntaba a mí tendría menos de 30 años, usaba zapatillas nuevas y vestía muy bien. Decían que lo único que querían eran plata y joyas", comentó Arenas, quien fue tirado al piso junto con su mujer. El comerciante admitió que sintió un gran temor por Yanina, su hija de 24 años, quien dormía con la puerta cerrada en una habitación contigua y que hasta ese momento no había escuchado los ruidos. "Me preguntaron quién estaba en la otra habitación. Cuando les respondí que era mi hija quisieron entrar, pero la puerta estaba trabada. Entonces se pusieron nerviosos porque pensaron que la nena no les quería abrir. Ahí nomás de una patada rompieron la puerta y la sacaron de la cama", señaló.

"No hablaban mucho entre ellos y a mí me insistían con que les diera el dinero, las joyas y las llaves de la caja fuerte. Por suerte no nos pegaron, yo tenía miedo por mi hija, pero en ese sentido nos trataron bien. Buscaron por todos lados mientras nos tenían a los tres en el piso hasta que en un momento decidí entregarles la llave", narró el panadero. Pero sucedió algo propio de las situaciones con mucha tensión. Alberto no podía recordar dónde estaban las llaves. Así, la paciencia de los ladrones comenzó a agotarse hasta que el panadero las encontró y así pudieron acceder al cofre donde tenía 11 mil pesos ahorrados (ver aparte).

Con relación a los asaltantes, el panadero sostuvo que "no tocaron nada más, fueron a buscar el dinero y no nos hicieron ningún daño. Actuaron con tranquilidad y, salvo el problema surgido cuando no encontraba la llave, nos trataron bien".

Todo culminó cuando el delincuente que estaba en la panadería subió con los dos empleados hasta donde estaban las otras víctimas. Así, la familia Arenas junto a sus dos empleados terminaron encerrados en el baño de la casa.

"Esperé diez minutos más o menos para salir. Quería asegurarme de que no estuvieran por la casa. Te imaginás: salís de golpe, te los encontrás en pleno choreo y te acuestan de un tiro", resumió. Según su versión, una vez que se sintieron a salvo llamaron a la policía, que llegó enseguida, pero de los hampones ya no había ni rastros.

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A Alberto Arenas, los ladrones le llevaron los ahorros que tenía guardados en su casa para no depositarlos en el banco.

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