![Institucional](../../../../imagenes/institucional.gif) | domingo, 21 de marzo de 2004 | Para beber: Vinos sanjuaninos Gabriela Gasparini Cuando se habla de vinos argentinos por lo general se piensa en los mendocinos. Habrá quien recuerde entusiasmada una tarde salteña junto a una fresca botella de Torrontés, y alguna otra recorrerá La Rioja o Río Negro rememorando suculentas copas. Pero pareciera que San Juan ha quedado en el imaginario enófilo relegada a la producción de los llamados vinos comunes, los conocidos "de mesa", quizás porque el jingle que promocionaba al blanco sanjuanino es difícil de olvidar. Eso es un punto a favor de los publicitarios, pero lo cierto es que nada más lejos de la realidad.
Con sus viñedos renovados y sus bodegas puestas a punto con la más moderna tecnología, sus caldos han sido inspirados por un suelo y un clima seco, donde juega lo suyo ese impredecible viento cálido que azota sus tierras, y es justamente esa conjunción de factores la que les confiere características especiales que le han valido ganarse un lugar destacado entre los más exigentes consumidores.
Los primeros viñedos llegaron en 1570 provenientes de Santiago del Estero y servían para abastecer a las tropas españolas, y aunque obviamente por esos días la elaboración era casera, ya en aquellos tiempos, según reza en el diario de viaje de fray Reginaldo Lizarraga, se consideraba que el resultado de tanto trabajo era muy bueno, amén de abundante.
Pero la industria recién consiguió despegar cuando se produjo la llegada del tren desde Buenos Aires, dos siglos después (si tuviera que subsistir gracias al ferrocarril estaría muerta, en fin). Bien, ese es otro tema, aquí a lo que íbamos es que a lo mejor debería pensar en tomarse su tiempo para ir probando sanjuaninos de distintas cepas y compararlos con vinos de las mismas uvas de otras regiones.
Seguramente habrá quien sostenga que lo mejor que el Valle del Tulum (ese territorio situado a 630 metros de altura) tiene para ofrecernos son los moscateles o los vinos generosos y licorosos, sin embargo verá cuán errado está. A poco de andar encontrará, por ejemplo, que el Chardonnay es de una singularidad digna de mencionar. Lo mismo pasa con los notables ejemplares de Syrah marcados por una originalidad incomparable. O el Torrontés, tan identificado con Cafayate, y que sin embargo aquí puede ofrecer notas excepcionales.
Y lo mismo pasa con el Cabernet Sauvignon o con el Viognier, todos destacables. Además, si bien la más famosa Tulum no es la única zona que brinda sus frutos, un poco más al sur, en el Valle del Pedernal, las uvas finas también tiene qué decir. Recorra las góndolas y elija porque hay para todos los bolsillos, y las tardes de otoño invitan a atardecer balconeando, sentadas casi lánguidas, inventando lo que está por venir que siempre será mejor copa en mano. enviar nota por e-mail | | |