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 domingo, 22 de febrero de 2004

El estupor de parientes italianos de Elia Gortana, asfixiada en Moreno al 3000
El sueño de cruzar el océano para ver a la prima, frustrado por un asesino
Un periodista italiano resolvió visitar a su familiar rosarina a la que sólo conocía por carta. Llegó a Rosario el lunespasado. Pero a la mujer la habían estrangulado tres semanas antes. "Ella lo presintió", le dijo a La Capital

Elia Gortana fue asesinada en su casa de Moreno al 3300 hace menos de un mes, en circunstancias que aún permanecen en el más absoluto misterio. De 72 años, era la última descendiente de esa rama familiar llegada de Italia en 1932, durante los años más duros de la entreguerra en la región de Udine, donde vivían su abuela, tíos y primos. Elia sostuvo con ellos una fluida relación epistolar, llena de nostalgia por no haber conocido al resto de su familia y a la tierra de sus padres. Nunca se atrevió a viajar por temor a dejar la casa sola. "Es como si hubiera tenido un presentimiento de su final", contaron sus primos italianos, que viajaron a la Argentina en forma sorpresiva para afianzar la relación con su familia y se chocaron con la aterradora noticia del homicidio de la mujer.

Luigino Zanier, de 49 años, y su esposa Beatrice Gardelli, de 42, arribaron a Buenos Aires el 7 de febrero, doce días después del crimen. Allí se enteraron del cruento homicidio de Elia, a quien pensaban conocer el lunes pasado, al llegar a Rosario. "Era la última de los Gortana", explicó Luigino, primo de la mujer asesinada a quien solo conocía a través de cartas, relatos familiares y fotos de su juventud.

A Elia, que tenía una obsesión por la seguridad de su hogar, la encontraron maniatada y estrangulada en la cocina de su casa de Moreno al 3300 el 26 de enero pasado. La falta de huellas hizo presumir a la policía que quien la mató había trabajado con guantes. Nadie vio entrar ni salir a nadie extraño a la casa. "Este va a ser un caso bien difícil de resolver", confesó un jefe policial a este diario cuando aún el cuerpo yacía en la vivienda.


El único contacto
Zanier y su esposa se contactaron en Rosario con una amiga de Elia, una vecina que vivía frente a su casa y les proporcionó el último recuerdo que se llevan de su pariente: la foto que le tomó la amiga en su último cumpleaños, la que pasará a cerrar el álbum familiar que iniciaron en Europa con el viaje de sus tías.

No se animaron a entrar a la casa donde ocurrió el crimen, que se levanta en el mismo terreno que habitaron la madre de Elia, Anna Di Qual, su hermana Rosa y sus respectivos esposos, de apellidos Gortana y Leschiutta, cuando llegaron de Udine, en la región autónoma de Friuli- Venezia Giulia, el norte italiano. En esa misma casa transcurrió la historia de los Gortana en Argentina.

Anna y su esposo construyeron una vivienda "no muy linda" -según sus familiares- en el fondo del terreno. Allí nacieron sus tres hijos, Elia, Sixto y Germán, que vivieron en el mismo sitio toda su vida, sin formar otra familia. Sixto, que fue arquitecto, proyectó la casa que habitaron después, en el frente del terreno, sobre calle Moreno.

Elia Gortana decidió no casarse por cuidar a sus padres primero y a sus hermanos después. La mamá, Anna, estuvo muy enferma durante años, en los que Elia la protegió con dedicación. Después de su muerte, posterior a la de su esposo, falleció uno de los hijos y el otro sufrió un ataque que lo dejó hemipléjico y sin posibilidades de movilizarse. Elia se hizo cargo de su hermano hasta su muerte. "No se casó por cuidar a su familia", contaron sus familiares italianos.

Las cartas de Elia continuaron una tradición familiar que habían iniciado su madre y su tía. Anna se mantenía en contacto con su propia madre, la "Nonna" y sus otras hermanas en Italia, pero tenía una especial relación con la mamá de Luigino, Eva, con quien tuvieron una infancia muy unida.

La familia Di Qual vivía en una zona que padeció de cerca la Primera Guerra Mundial. "El frente con Austria estaba a menos de una jornada caminando", contaron. La mamá de Elia y sus hermanas -que en ese momento tenían entre 9 y 13 años- llevaban alimentos y municiones a los soldados italianos en unos cestos que colgaban en sus espaldas. "Les daban una paga mínima en relación al riesgo que corrían. Lo hacían por el honor y la solidaridad más que por esa paga", contaron. El gobierno italiano reconoció el valor de esos chicos en 1970, con una medalla de condecoración que la familia envió desde Italia a Anna y a Rosa.

Después de la guerra, la familia se disgregó. Uno de los hermanos había muerto en el frente suizo. Anna y Rosa, con menos de 30 años, partieron hacia la Argentina y otra hermana rumbo a Estados Unidos. Era 1932, una época que la familia recuerda como la más dura de la crisis que empezó a superarse poco más tarde, en el 35. La referencia está clara en la historia familiar porque la Nonna, abuela de Elia, lamentaba al recibir cada carta que sus hijas no hubiesen esperado dos años, lo cual tal vez hubiese evitado su partida. El lamento parece haber sido compartido, porque la adaptación a la vida en la Argentina no fue nada fácil y la nostalgia por la separación familiar se extendió en el tiempo.

La fuerza de esos lazos, sin más, instó al viaje de Luigino y su esposa. "Es más difícil continuar la relación por carta si la familia no se conoce", explicaron. A instancias de una sobrina, la pareja decidió venir a la Argentina a reforzar sus vínculos con el resto de sus parientes.

Zanier es periodista y después de ejercer la profesión durante 35 años decidió gestionar su jubilación por no ceder a los intereses que el premier italiano Silvio Berlusconi impone sobre los medios desde su gobierno. "A esta altura de mi carrera no puedo argumentar en pro de cuestiones con las que no estoy de acuerdo", explicó.

Elia era la última de la familia Gortana, a la que el matrimonio Zanier no conoció. "Los hermanos (varones) tenían una mentalidad más cerrada en relación a los viajes, aunque no les faltaban medios económicos para hacerlos", contaron. La excusa de Elia para no viajar era su eterno temor a dejar la casa sola. La noticia de la muerte de la mujer la recibieron al llegar a Buenos Aires. "Esta jornada la habíamos dejado libre para estar con ella", contaron.

Los Zanier estuvieron en Rosario entre el lunes y el miércoles pasado: una estadía mucho más corta que la que previeron al concebir el viaje. Se alojaron en el Hotel Presidente, hicieron un tour urbano, caminaron por el Monumento, salieron a comer. Para demostrar sus sensaciones fueron invariablemente italianos: expresivos para conversar y para mostrar su desdicha por el destino de quien no pudo ser su anfitriona.

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Luigino Zanier, Beatrice Gardelli y una foto de Elia.

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