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 domingo, 01 de febrero de 2004

Homenaje
Joaquín Giannuzzi: El poeta que enseñó una nueva forma de mirar
A poco de publicar un nuevo libro, la literatura argentina perdió a uno de sus grandes creadores

Osvaldo Aguirre / La Capital

El lunes, mientras veraneaba en Salta, murió Joaquín Giannuzzi. Tenía 79 años y una obra que lo había instalado de manera lenta pero incontenible en uno de los lugares más altos de la poesía argentina, tanto por los deslumbrantes textos que escribió como aquellos que, con las reglas que él definió, permitió concebir a otros escritores.

Giannuzzi publicó su primer libro, "Nuestros días mortales", en 1958. "Ahí está el núcleo de lo que iba a hacer después, está mi pasión por el mundo cotidiano", dijo. Por entonces ya trabajaba como periodista, en una carrera que lo llevaría por los diarios Crítica y Crónica y la revista Así. Iba a desacralizar lo literario, lo poético entre comillas, a renegar de las retóricas establecidas para elaborar un nuevo lenguaje. Así surgieron "Contemporáneo del mundo" (1962), "Las condiciones de la época" (1967), "Señales de una causa personal" (1977), "Principios de incertidumbre" (1980), "Violín obligado" (1984), "Cabeza final" (1991), "Apuestas en lo oscuro" (aparecido con la recopilación de su obra, 2000) y "¿Hay alguien ahí?", de reciente edición.

En "Contemporáneo del mundo" apareció uno de sus poemas más conocidos, la primera manifestación de una poética que aun asume múltiples proyecciones. "Este mundo, muchachos, ¿no lo oyen?/ reclama otra especie de poesía (...). El mundo/ reclama dura claridad conjunta;/ su mísera, su extraña, su ilegible/ comedia al descubierto está pidiendo/ objetivos avances de palabras", decía Giannuzzi. Más tarde reveló que sus interlocutores eran los escritores que debatían en torno a los cruces de poesía y compromiso social.

Giannuzzi desentonaba entonces porque no declamaba buenas intenciones sino un compromiso que concernía al trabajo con el lenguaje y a una nueva mirada sobre la realidad. No "la estética desde adentro", sino lo que aparecía en la vida cotidiana, las presencias mínimas y en apariencia insignificantes, por un lado, y las circunstancias ominosas de la historia, por otro.

La atracción por lo bajo, lo grotesco y lo escatológico es una de las marcas de su obra. Giannuzzi reveló que la belleza no estaba dada de por sí en la materia sino que consistía en la potencia poética que un escritor era capaz de alcanzar con un tema. Se definía como pesimista, no creía en la armonía sino en todo caso "en el deterioro universal", pero afirmó el poema como "eterna juventud", que a diferencia de otros géneros podía generar de manera interminable nuevas formas de mirar. Esa es quizás una definición de su propia obra, gestada por una invencible inconformidad: Giannuzzi no estaba satisfecho con lo que hacía, creía que sus poemas fracasaban y en esa derrota resonaban con mayor contundencia sus palabras.

La muerte fue otro de sus interrogantes persistentes. "Una de las obsesiones de mi vida ha sido la finitud de las cosas y la fugacidad del tiempo -dijo-. A veces la poesía abusa de los acordes finales de las cosas. Pero en esos acordes hay algo poético". Idea que vuelve en "Tema poético": "hay poesía indiscutible/ en el derrumbe de cada cosa".

Giannuzzi obtuvo el Premio Nacional de Literatura y el Premio Fondo Nacional de las Artes, entre otras distinciones. Pero el reconocimiento más importante es el de los escritores y lectores que lo continúan y mantienen viva su obra.

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Giannuzzi ejerce una influencia notoria en escritores más jóvenes.

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