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 domingo, 01 de febrero de 2004

"De pronto trabajamos en medio de la nada"
La vida en las bases antárticas transcurre según rutinas que sólo pueden modificar las condiciones del tiempo

Ludueña, Ferreyra, León, Gaggetto. Los nombres se suceden. Año tras año la dotación de la base Marambio cambia, las invernadas duran doce meses. Los voluntarios se anotan, hacen cursos y lo saben todo sobre la Antártida antes de ir. "Tenés que prepararte", es lo que cada uno de los 30 hombres de la invernada explica. No hay jinetas, Ludueña es jefe de base, vicecomodoro, y trabaja a la par de todos.

"No hay un contacto con la familia más allá del teléfono. Pero antes era distinto, peor", dice Ferreyra. Es el encargado del Centro Meteorológico, lleva cuatro invernadas a lo largo de su carrera de suboficial. Vientos, radares e isobaras son la rutina y el ozono su preocupación.

Ferreyra habla con acento, es de Talleres de Córdoba y los domingos sigue a su equipo: el televisor de la base está clavado en Crónica TV y en los canales de deportes. "Vine la primera vez en 1974, ahora estoy a punto de retirarme y quiero cerrar las puertas que abrí cuando era joven", cuenta.

La base puede albergar hasta ciento cuarenta personas. El personal duerme en literas, en habitaciones de no más de seis personas. Cada uno tiene su objetivo. La actividad comienza a las siete. Se cuida el agua, no tienen demasiada aunque estén en medio del hielo, y por eso las duchas son rápidas. Después a trabajar hasta el mediodía; hay un descanso y se vuelve al terreno hasta la hora de la cena.

En invierno, y cuando las visitas no llegan, crecen el pelo, la barba y las ganas de irse. Antes de que los primeros vuelos aterricen, las tijeras trabajan y los hombres vuelven a "emprolijarse", a ser cadetes. "Tenés que estar bien, que vean que estás bien" dice Amato, que nació en Rosario y vive en El Palomar, donde lo esperan dos hijos y una esposa.

La convivencia es "sagrada, como en un matrimonio". Nadie la santifica pero una respuesta mal dada, una desubicación, pueden ser fatales. "Acá nada pasa de largo, todo se habla. En un año te ves todos los días con la misma gente. Si arrancás mal, se suman los problemas".


Puente a casa
Lo más esperados son los vuelos de los aviones Hércules. La "chancha", como le dicen, es el puente a casa y en su "panza" trae comida, cartas, libros, fotos y equipos. Un rosarino va seguido por esos lados. "Venir es siempre complicado, la mufa se instala y no podés bajar, pero hace tiempo que hago este trabajo y es mi pasión", dice Claudio Salaberry, un centralista, oficial navegante de Hércules, acostumbrado al ruido de motores y a dormir suspendido en la estructura de la inmensa nave.

En Marambio los hombres esperan, en Esperanza no. Allí no baja el Hércules y el contacto es sólo con otras bases. Esperanza es la cabeza de playa del Ejército. "Se parece a un pueblo chico: hay escuela primaria, secundaria y jardín maternal, somos 23 cuadros y hay seis familias", cuenta Jorge, un sargento que está de paso y viene de una invernada de un año y de trabajar un mes más con los científicos.

En Esperanza transmite una señal de Radio Nacional, LR36 San Gabriel Arcángel, la voz de este pequeño pueblo instalado en el glaciar.

El clima no es generoso, "Siempre está nublado y el viento castiga en serio, 80 kilómetros por hora es lo normal, llueve más que en otras bases", dice Miguel, otro sargento que estuvo con Jorge en este largo año. Mientras busca las palabras explica: "después de un año de ver a la misma gente se hace complicado entender a otros".

En Esperanza los hielos están más cerca. "Las tormentas son más difusas, aparecen y desparecen, el viento blanco se desplaza en la planicie y de pronto estás en una patrulla trabajando sobre la nada", cuentan los habitantes de la base.

Cada hombre que viene a este lugar pasa por rigurosos exámenes psicofísicos. Además aprenden a escalar sobre hielo, rescate en grietas y supervivencia. Un año de preparación en el Instituto Antártico, antes del frio.

Las mujeres son un tema tabú. "Te las sacás de la cabeza, llega un punto que no te importa, tanto hay para hacer que, la verdad, ni te acordás", relatan, y se ríen.

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Tres suboficiales en el viaje de ida a la base de la Fuerza Aérea.

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