| domingo, 01 de febrero de 2004 | Educación: El juego como premisa cotidiana "El ideal que personalmente trato de alcanzar es el de seguir siendo niño hasta el final. La infancia es la fase creadora por excelencia". Jean Piaget No hay edad para el juego y, aunque la frase parezca una verdad de Perogrullo, es bueno recordar que no son muchos los adultos que juegan. Su importancia no es menor si se aprecia su verdadero valor y significación. Es a través del juego que pudimos constituirnos como individuos, tomar conciencia de nosotros mismos y del mundo. Pudimos decir y hasta por momentos ser lo que deseábamos: cambiar la realidad o bien recrearla mientras eramos papás enojados, hijos buenísimos, tíos desobedientes, abuelos protestones, mascotas responsables de todas las travesuras diarias (juego simbólico).
El juego se instala en cada niño desde el primer ajó, las primeras caricias, cosquillas y sonrisas con los otros, que no son otra cosa que formas básicas de manifestaciones de afecto envueltas en acciones y expresiones lúdicas. Pero que a su vez, generan la sensación de que el mundo es un lugar bueno, estable y confiable.
A pesar de los centenares de páginas escritas sobre la importancia del juego para el desarrollo del ser humano como persona íntegra, la verdad es que hay niños que no juegan y no han jugado. Los rastros de esta afirmación son la tristeza imborrable grabada en el rostro, dificultades en sus relaciones interpersonales y hasta trastornos en el desarrollo.
Es que el juego hace que cada uno deje su lugar de "presencia única", porque cuando tiene presencia se vuelve la puerta abierta para entenderse con otros, entrar en diálogo. Es por medio del mismo que nos reconocemos y diferenciamos, al mismo tiempo que apreciamos lo externo a uno mismo.
El niño que juega es un adulto con el sabor aprendido de ganar y perder. Sabe de una mano tendida, puede competir sin destruir y conocer el objetivo común de convivir y compartir buscando permanentemente nuevas formas para no romper estas premisas o necesidades para poder vivir.
Sin embargo, y a pesar de que el juego aparezca como uno de los derechos del niño, se ve opacado por múltiples circunstancias, que reconoce aspectos desde sociales y políticos hasta otros más particulares.
Puede recordarse, como ejemplo, que muchos padres planifican agendas interminables para mantener activos a sus hijos, pero desconociendo la importancia de la vuelta a la manzana en bici, las popas en la vereda, el ring-raje, o simplemente ir a la casa de un amigo a jugar.
Enunciar el juego como derecho es entonces, hoy, una premisa; sobre todo cuando muchos adultos se han olvidado que es una necesidad maravillosa, una herramienta única e insustituible de la que hasta se vale la ciencia para recuperar la salud.
En la enseñanza Está claro que se aprende jugando, pero para enseñar a través del juego primero es necesario haberlo experimentado. La condición es clave para entender que jugar no es algo opuesto a aprender; que ser responsable -por ejemplo- no significa estar siempre serios y quietos y también que "perder o ser capaz de..." no significa aceptar sin cuestionar.
El juego libera tensiones, produce espacios para el aprendizaje; moviliza la alegría y abre a la creatividad. Despierta y provoca diferencias y conflictos, en consecuencia espacios para mejorar la convivencia.
Jugar es incorporar a otros en nuestra vida, es aprender la democracia desde antes de poder nombrarla. Está en los títulos de la infancia pero se escribe en el cotidiano de aquellos que intentan desde la adultez sonreír, disfrutar, jugando a ser mejores, inventando y recreando reglas para convivir solidariamente.
El juego es un preventivo para la soledad y la tristeza: calmante para el estrés e instrumento incuestionable para enseñar y aprender. Es patrimonio de todos porque no hay grande que no pueda jugar.
Sin embargo, no podemos desconocer que los padres desearán espacios de juego para sus hijos y los docentes espacios de juego aprendizaje para sus alumnos sólo cuando ellos puedan simultáneamente construirlos para sí mismos.
Judith Ghizzoni
Profesora de educación física
y expresión corporal
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