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 domingo, 01 de febrero de 2004

Diálogo íntimo: Teje que te teje

Tejer en el telar produce desde lo emocional una experiencia inigualable y muy beneficiosa. Mientras se experimenta con el movimiento de los hilos, se vivencia un estado de quietud, de introspección, de encuentro con la identidad.

En el tejido se actualiza el pasado americano, la historia de aquellos tejedores anónimos en el silencio de los Andes, que dejaron su impronta en maravillosas telas. Tejidos que funcionaban como textos que podían ser leídos. Tejidos y textos, que nos mostraban y aún hoy nos siguen enseñando, sobre sus costumbres, su religión, sus misterios, sus rituales, su vida cotidiana.

En la vida prehispánica el tejido representaba valores muy altos. En tiempos incaicos no había ceremonia en la que el tejido no participara. Las telas tejidas servían como tributos, como obsequios de grandes guerreros, como sacrificio en rituales religiosos, como ajuar en los entierros funerarios. ¿Qué sentirían aquellas tejedoras frente al telar?

En el presente el tejido en telar posee la impronta del pasado y continúa conservando su significado de escritura. Cada persona que teje en el telar, va recreando y simbolizando desde su propia historia, desde sus sensaciones y emociones, va plasmando una imagen cargada de significados.


Algunos recursos
Cada ícono tramado, la disposición del color, la textura de los materiales elegidos para tejer, hablan de los estados de ánimo.

En los talleres, la dinámica de los grupos y la riqueza vincular se expresa desplegando sus funciones:

u El grupo actúa a veces como contenedor, otras como posibilitador donde comienza a circular la palabra personal tantas veces no expresada.

u El telar, las técnicas milenarias, los relatos y los cuentos que se leen actúan como recursos, como dispositivos que posibilitan el diálogo y el encuentro con uno mismo.


Historias de vida, relatos que retornan, redes que se entretejen, tramas que se conectan. Encuentro silencioso, como el movimiento de las manos de aquellas tejedoras que aún hoy continúan tejiendo en el silencio de los cerros. Pero en pleno siglo XXl, en un centro urbano con las características de Rosario, un espacio donde recrearse con el pasado, donde los tiempos son otros y donde las aguas se aquietan.
El silencio, los aromas de esencias, la música suave, conspiran para ese momento de reencuentro con uno mismo y posibilitan el hecho creativo, acompañado a veces de sorpresas, lágrimas, incertidumbre, alegría, euforia y el beneficio de compartir con otros.

Reencuentro con el estado de ser, que de tantas formas nos expresaba el Don Juan de Castaneda. Mística andina o simplemente un lugar donde tomarse un tiempo para poder comenzar a percibirse como persona.

Un recurso más en este apasionante mundo de las emociones y los vínculos. Una puerta que se abre.

Claudia Goldin

Psicóloga y artista textil

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