| domingo, 07 de diciembre de 2003 | En una emotiva jornada, el delantero de San San Lorenzo se alejó del fútbol Beto Acosta y el adiós de un goleador visceral Al convertir un penal, el artillero santo se retiró con un récord de 300 goles en primera Alberto Acosta fue un goleador visceral, obsesionado, insaciable, de ojos ávidos puestos en el arco, de merodeo bestial en la búsqueda de su presa, de movimientos desesperados por lograr el objetivo y de risa lacónica, sólo provocada por la fantástica sensación de escuchar el impacto seco de la pelota en la red.
Un delantero de relación enfermiza con el gol, un adicto al momento orgásmico del fútbol, un loco por el bramido de las masas en las tribunas.
Así vivió Acosta sus 17 años de trayectoria, en un éxtasis constante que lució distintas camisetas y se insertó en diferentes culturas gracias al idioma único y pasional que le atribuye al fútbol su carácter homogéneo.
Argentinos, sudamericanos, europeos y asiáticos gozaron con el Beto, un embajador itinerante del gol en todas sus formas: de derecha, de izquierda, de cabeza, de penal y hasta de tiro libre.
La leyenda nació el 23 de agosto de 1966 en Arocena, un pequeño pueblito santafesino, y comenzó a escribirse 20 años después en Unión, donde estuvo dos temporadas y marcó 15 goles, tras de su debut en la primera división.
La potencia y el oportunismo que demostró en sus primeros pasos le abrieron las puertas del primer equipo grande en Argentina: San Lorenzo, club con el que establecería un romance alimentado por 123 goles en 274 partidos.
Entre 1988 y 1990 vivió la primera de sus cuatro etapas en Boedo (62 encuentros y 35 festejos) y formó una recordada sociedad con Néstor Gorosito (su último entrenador), que permanecería en el tiempo.
El 14 de septiembre de 1989 marcó su primer gol con la camiseta azulgrana que significó la victoria sobre Guaraní de Campiñas, Brasil, y la clasificación para los cuartos de final de la Libertadores.
Los primeros dos años en el club lo postularon como un goleador de raza, cuyo destino sería ocupar un lugar en la galería que cobijaba a históricos como el español Isidro Lángara, Rinaldo Martino, José Sanfilippo, Rodolfo Fischer y Héctor Scotta.
Por problemas económicos, San Lorenzo transfirió a Acosta a Toulouse de Francia (38 partidos y 6 goles) y lo repatrió en 1992 para reeditar la dupla con Gorosito.
Una marca de 24 goles en 40 encuentros lo convirtió en ídolo de San Lorenzo, donde se consagró como máximo anotador en el Apertura de aquel año que peleó con Boca.
Eso lo catapultó en la temporada siguiente en un pase millonario a Boca, y Alfio Basile lo convocó para integrar el seleccionado argentino, donde marcó 2 tantos en 9 partidos.
Su rendimiento en Boca no fue el esperado y Universidad Católica se convirtió en el próximo destino junto a su amigo Gorosito. En sólo dos años, fue venerado por los hinchas con 43 tantos en 45 partidos.
La tentación de los dólares lo depositó en Japón para vestir la camiseta de Yokohama Marinos (27 partidos y 10 goles), también junto a Pipo. En 1997 regresó a Católica y se coronó campeón con el aporte de 12 gritos en la temporada.
Basile promovió el segundo regreso a San Lorenzo en 1998 (21 goles) y luego el delantero partió 3 años a Portugal para ser campeón y goleador de ese país con Sporting de Lisboa (39 tantos en 78 encuentros).
El chileno Manuel Pellegrini, quien lo había dirigido en U, lo llevó nuevamente a San Lorenzo en 2001 para que terminara su carrera en un año con la camiseta más querida.
Quienes desconfiaban de su rendimiento por sus 35 años quedaron sorprendidos por los 38 goles que anotó y por el protagonismo que tuvo en la Mercosur 2001, primer título internacional del club ,y la Copa Sudamericana 2002.
El arribo de Gorosito como DT en julio pasado produjo una postergación de 6 meses en el retiro de Acosta, quien marcó 300 goles y fue subcampeón en el último torneo, un éxito esquivo en su trayectoria.
Su perfecta condición física y una notable vigencia en el área colocaron su decisión en la frontera con el absurdo. Pero a los 37 años, Acosta prefirió decir adiós envuelto en elogios y admiración por todo el mundo del fútbol. En definitiva, una medida inteligente para despedirse con la gloria que merecía un goleador de su magnitud. (Télam)
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