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 domingo, 26 de octubre de 2003

Neuquén: El país de las manzanas
La capital provincial se prepara para celebrar 100 años de vida. Sus atractivos son el Museo Nacional de Bellas Artes, ferias artesanales y los balnearios de la costanera

Neuquén, en mapuche "la bravía", "la más fuerte", cumplió con el vaticinio: en el siglo XXI es ya la ciudad más poblada y poderosa de la Patagonia, que se prepara para celebrar el año que viene el centenario de su fundación. La gran ciudad que es hoy surgió el 12 de septiembre de 1904, en la confluencia de los ríos Neuquén y Limay a partir de un pequeño caserío, bajo la influencia de la explotación hidrocarburífera y la fruticultura. La incipiente capital venía de Chos Malal, donde en 1887 se había instalado un fuerte del ejército expedicionario.

El destino le había reservado a esta provincia, oculta en las entrañas de la tierra, otro recurso fundamental para su economía: los yacimientos paleontológicos que descubrieron fósiles de dinosaurios y que más allá de su valor científico se convirtieron en un atractivo turístico mundial.

La ciudad de Neuquén es la entrada natural a esos misterios de la prehistoria y a las enormes criaturas que habitaron la Patagonia cuando el clima y la vegetación eran subtropicales. Una urbe alejada del diseño de damero que habían impuesto los españoles en el nuevo mundo, que no tiene una plaza convocante pero sí calles anchas y algunas diagonales que aportan celeridad. Neuquén tiene aires de gran metrópoli, con un ritmo comercial incesante y una actividad nocturna poco frecuente, sin dejar de ser una apacible urbe sureña atrapada entre bardas. En ella, más el área de confluencia, la población asciende a 220.000 habitantes, de los 530.000 que tiene la provincia.


Artesanos y vendedores
La columna vertebral de la capital es la avenida Argentina, "el alto", que tiene un bulevar que la cruza como una costura verde, bulliciosa y poblada de artesanos y vendedores ambulantes. Por allí está la ahora modernísima librería Siringa, lugar de tertulias nocturnas, que hace tres décadas tenía pisos de madera y café para los buscadores de libros, y más allá la gobernación, un edificio de 1919, austero y semejante a una fortaleza medieval. Después de las vías, que ofician de frontera, comienza "el bajo", ya como avenida Olascoaga, que atraviesa los barrios residenciales y llega hasta el río Limay, con sus balnearios de playas pedregosas y aguas claras. Allí se concentra la movida, en la disco Ticket y en los paradores que en primavera comienzan a abandonar el letargo del duro invierno. Para no confundirse: viniendo de Centenario se llegará al "alto" y viniendo de Cipolletti al "bajo".

Parece que la ciudad que vivió de espaldas al río decidió enfrentarlo. Desde la confluencia del Neuquén y el Limay, hasta el final de la Olascoaga, un proyecto prevé la construcción de una costanera fluvial con reductos gastronómicos y hoteles, estos últimos para ampliar la actual oferta de 2.000 plazas.

El parque Central es el predio donde estuvo la vieja estación del Ferrocarril del Sur, que alberga la única sede que el Museo Nacional de Bellas Artes tiene en el interior del país -el edificio definitivo se inaugurará para el centenario- cuyas salas reciben todas las muestras que se exhiben en Buenos Aires.

Los jesuitas llamaron a Neuquén "el país de las manzanas", cuando llegaron desde Chiloé -el sur chileno- a esta parte de la cordillera. Con ella elaboraron la "chicha", una especie de sidra espesa, que sirvió para alegrar las reuniones sociales de los parroquianos.

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