| miércoles, 17 de septiembre de 2003 | Combates por la historia: Félix Luna, el historiador más conocido del país "El revisionismo ya no existe" Para el escritor, "en algunos casos, esa línea estaba muy teñida de política e ideología, y de ella sólo quedan los libros" Guillermo Zinni / La Capital Descendiente de una antigua familia riojana que vino al país en la época de la conquista y a punto de cumplir los 78 años de edad, Félix Luna, quien en 1996 fue declarado ciudadano ilustre de la ciudad de Buenos Aires, se ha convertido en el historiador más conocido de la Argentina. En 1958 fue nombrado cónsul en Suiza por el gobierno de Frondizi, y al año siguiente actuó en la embajada de Montevideo, donde permaneció por casi cuatro años. Fue docente universitario, conductor de varios programas radiales y televisivos y escribió la letra de la "Misa criolla" en colaboración con Ariel Ramírez. Es también autor de innumerables obras y director de varias colecciones. Pero sin duda su obra de divulgación histórica más importante se encuentra en la revista Todo es Historia, referente obligado para muchos investigadores, y de la que es su fundador y director desde 1967. La misma lleva ya más de cinco mil artículos publicados de unos dos mil diferentes colaboradores, y fue declarada de interés público por la Cámara de Diputados de la Nación.
-Usted es abogado.
-Sí, pero no he ejercido. He sido un pésimo abogado.
-¿Cómo se dedicó a la historia?
-Siempre me encantó la historia. Yo vengo de una familia riojana muy, muy antigua, de la época de la conquista. De modo que en mi casa había tradiciones, recuerdos de la gente vieja. Y eso me lo transmitían y entonces me fueron creando una cierta curiosidad por la historia misma. Cuando vuelvo a Buenos Aires desde Montevideo, donde fui cónsul en el gobierno de Frondizi, me dedico más al periodismo y también a la historia. Publico un libro que tuvo bastante éxito, "Los caudillos", y ahí ya empecé a dedicarme más profesionalmente. En el año 67 fundo la revista Todo es Historia, que sigue hasta ahora, y en el 68 publico "El 45", que en su momento fue un libro que tuvo mucha trascendencia. Y ya sigo en esta carrera de historiador, un poco improvisada al principio, y que culmina cuando me incorporan a la Academia de Historia.
-¿Existen distintas corrientes historiográficas?
-No, existen distintos puntos de vista, distintas especialidades, énfasis que se ponen en determinados temas según los tiempos. Por ejemplo ahora se estila mucho hablar de los problemas de la inmigración, cosa a la que hace veinte años no se le daba mucha importancia y ahora sí. En la historia de las ideas también se está trabajando bastante. Pero bueno, puntos de vista distintos siempre existen. Cada historiador tiene su punto de vista, su tabla de valores, su manera de mirar la realidad.
-¿Y cuál sería el suyo?
-Tiene que ver con mis propios valores: yo soy democrático, soy tolerante, pienso que la democracia es una forma de vida que no puede dilapidarse. Entonces cuando me encuentro con un régimen excesivamente autoritario como fueron el de Rosas o el de Perón, bueno, evidentemente no me gusta. Eso no me convierte en juez. Yo trato de entender por qué. El resto que lo ponga el lector.
-De todas formas, las distintas maneras de contar la historia, como el revisionismo...
-La historia revisionista ya no existe. Han desaparecido ya los voceros más importantes. Su aporte quedó. En algunos casos es bastante valioso y en otros casos estaba muy teñido por la ideología o por la política. Pepe Rosas, sobre todo, trató de hacer una historia que desembocara gloriosamente en el peronismo. Es ridículo. Pero el revisionismo ya no suscita ninguna polémica. Yo diría que ya no existe como línea actual. Quedan los libros, desde luego, pero algunos ya muy desactualizados. Y lo que hay, sí, son diferentes puntos de vista o diferentes especialidades. Hay una historia económica, hay una historia social... Yo veo cierto peligro en esta fragmentación. Yo cultivo una historia narrativa fundamentalmente. Porque siempre he pensado que si la historia sirve para algo es para que la gente entienda dónde está parada, ¿no? Y la forma de llegar a la gente es contando bien la historia. Sin simplificaciones, sin terrorismo intelectual, sin sensacionalismo. Tratando de poner realmente todo lo que ocurrió. Sin enjuiciar, tratando de comprender más bien.
-También hay expresiones de izquierda de la historia...
-Ah, sí, Abelardo Ramos, Fernández Arreghi, pero no eran historiadores, eran ensayistas, igual que Jauretche.
-¿Las distintas visiones de la historia se complementan?
-En algunos casos, sí. Pero omiten cosas. Para hacer historia no se puede quedar uno con barajas en la manga.
-¿Qué piensa de la participación de la masonería en la historia?
-Pero no, es un viejo cuento. Mire, cualquier historiador con un poco de manejo de cosas puede atribuir lo que ocurre en la Argentina o en la historia argentina a los masones, a los jesuitas, a los ingleses, a los rubios, a los que tienen várices en las piernas, etcétera. Sarmiento estuvo en la masonería, Urquiza también y Mitre también, pero eso no quiere decir que hayan actuado como masones a lo largo de su vida pública. La masonería era una especie de club adónde había que estar para más o menos no quedar mal.
-¿Qué opina de cómo se resolvió la batalla de Pavón, ahora que se está por cumplir un nuevo aniversario?
-Bueno, hay muchas explicaciones: desde que Urquiza estaba enfermo hasta de que intervino la masonería. ¡Bah! Cada uno tiene su versión.
-Pero en definitiva no quedó cerrado el tema de qué pasó en esa batalla.
-Hay distintos temas que no están cerrados. Por falta de documentación se hacen conjeturas, nada más.
-¿Y las cartas de Sarmiento a Mitre después de Pavón...?
-Sí, sí. "No ahorre sangre de gauchos...", etcétera. Era parte del temperamento de Sarmiento.
-Usted planteó en uno de sus libros que de 1852 a 1912, con la ley Sáenz Peña, el gobierno lo ejerció una elite ilustrada que soslayó la participación popular y que ese había sido un pensamiento "realista".
-Al principio existía participación popular. Es decir, se reconocía que la soberanía popular debía prevalecer, que el pueblo debía elegir a sus representantes, etcétera. Pero después de Caseros lo que se impone es la doctrina de Alberdi, que lo que recomendaba era cuidar las formas republicanas pero que no hubiera democracia, que el pueblo no eligiera hasta que estuviera en condiciones. Porque era un pueblo pequeño, disperso, sin hábitos de trabajo, sin respeto por la autoridad, sin la costumbre del ahorro ni del trabajo. Entonces, que viniera el inmigrante, si es posible anglosajones, para ir cambiando, digamos, el aspecto, la naturaleza, del pueblo argentino. Y cuando estuviera en condiciones... bueno, votaría y elegiría. Y que fue en última instancia lo que se hizo.
-Bueno, pero son 60 años de historia donde no se miró al pueblo, donde siempre trató de gobernar una clase ilustrada.
-Se gobernó en nombre del pueblo.
-Pero era como el senado de Roma, que hacía las cosas en nombre del pueblo pero que en realidad los que gobernaban eran pocos.
-Sí. Pero manteniendo las formas. Y eso es importante.
-¿Cómo sería "manteniendo las formas"?
-Respetando la libertad de expresión, la división de poderes, como en el tiempo de Roca, de Pellegrini. Lo que pasa es que lo que no se permitía era que el pueblo votara libremente y se buscaba que reconociera que no estaba capacitado para eso. Algo de razón tenían, porque había un altísimo nivel de analfabetos. Después el plan de Sarmiento se puso en marcha. enviar nota por e-mail | | |