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 domingo, 31 de agosto de 2003

Junto a otros ex religiosos y sus familiares integran un movimiento que busca una Iglesia "más democrática y donde la mujer no sea vista como un pecado"
Tres ex curas cuentan por qué se fueron de la Iglesia y se casaron
Raúl, René y Carlos sostienen que a pesar de las contradicciones nunca dejaron de ser sacerdotes

Laura Vilche / La Capital

-Hola padre, ¿cómo anda? ¿Y su hija?

Así lo saludan a René Alcaraz por el barrio. Y él, un ex cura de 41 años que ya hace un tiempo dejó los hábitos, se sonríe. Junto a René, cada mes se reúnen Raúl Franco (44), Carlos Cornejo (44) -otros ex curas, hoy casados- y unos quince religiosos más. Hombres y mujeres que dicen haber roto por distintos motivos sus lazos con la Iglesia tradicional y buscan una distinta sin abandonar su tarea pastoral: "Una Iglesia más democrática, donde el centro sea Dios y no los sacerdotes, donde impere el servicio y no el poder, que esté al lado de la gente y no sólo en el púlpito, donde los curas puedan caminar junto a las mujeres sin que se vea esto como algo pecaminoso", coinciden en decir los tres ex religiosos que dialogaron con La Capital junto a sus esposas e hijos (ver aparte).

René, Raúl y Carlos se conocen desde hace tiempo, pero comenzaron a reunirse sistemáticamente cada mes, cuando fueron convocados por el sacerdote en ejercicio Salvador Yaco. Al llamado acudieron viudas de ex curas, ex monjas, ex sacerdotes célibes y ex curas casados. "Es que somos varios los que al irnos de la Iglesia sentimos un vacío. ¿Sabés? En una familia, cuando un hijo comete un delito puede ser condenado, pero nunca deja de ser un hijo para sus padres. Aquí, en cambio, el que deja los hábitos murió, fue: te quedás solo y encima desocupado", explica Raúl.

Antes de hacerse cargo de la ferretería de su padre, Raúl fue sacerdote durante quince años. Trabajó en la coqueta capilla Cristo Rey de Fisherton y en dos parroquias más asentadas en zona norte y muy ligadas al barrio toba de Empalme Graneros. Dice que la primera contradicción la vivió en los 70 cuando pasó por sus manos un libro del sacerdote nicaragüense Ernesto Cardenal. "Me dí cuenta de que el problema no era la Iglesia -reflexiona- sino algunos curas, el aburguesamiento de las estructuras, la veneración constante a su figura cuando en realidad debieran construir el camino de la fe con la gente".

Aumentó su crisis con la apertura democrática porque allí esperó que la Iglesia reconociera que "se borró, colaboró, o bien nunca defendió a los religiosos que fueron perseguidos durante la dictadura". Y definitivamente se agravaron sus contradicciones al trabajar con la comunidad aborigen: "Llegué a un lugar donde el 99,9 por ciento eran evangélicos. Tuve que replantearme todo. No me presenté como cura, sino como un cristiano más. Los pastores evangélicos, en un gesto total de bondad, me invitaron más de una vez a compartir celebraciones con ellos, en cambio, monseñor (Jorge Manuel) López me negó apoyo para construir una escuela: «No son católicos», me dijo".

Años de desencantamiento, así se podría llamar al proceso que vivió Raúl y en el que más de una vez se dijo: "¿Cómo puedo pedirle a la gente en misa que sea honesta si adentro de la Iglesia se procede con tanta deshonestidad?".

De todos modos, señala que siempre trató de ser misericordioso. Más de una vez recordó la frase de un viejo cura que decía que tuviera cuidado porque "siempre que se señala con un dedo a alguien, el resto de los dedos de la mano lo señalan a uno". Y que intentó cambiar las cosas desde adentro de la Iglesia, hasta que llegó un punto en que se convenció de que "no estamos atravesando la parte de la historia en que eso sucederá".


El cura cansado
René es formoseño, pero llegó a Rosario muy joven con la firme decisión de ser sacerdote. Cumplió su objetivo durante cinco años, tiempo en que fundamentalmente trabajó con chicos de la calle, del barrio Ludueña. En cierto momento, sus autoridades le dijeron que lo veían muy cansado y lo mandaron de viaje por distintos destinos.

"Se dieron cuenta de mis contradicciones. Cansado estaba, pero de que no me escucharan", se ríe, antes de relatar que hizo un largo periplo por Los Toldos (Buenos Aires), Chile y de allí a Humahuaca (Jujuy) y la cordillera salteña. Hasta lo quisieron enviar a Roma a un encuentro mundial de chicos en situación de riesgo, pero se negó.

Llegó un momento en que los viajes se terminaron, le dijeron que pensara definitivamente qué hacer: si no le gustaban cómo eran las cosas, tenía que irse. "Pasé de ser un hijo predilecto a un ignorado. Me sentí solo al momento de decidir y solo luego de que me fui", reconoce.

¿Por qué si trabajó siempre cerca de los pobres, tal como quería, se fue de la Iglesia? "Porque me sentía incoherente -contesta-; me quebró trabajar de día con la pobreza en dos patas, llegar a la parroquia y, entre otras cosas, comer lo que esa gente no podía. Empecé a soñar con una Iglesia distinta".

Luego de colgar la sotana -una forma de decir, porque en realidad siempre fue un sacerdote en jeans- René se dedicó a vender teléfonos celulares, fue desocupado y beneficiario de un plan Trabajar hasta que, hace poco, comenzó a dar clases de filosofía y psicología.

"A veces la gente me pregunta si extraño dar misa o bautizar. Reconozco que me da nostalgia pensar en las misas porque es en ese momento en que uno celebra con chicos y grandes como cerrando toda una jornada de trabajo, pero lo que realmente añoro es el contacto con la gente", sostiene René.


Separados vueltos a casar
Carlos no se resigna a trabajar lejos de una parroquia. Ahora, a su tarea de empleado en un telecentro le agrega la conducción de charlas de la iglesia del Pilar para parejas que se separaron y se volvieron a casar. Asegura estar seguro que el Arzobispado sabe de su actividad y que le importa poco si a sus autoridades les molesta o no lo que hace. "Ya no pido más permiso", subraya.

Para él, hoy por hoy "es importante que la gente se reconcilie consigo misma y con Dios y que no busque más enfrentamientos".

Carlos fue sacerdote durante diez años y la mitad de ese tiempo trabajó en el barrio Las Delicias, donde le encontró sentido a su vida: la acción social. Cuenta que sus contradicciones con su función parroquial comenzaron cuando sintió que la jerarquía eclesial no lo acompañaba en su tarea barrial, un lugar donde comían nada menos que 200 chicos. Y que dejó los hábitos cuando se dio cuenta de que a pesar de sentir el amor de la gente, se sentía solo.

"Me dí cuenta que padecía un gran vacío afectivo. Sentí que si se me cruzaba en el camino una mujer que me quisiera y a la que podría querer, no evitaría el encuentro. Y no quería jugar a dos puntas. Me invitaron a pensar el tema. Y tardé sólo una semana en decidir que me tenía que ir", bromeó.

Después de esa decisión se convirtió en promotor de una AFJP, mutó a instalador de gas, chofer y empleado de un centro de jubilados.

Dice que no añora su vida anterior, pero paradójicamente, cuando se le pregunta si volvería a ser cura, contesta igual que René y Raúl: "Nunca dejamos de serlo".

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Raúl, Carlos y René hoy son tres hombres casados.

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