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 sábado, 16 de agosto de 2003

Triste experiencia de dos adolescentes llevadas bajo engaño a Río Gallegos
Reclutaban jóvenes en Las Flores y las prostituían en el sur del país
Una investigación por paradero llevó a descubrir una banda de proxenetas. Hay dos detenidos y dos prófugos

Sergio M. Naymark / La Capital

El desesperado pedido de una madre ante la policía para que averigüen el paradero de su hija de 15 años desató una investigación que, realizada bajo estricto secreto a lo largo de dos meses, permitió desbaratar una banda de proxenetas que reclutaba chicas en el barrio Las Flores y las trasladaba bajo engaños a la ciudad de Río Gallegos. Allí, las muchachas eran obligadas a prostituirse en un bar nocturno. Encerradas durante el día, sin documentos y sometidas a un régimen de semiesclavitud, dos menores y dos jóvenes rosarinas permanecieron en la capital santacruceña durante una semana. Sólo un descuido de la regenta del burdel permitió que la historia saliera a la luz cuando, sanas y salvas, las chicas retornaron a dedo hasta la barriada rosarina.

La historia empezó a escribirse el pasado 14 de junio. Aquel día, Margarita Vera llegó a la subcomisaría 19ª del barrio Las Flores con lágrimas en sus ojos. Entonces dijo que su hija Andrea, de 15 años, y su sobrina Natalia, de 17, se habían fugado de sus hogares. Y que las chicas habían dejado cartas en las que explicaban que se iban por un tiempo, que no se preocuparan por ellas y que pronto tendrían novedades.

"Ninguna persona que se escapa de su casa deja notas de esa clase. Además, la madre estaba verdaderamente acongojada y angustiada. Y quizás, lo más importante, fue que la mujer aportó datos de testigos que vieron que las pibas subían a un auto desconocido para los habitantes del lugar, en compañía de dos hombres, y que salió hacia la autopista a Buenos Aires", relató una fuente con acceso al expediente judicial.


Atando cabos
A partir de esos datos, la subcomisaría 19ª, a cargo del comisario principal Miguel A. González y el subcomisario Fernando Ochoa, bajo la supervisión del inspector de la Zona 3ª, comisario inspector Alejandro Franganillo, empezaron a atar los cabos de una historia que llevó a uno de ellos a recorrer 2.600 kilómetros para dar con el proxeneta que mantenía privadas de su libertad a las dos menores.

Los primeros datos precisos llegaron de las mismas madres de las menores. Algunos vecinos relataron que las adolescentes se habían contactado con Mariana Navarro, una chica de 23 años que, según las fuentes policiales, "ejerce la prostitución". Y que, junto a ella, habían "subido a un Ford Escort de color rojo que se alejó del barrio hacia la autopista que conduce a la Capital Federal al mando de dos hombres".

Pero también contaron que días antes de su desaparición las menores habían sido vistas con Patricia Alvarez, una mujer de 40 años, madre de 5 hijos y beneficiaria de un plan Jefas de Hogar, que reside a una cuadra de sus casas y que "trabaja en la zona roja de Mitre y Pasco desde hace muchos años, en los que acumuló varios antecedentes por infracción al Código de Faltas".

Fue Alvarez, según la pesquisa, quien ofreció a las chicas cambiar sus vidas humildes y marginadas por "un mejor pasar trabajando en el sur del país". La forma en que esta mujer llegó a las menores fue por su conocimiento con Navarro, otra vecina de las adolescentes que habría cobrado 100 pesos por cada menor.

El primer indicio sobre el paradero de Andrea y Natalia llegó el 24 de junio, diez días después de su desaparición. Un llamado telefónico recibido en el celular de un amigo de las menores daba cuenta de que estaban recluídas en un departamento de una ciudad que no conocían. "Estamos más o menos bien, comunicale a mamá que en unos días volvemos, que no se preocupe", dijo la voz de una de las chicas ahogada en llanto. Ese llamado se habría producido cuando, en un descuido de la regenta las chicas se acercaron a un telecentro cercano a una despensa donde iban a comprar su comida.

Así las cosas, desde la Justicia se rastreó la llamada y los caminos condujeron a una cabina pública de Río Gallegos. Todo indicaba que las chicas estaban localizadas. Faltaba saber cómo habían llegado hasta allí y qué era de ellas.

Y eso se supo el 26 de junio, cuando Margarita Vera se presentó en la comisaría junto a su hija y su sobrina. Tras cuatro días de viaje haciendo dedo habían llegado a la ciudad en compañía de Mariana Navarro y la Chaqueña, identificada poco después como María del Carmen Leiva, de 24 años, víctima del mismo juego de engaños en el cual habían caído sus tres compañeras.


Las noches de La Morocha
Una vez en la comisaría, el relato de las jóvenes ante la policía se desgranó en una historia de engaños, amenazas y maltratos. Dijeron que "Patricia Alvarez les ofreció trabajar en la zona sur del país como lavacopas en un bar en el cual les pagarían muy bien, y que ese dinero les permitiría viajar a Rosario cuantas veces quisieran". Además, les prometió que de aceptar, dos amigos de ella a los que identificó como Alejandro y Emilio, las pasarían a buscar. Y así fue como las adolescentes y Navarro, en el auto rojo y junto a estos dos hombres, partieron de Las Flores el 13 de junio último.

La primera parada fue en la Capital Federal. Allí, "en una comisaría, fueron obligadas a fingir la pérdida de sus documentos de identidad para recibir certificados donde constara que eran mayores de edad". El primer escollo estaba salvado. Nadie podría detener su viaje al sur al comprobar que eran menores.

El segundo paso se dio en la terminal de ómnibus de Retiro, donde los hombres contactaron a Andrea y Natalia con Susana, una mujer mayor que sería su regenta a partir de aquel momento. Junto a ella y la Chaqueña Leiva emprendieron el viaje en micro hasta Río Gallegos. Pero al llegar, el ofrecimiento para trabajar en un bar por un buen sueldo se convirtió en un sometimiento a la prostitución.

Andrea y Natalia dijeron ante la Justicia que al llegar les quitaron sus documentos, las encerraron en un departamento Fonavi del cual no podían salir y en el que convivían junto a Mariana Navarro y tres jóvenes, presuntamente menores, oriundas de otras provincias argentinas. "De noche, en un taxi y bajo amenazas, nos llevaban a un bar nocturno que se llama La Morocha y allí, desde medianoche hasta el amanecer, nos teníamos que ofrecer a los clientes (generalmente de clase media y en algunas ocasiones marineros o turistas extranjeros) y prostituirnos de acuerdo a las tarifas que ellos fijaban", relataron las chicas, que "jamás vieron un peso".

"Sólo de esta forma van a poder pagar la comida que les damos, la vivienda y los pasajes para volver a sus casas. En 45 días más o menos, esa plata la van a poder juntar". Esa fue la advertencia, según las chicas, que les hizo Susana, la mujer que las acompañó desde Retiro y que no se despegó de ellas ni un minuto.

Pero la noche del 22 de junio, tras una semana de sometimiento, Susana tomó algunas copas de más y se durmió profundamente en el departamento. Entonces las chicas le robaron la llave y escaparon. Así empezó el viaje de regreso a sus viviendas de Las Flores, en autos y camiones que las fueron levantando en distintos tramos de rutas argentinas.


Buscando pruebas
Al allanar la casa de Patricia Alvarez, en Las Flores, la policía halló teléfonos celulares, direcciones y una agenda en la que los nombres de Emilio y Alejandro, los hombres que se habían llevado a las chicas, figuraban remarcados al igual que el de Susana, la regente. Desde ese día, el 2 de julio, Alvarez permanece detenida por corrupción de menores agravada en la alcaidía de mujeres de la seccional 4ª.

Hubo que esperar que pasara la feria judicial para que la jueza Cosgaya librara los exhortos a sus pares de Santa Cruz para la detención de Mario Alejandro Guerrero. "El juez Santiago Lozada lo tenía entre ceja y ceja porque el año pasado lo había procesado pero por un error de procedimiento policial tuvo que largarlo", aseguró una fuente que participó de la investigación.

El 9 de agosto partió con destino a Río Gallegos una comitiva policial al mando del jefe de la subcomisaría 19ª y dos días más tarde apresaron al proxeneta Guerrero. En su domicilio hallaron un álbum fotográfico en el cual estaban retratadas en ropa interior las chicas que trabajaban para él. Dos de esas fotos corresponden a las adolescentes de Las Flores. Sus nombres también aparecen en una "planilla de horarios y servicios" que prestaban las chicas en el burdel, que también fue allanado. Ese lugar es tal cual las chicas lo describieron en sus declaraciones: un recinto pequeño, con una barra, algunas mesas y dos o tres habitaciones con camastros y un baño compartido.

Guerrero quedó a disposición de la jueza Cosgaya bajo la imputación de corrupción de menores, facilitamiento de la prostitución, privación ilegítima de la libertad y asociación ilícita.

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