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 lunes, 30 de junio de 2003

Los chicos que trabajan en la calle tienen derecho a estudiar
Aula Solidaria es un proyecto destinado a niños y adolescentes que hanabandonado la escuela formal

"Aula solidaria nace con el sueño de que todos los niños concurran a la escuela, ya que cada vez son más los que quedan fuera del sistema: limpiando vidrios, abriendo taxis o juntando cartones", explica Ana Josefa Martín, docente y directora de la Escuela Nº 6060 de Coronel Dominguez. Silvia Pistarino también maestra y a cargo de un centro de atención para personas con discapacidad se une al proyecto y juntas -con Ana- se convertirán en las impulsoras de una experiencia alentadora para la educación de los chicos que menos tienen.

El primer paso que debieron dar las docentes fue averiguar quiénes no asistían a clases. Comenzaron en el barrio Solidaridad Social, fueron casa por casa y estuvieron respaldada socialmente por el padre Santidrián y el Equipo Arquidiocesano de Minoridad de Rosario.

"Nos encontramos con alumnos de todos los ciclos, excluídos del sistema educativo formal por reticencia, sobreedad o discriminación", cuenta Silvia. No todos los chicos que asisten a las aulas tienen la misma preparación, muchos recién comienzan su alfabetización, otros en cambio dejaron la escuela a causa de la violencia o repetición. Estas problemáticas abordadas y compatibilizadas en grupos reducidos y en forma personalizada tienen otro resultado.

Alrededor de 200 chicos asisten hoy a las aulas solidarias ubicadas en zona sur, oeste y Capitán Bermúdez. Los alumnos finalizarán noveno año, avalado por el Ministerio de Educación pero el proyecto que lleva tres años funcionando aún no cuenta con fondos oficiales. Un subsidio municipal de 750 pesos se destina para pagar el alquiler de una de las casas donde funcionan, gastos de limpieza y elementos, y otro de 500 pesos otorgado por Promoción Comunitaria alcanza a cubrir los pasajes de ida y vuelta de todos los maestros.

Un cuerpo de docentes voluntarias trabajan con atención y dedicación, tratan de respetar la currícula oficial, teniendo en cuenta las necesidades de los alumnos y las diferencias de edad. "A veces se nos hace difícil la contención de chicos que vienen de la calle. Todos los días tratamos de mejorar y enriquecer la modalidad", manifiesta Silvia.

Las fundadoras del proyecto se reconocen a favor de una educación integral que no sólo forma el intelecto sino a la persona. "Se les enseña a tener autoestima y a ser capaces de desarrollar todas sus potencialidades. Muchos chicos no avanzarán demasiado en la lectoescritura pero si se capacitan pueden encontrar una salida en los oficios o en el arte".

Las aulas solidarias en dos horas diarias contemplan todas las áreas propias de una escuela convencional como dibujo, teatro o gimnasia y fueron encontrando en cada zona de la ciudad, un lugar propicio para trabajar. En su mayoría vecinales o clubes que ceden espacio y buena disposición para ser realidad un proyecto que como lo llaman sus propias fundadoras, es virtual."No conformamos una escuela ni somos una institución paralela", aclaran.

Ana explica las diferencias que las aulas tienen con respecto a una escuela: "La población de los niños es fluctuante, un día vienen todos y en la jornada siguiente te preguntás qué pasó y entonces hay que ir a buscarlos. Se saturan y no asisten a clases por la estructura y funcionamiento de una institución que está degradada, no contiene a los niños como debería y los excluye del sistema, además la gran cantidad de alumnos por división no facilita la tarea", reconoce la docente.

Con una modalidad distinta los integrantes de aulas solidarias deben adecuar su funcionamiento a las demandas y requerimientos de los alumnos. El proyecto es llegar a ellos, realizan un seguimiento del alumno mediante un legajo que detalla su historia personal, familiar, social y escolar, y permite además percibir la conformidad y aceptación de padres y alumnos.

La historia de Marcos, uno de los alumnos del curso, demuestra todo lo que lograron Ana y Silvia desde que comenzaron el proyecto hace tres años, repartidas entre sus actividades personales y esta gran obra comunitaria. Marcos tiene trece años y dormía en la calle hasta que alguien del barrio se acercó a las aulas con la intención de hacer algo por él. Al principio no podía adaptarse, hoy logró continuidad en su aprendizaje, mejoró su conducta y cursa cuarto grado.

Las docentes reconocen que todos los días regresan a sus casas con una preocupación diferente: violencia, robo o drogadicción son problemas que enfrentan a diario. Pero cada logro las reconforta, cada chico que progresa en las aulas es su premio al esfuerzo.



Paulina Schmidt

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El proyecto respeta las diferencias de edad.

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