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 lunes, 30 de junio de 2003

Editorial
Sana medida protectora

Los cerrados discursos neoliberales que durante una larga década dominaron sin oposición el panorama económico argentino han dejado lugar a posiciones nuevas, con ejes distintos y ajenos a la antigua ortodoxia. Es en ese nuevo marco que debe justipreciarse la decisión del gobierno de restringir el ingreso al país de los capitales denominados "golondrina", cuyos efectos aún no pueden evaluarse con precisión pero cuyos objetivos resultan absolutamente claros.

Se trata, en este caso, de sostener la cotización del dólar evitando la entrada de importantes remesas de dinero que llegan atraídas por tasas de interés imposibles de conseguir en el Primer Mundo. Pero los beneficios que esta irrupción trae aparejados resultan nulos para la economía real porque el carácter de estas inversiones es sólo especulativo, es decir que no se relacionan con ninguna actividad de índole productiva, las mismas que la Nación necesita impulsar para regresar al crecimiento.

A partir de este lunes se obligará a los capitales que ingresen a permanecer un lapso mínimo de ciento ochenta días. Si los inversores decidieran retirar sus fondos con anterioridad al cumplimiento de ese plazo, se aplicará una retención en concepto de impuestos.

El problema de los capitales "golondrina" es padecido en mayor o menor medida por todos los países emergentes y se espera que arrecie en el futuro inmediato como consecuencia de la baja de tasas de interés en los Estados Unidos. El propósito de la medida gubernamental, de apariencia antipática pero fundamentos sólidos, es sostener el precio del dólar en los valores convenientes para despegue del país.

Más allá de las lógicas reacciones negativas que en los mercados provocó la decisión, reflejadas en el retroceso inicial de la Bolsa, resulta de sentido común respaldarla, sobre todo por parte del ciudadano medio. La Argentina recuerda con nitidez las funestas consecuencias que trajo la fuga de capitales en épocas recientes.

Los ejes de la economía han cambiado: conceptos antes impronunciables, como producción nacional, han pasado a encabezar la lista de las prioridades. Y acaso nunca debió ser de otra manera, tal cual lo ha expresado -no sin contundencia- la dura lección de la historia.

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