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 domingo, 29 de junio de 2003

Claves de un crimen. Una familia que no tiene consuelo
El dolor de la pérdida irreparable de Carla Palma
Trabajaba, tenía pareja y un pequeño hijo, pero una muerte absurda clausuró la vida de la joven

Paola Irurtia / La Capital

Carla Palma tenía la capacidad de movilizar todo su entorno cual un huracán. Estaba al frente de las actividades de su familia y amigas, con una capacidad organizativa que no entendía de resistencias. El dolor de su pérdida entrecorta la voz de sus familiares, pero su recuerdo sólo les provoca sonrisas, la alegría de compartir en el recuerdo los momentos que vivieron junto a ella, y que conservarán en la memoria con toda la fuerza que Carla generaba en el torbellino de sus 27 años. Toda esa fuerza colapsó el lunes pasado cuando se estrelló con la moto al enfrentar a dos jóvenes que quisieron asaltarla armados con palos y le arrebataron la vida.

Carla tenía un hijo de 8 años y hacía apenas cuatro meses que había logrado mudarse junto a Marcelo, compañero de los sueños que construyó los últimos siete años con el apoyo de sus padres, hermanos y amigas.

Hija de una familia trabajadora, después de terminar la secundaria en la escuela Juan Bautista Alberdi, Carla estudió cosmetología, inglés, computación y no dejó pasar ninguna oportunidad de trabajo. Vendió ropa que traía de Buenos Aires, bijouterie, portarretratos que ella misma diseñaba. Fue guarda en la línea 151 y los últimos años trabajó en la estación de servicios de Mendoza y Felipe Moré. Su sentido de la responsabilidad la define ante sus afectos tanto como su obsesión por su hijo.


Anécdotas inagotables
Las anécdotas que generó sobre el mantenimiento del orden y la limpieza son inagotables, y en su recurrencia en el recuerdo generan la risa cómplice de toda su familia. Carla no perdonaba la ausencia de un mantel sobre la mesa ni podía dejar los ceniceros sucios en medio de una reunión, y era capaz de combatir, paño en mano, las manchas flagrantes que dejaban grandes y chicos sobre las paredes que ella misma había pintado.

Cada una de esas "manías" son una muestra de la dedicación y el afecto que Carla ponía en cada una de sus actividades, y su modo de expresar cariño.

Era la mayor de cuatro hermanos: la seguían Anabella, de 24; Javier, de 22 y Melina, de 21. Fue capaz de impulsar cambios en la vida de todos desde chiquita. Sus papás, Beatriz y Sindolfo, cuentan que no tenía más de 8 años cuando, al ver a otros chicos, se encaprichó con pasar un día de pesca. Su entusiasmo arrastró a toda la familia, que terminó pasando jornadas completas de pesca acompañada por los mates de Carla, que finalmente desistió de ese deporte.

Su hijo, Maximiliano, ocupaba sus prioridades. Trabajando en sus días de descanso Carla había acumulado una quincena para compartirla en un paseo en familia durante el receso escolar. A pesar de todo el dolor y la bronca por el modo en que perdió la vida, su compañero y sus padres se preocuparon de preservar a Maxi de resentimientos y rencores. Sólo le dijeron que su mamá murió en un accidente con la moto.

La vida de Carla estaba íntimamente ligada a su trabajo, porque aspiraba a tener una casa propia, un auto lindo, viajar. Pero lo más importante era costear la educación de Maxi y, cuando llegara, otro hijo.


En familia
Todo lo hacía esforzándose en su empleo. Quienes la conocían aseguran que en el minimarket ni la estantería de los aceites estaba manchada y el piso relucía encerado, a riesgo de provocarle resbalones a sus compañeros.

Con la misma devoción cuidaba el aspecto de su casa hasta en los mínimos detalles. Y la dedicación que volcaba a sus tareas cotidianas, como preparar la merienda de su hijo, la cena de su esposo o hacer los arreglos de su casa, la tenía para organizar las reuniones familiares, o las fiestas con sus amigas.

Cuidaba su cuerpo con una rutina cotidiana que sólo interrumpía los días que el gimnasio estaba cerrado. Disfrutaba del sol y del río durante el verano, cuando incorporaba el viaje a la costa en sus tareas cotidianas, después del trabajo, con la compañía de su hijo y sus sobrinos.

No se privaba de gastos, que cubría antes de que se cumplieran los plazos de pago. Se compraba la ropa que le gustaba, aunque tuviera que trabajar días extras para pagarla y actuaba con la misma generosidad a la hora de elegir regalos a sus seres queridos.

Con su trabajo se compró la bicicleta en la que fue a trabajar durante años. Y otros años de trabajo invirtió en pagar la moto por la que perdió la vida, el lunes pasado, cuando, como todas las mañanas, iba a trabajar.

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Carla se había mudado de su casa hace 4 meses.

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