Año CXXXVI
 Nº 49.871
Rosario,
viernes  13 de
junio de 2003
Min 9º
Máx 15º
 
La Ciudad
La Región
Política
Economía
Opinión
El País
Sociedad
El Mundo
Policiales
Escenario
Ovación
Suplementos
Servicios
Archivo
La Empresa
Portada


Desarrollado por Soluciones Punto Com





Panorama internacional
La guerra sin fin

Jorge Levit / La Capital

A una semana de la cumbre de Aqaba, en Jordania, donde se puso en marcha el llamado "mapa de ruta" hacia la pacificación entre israelíes y palestinos, una sucesión de ataques violentos de ambas partes puso en serio riesgo este nuevo intento de resolver un conflicto que ya lleva más de medio siglo. Entender la raíz de este enfrentamiento no es una tarea sencilla porque según del lado desde donde se lo mire se podrían encontrar argumentos que justifiquen ambas posiciones.
Para empezar por lo más reciente, el "mapa de ruta" lanzado por Estados Unidos, Europa, Rusia y las Naciones Unidas fija como objetivo final el establecimiento de un estado palestino soberano en el 2005 y una serie de condiciones y pasos intermedios que deben cumplir simultáneamente israelíes y árabes. Entre los más importantes y primeros figuran el cese de los ataques de los grupos terroristas islámicos en Israel y el desmantelamiento de las colonias levantadas por los colonos hebreos en los últimos años.
El "mapa de ruta" fue aceptado plenamente por los palestinos y objetado en 14 puntos por los israelíes, sobre todo aquellos donde no había precisiones sobre temas muy complicados de resolver, como el retorno de unos cuatro millones de refugiados palestinos a territorios que hoy son parte del Estado de Israel.
Hamas, una de las facciones radicalizadas que más atentados suicidas cometió en Israel, aclaró poco después de la cumbre de Jordania que continuaría su lucha armada e interrumpía las negociaciones con el primer ministro palestino Mahmoud Abbas, quien no sólo debe desarmar a los grupos terroristas sino también enfrentar la sombra del propio presidente de la Autoridad Nacional Palestina, Yasser Arafat.
Desde que estalló en los territorios ocupados por Israel el segundo levantamiento palestino (intifada) hace unos dos años y medio, ya han muerto unos dos mil palestinos y unos 700 israelíes. A estas cifras escalofriantes deben agregarse las producidas durante la primera intifada de 1987, las de las cuatro guerras que enfrentaron desde 1948 a Israel con varios países de la región y las de las operaciones militares en el sur del Líbano, de donde Israel ya se retiró. También las víctimas de los ataques con cohetes a las granjas colectivas israelíes del norte del país o las matanzas en los campamentos de refugiados palestinos. La lista es interminable.
Palestinos e israelíes se disputan desde 1948 un territorio no más grande al de la provincia de Tucumán, luego de que las Naciones Unidas lo dividieran para que ambos pueblos establecieran sus estados soberanos. Fue en esa primera guerra, en la que Israel salió vencedor, donde nació la cuestión de los refugiados palestinos, que abandonaron suelo israelí a la espera de poder retornar a un Estado árabe palestino. Esa gente, que hoy suma unos cuatro millones de almas, se ha convertido en uno de los escollos mayores de cualquier plan de paz. Si Israel aceptara que retornen, el Estado hebreo virtualmente desaparecería porque Israel tiene aproximadamente una población total de seis millones, cinco millones son judíos y un millón son árabes israelíes. Las compensaciones ofrecidas a los refugiados para que vuelvan al futuro Estado palestino fueron rechazadas.
Los colonos judíos que levantaron asentamientos en territorios capturados por Israel en las guerras son otro obstáculo para la paz. Son varias decenas de miles de judíos mayoritariamente ortodoxos que sueñan con un gran Israel bíblico y a quienes no les importa vivir rodeados de poblaciones palestinas, lógicamente hostiles. La política de asentamientos fue propiciada por distintos gobiernos israelíes como una forma de extender sus fronteras sobre tierras árabes. Ariel Sharon, el premier israelí, ordenó esta semana el retiro de las primeras y más precarias colonias para cumplir con el "mapa de ruta" pero muchas de ellas volvieron a establecerse. Sin que Israel tome la decisión política de desmantelarlas y dejar de ocupar territorio palestino, todo esfuerzo de paz estará destinado al fracaso.
Un desafío similar tiene Abbas, el flamante primer ministro palestino. Si no logra desarticular a los grupos radicalizados, cuyos dirigentes envían a los chicos y chicas palestinos a inmolarse en Israel adentro de un micro o de un bar mientras ellos siguen en la vida terrenal, no hay ninguna posibilidad de distensión.
Ni a los colonos judíos ni a los grupos palestinos terroristas les interesa una solución pacífica del conflicto. Los primeros perderían un sueño más rayano con el delirio que con la realidad y los otros su liderazgo dentro de la sociedad palestina porque se terminaría la motivación para combatir.
Pese a este cuadro poco alentador, israelíes y árabes sí han podido ponerse de acuerdo en el pasado y terminar con el odio en muchas otras situaciones. Después de las negociaciones de Camp David, en 1978, Israel y Egipto firmaron un tratado de paz que se cumple hasta la fecha. Durante estos 25 años no se ha producido ningún incidente importante. Lo mismo con Jordania, cuando el ya fallecido rey Hussein (padre de actual monarca ashemita jordano) celebrara en 1994 un acuerdo de paz con su vecino israelí. Además, varios países musulmanes no árabes, como Turquía, mantienen una buena relación diplomática y de mutua cooperación con Israel.
El arreglo pacífico de este conflicto no parece una utopía, salvo que los fanáticos de uno y otro lado no encuentren freno en la supremacía de lo racional sobre lo divino. Este nuevo intento de terminar con la tragedia que agobia a familias israelíes y palestinas volverá a fracasar si en ambos bandos no hay coraje para tomar las decisiones políticas necesarias que despejen las lacras que obstruyen el camino.
[email protected]


Diario La Capital todos los derechos reservados