El buen clima con el que el nuevo gobierno arrancó su gestión se vio algo matizado, aunque no perturbado, por algunas notas discordantes. El titular de la Unión Industrial Argentina (UIA), Alberto Alvarez Gaiani, dio la clave cuando dijo que con un dólar por debajo de los tres pesos la industria no puede funcionar adecuadamente.
Por ejemplo la necesidad de pedir salvaguardias en un sinnúmero de productos que se traen de Brasil, a pesar de que con ese país se negocia una asociación económica mucho más estrecha.
Esta postura de la UIA desagradó al Palacio de Hacienda, al punto que obligó a realizar aclaraciones y disipar tensiones, ya que se produce en un marco donde la central fabril apoya las políticas activas que está implementando Kirchner.
También el agro había expresado preocupaciones acerca de las repercusiones de un bajo tipo de cambio sobre su rentabilidad. A pesar de ser competitivo su productividad lo hace más vulnerable a sufrir una fenomenal exacción de impuestos (retenciones), como se vio en los casi mil millones de pesos que entregaron por ese concepto en mayo.
Pero lleva al centro de atención al hecho de que con un dólar tan desinflado la parte productiva de la economía no puede funcionar adecuadamente. Sin embargo esta situación apoya la estabilización de precios y descarta cualquier rebrote inflacionario, mas bien se está hablando ahora de deflación, aunque esto en el marco de un amesetamiento de la producción y un nivel de consumo encalmado, que no era lo que se esperaba.
Un primer indicio favorable lo dio la decisión empresaria de bajar las naftas, el gasoil y el gas de garrafa. Ahora la incógnita es cómo reactivar la industria automotriz, multiplicadora de puestos de trabajo y de inversiones intermedias, pero que exige decisiones cuidadosas dado su elevado costo fiscal.
Kirchner deslizó apenas asumió, el anhelo de que el dólar se estabilizase en tres pesos, un valor que se podría calificar de equilibrio puesto que no trae nuevas presiones inflacionarias pero al mismo tiempo no es tan bajo que desestimule exportaciones o acarree una nueva ola de importación de bienes de consumo final sustitutivos de la producción nacional.
Pero esta posición del presidente fue calificada de "disparate" por el titular del Banco Central Alfonso Prat Gay. A pesar de que este funcionario pidió varias veces disculpas, el calificativo quedó grabado a fuego en la memoria de la gente.
Este momento el único que demanda dólares es el Central y que no hay interés de los importadores ni de los particulares, los cuales ya tienen suficientes, entre 25.000 y 35.000 millones debajo del colchón o en la caja fuerte bancaria, sin importarles las pérdidas que sufrieron con su mera tenencia.
Tras la plata del colchón
Esto inspiró el rumor de que la Afip en base a una circular del Central, iba a buscar los dólares de los evasores impidiéndoles el acceso a las cajas de seguridad, con el propósito oculto de obligarlos a sacar la plata y gastarla.
A pesar de la baja en su cotización, la oferta de divisas por parte del campo no se detuvo, quizás por temor a que baje aun más, aunque hay quienes dan otra interpretación que no convence del todo: que a raíz de la suba del euro (porque la mayoría de las exportaciones agrícolas se dirigen a Europa), compensan lo que pierden con el dólar.
Lo único concreto es que el dólar ya está instalado en forma perdurable sino definitiva por debajo de los tres pesos, y si se confirman los pronósticos de que la cosecha del año próximo superará en forma sustancial a la de 2003, ya muy abultada, es posible que el valor dólar baje aún más.
Es que el campo aun dentro de un apriete impositivo acuciante tiene menores costos operativos que la industria y como es el sector que provee más divisas, exportando el 80% de su producción, mientras que la industria sólo el 20%, es el campo finalmente quien impone el tipo de cambio a la industria, o a la ciudad, con el riesgo de revivir un conflicto histórico siempre latente entre ambos pilares productivos de Argentina.
En este marco las perspectivas de reactivación un poco más rápida dependen peligrosamente de fondos públicos, los cuales así como hoy parecen abundantes el día de mañana pueden evaporarse y no resultar ya significativos. De ninguna manera pueden ser un sustituto para las corrientes inversoras empresarias, que reviertan esta atonía en materia de planes de infraestructura y vivienda.
El problema de la prórroga de las ejecuciones hipotecarias es un disuasivo para quienes quieren invertir en vivienda y la discusión acerca de la reestructuración de deuda tampoco anima a acercar capitales al país, salvo aquellos especulativos y de corto plazo.
Con respecto a la recaudación, los 7.150 millones aportados en mayo con una contribución estelar por parte del impuesto a las ganancias, difícilmente se podrán repetir en los próximos meses y llevan a tomar con cautela la factibilidad de financiación de grandes planes de obras públicas en base a dineros públicos, valga la redundancia.