Año CXXXVI
 Nº 49.866
Rosario,
domingo  08 de
junio de 2003
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Dólar alto, un planteo tan viejo como la moneda
Las devaluaciones competitivas tienen un límite. La contracara pasa por el costo salarial

Marcelo Batiz

El encuentro del ministro de Economía, Roberto Lavagna, con la cúpula de la Unión Industrial Argentina (UIA) reavivó un debate tan viejo como la historia de la moneda en la Argentina.
La preocupación de Alberto Alvarez Gaiani, presidente de la central fabril, acerca de la apreciación del peso en relación con el dólar, puso sobre el tapete un añejo pedido de los grupos empresarios locales que, cuando es satisfecho por las autoridades de turno, les otorga una momentánea mejora de la rentabilidad en detrimento de asalariados y consumidores.
El esquema parece ser simple: un dólar alto representa una mejora en la competitividad de las empresas locales tanto en el plano internacional a la hora de ganar mercados con la exportación, como en el local, evitando o neutralizado la concurrencia de productos importados que con un tipo de cambio más bajo serían más baratos.
Sin embargo, la propia historia argentina demuestra que la propuesta tiene un alcance demasiado corto como para fijar en ella una política económica de largo plazo.
Por lo general, dura lo que tardan los precios internos en recuperar el terreno perdido a través de la inflación. O lo que es igualmente pernicioso, cuando a otro país competidor se le ocurre devaluar más de lo que devaluó la Argentina.

El más vicioso de los círculos
Allí se inicia el más vicioso de los círculos: se recurre a otra devaluación, a los efectos de "recuperar la competitividad perdida".
De ser real ese efecto deseado, la Argentina tendría que ser el país más competitivo del planeta, en vez de perder posiciones como lo señalaron últimamente la Ocde y el Foro Económico Mundial: desde 1914 la cotización del dólar en las sucesivas monedas locales se incrementó dos billones de veces (sí, un dos y doce ceros), pero la pérdida de posiciones en el intercambio comercial internacional en ese lapso es motivo de más de un estudio.
Pero la propuesta del "dólar alto" tiene una tercera faceta de la que pocos quieren hablar.
El valor de las monedas no sólo refleja los conflictos de intereses entre naciones o bloques económicos, sino también entre clases sociales dentro de un mismo país.

El poder adquisitivo de los salarios
Entre los costos que se reducen con las devaluaciones figura el laboral. Aquellos que perciben ingresos fijos lo experimentaron en carne propia no sólo en 2002, sino en cada ocasión en que los gobiernos echaron mano a las "devaluaciones competitivas".
El dólar alto puede traducirse o no en un aumento de exportaciones, pero trae forzosamente como consecuencia una pérdida del poder adquisitivo de los asalariados.
Los resultados del año pasado, con exportaciones similares a las de cinco años atrás, son por lo menos una invitación a la reflexión sobre la primera de las premisas.
En cuanto a la caída del salario real, no estaría mal que los sindicalistas que reclamaron la devaluación respondan a quién defienden.


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