Año CXXXVI
 Nº 49.866
Rosario,
domingo  08 de
junio de 2003
Min 2º
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Personajes y destinos: Horizontes, niños y una mujer con alpargatas

Roberto Caferra (Periodista)

"Los placeres de la vida se conocen cuando respirás el horizonte. Ojo, el horizonte virgen de intermediarios", me dijo una vez Jorge Amadeo Liporace un viejo marino que bebía ayahuasca entre las rocas de Punta del Diablo, en Uruguay. El barbado anciano sólo era feliz sobre un barco en medio del océano. Allá él. Porque cuando yo subo a barcos, barquitos, lanchas, lanchitas o botecitos de cualquier medida me mareo a los minutos. Apenas sí soporto cruzar al Charigüé y saludar a Hortensia, la chilena que atiende el pequeño almacén.
Mis placeres no remiten a lugares, incluido sus horizontes, sino a las compañías. Con mi chica puedo pasar veranos, inviernos, otoños en cualquier lugar del mundo y encontrar en ellos su punto de belleza. Así he disfrutado memorables noches dentro de una carpa en el Parque Sarmiento de Carcarañá o extensas caminatas en barrios no turísticos de La Habana.
He descubierto que con ella pueden potenciarse los atardeceres en Cabo Polonio y el sabor de sus algas en torrejas. O sin ella, llenarse de hastío las playas del Brasil.
Recuerdo una tarde llena de italianos gritones, germanas tetonas y un mar increíble en República Dominicana. Recuerdo que los ojos de Silvi brillaban mientras melodías centroamericanas amenizaban un happy hour mortal. Recuerdo que su miraba se sadamhuseimizaba si pasaba más de 3 segundos posando mis pupilas sobre la desnuda anatomía de tamañas mujeres."Si quieres swing, no seas esclavo del pasaporte", gritó Liporace. Y así fue. El horizonte, sus misterios, los miedos al avión. Mis niños. Oh, sí. Vacaciones boicoteadas por el terrorismo de Tomás y Lucas.
Antes de tener hijos en mi valija había libros, cuadernos con ideas literarias, ropa interior sugerente. En el último verano el 70 por ciento del equipaje estuvo destinado a ellos: mamaderas, pañales, leche en polvo, juguetes para Tomás y ese osito inflable que tanto le gusta a Lucas.
Tengan piedad. Cuando Tomi tenía un año lo llevé a conocer La Paloma (Uruguay). Allí había pasado algunas temporadas y pensé que era el lugar ideal. Silvi, el niño y yo. Sólo los tres en una cabaña con vista al mar. Ahí descubrí que el placer del lugar había mutado. Las playas antes solitarias se habían convertido en un lugar inhóspito. "¿Dónde hay un maldito niño para que Tomás juegue con él y yo pueda leer aunque sea el diario?". El sol antes tan energético y saludable era el culpable de que "todos" nos vayamos a dormir siesta desde las 12 hasta cuatro de la tarde. "Hay que proteger la piel Tomi", pedía su madre. Ufa.
A los cinco días reaccioné. A los seis enloquecí. A los ocho agarramos el auto, dejamos "ese paraíso" y en 15 horas ingresamos a Punta Mogotes. Nacho Del Vecchio y el Gringo Micheli nos esperaban con sus mujeres y sus hijos. El horizonte ni se veía. Pero para qué. Tardes de fútbol playero para nosotros. Mamaderas y pañales para ellas. Almuerzos en la playa para nosotros, siestas interminables para ellas.
Y saben qué. Los ojos de mi chica allí también brillaban. Conocí el horizonte huyendo de su ira. Qué lindo era estar en Mar del Plata esquivando el lanzamiento de las alpargatas de aquella mujer furiosa.


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