Año CXXXVI
 Nº 49.866
Rosario,
domingo  08 de
junio de 2003
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El cazador oculto: Noche de cine y gris de ausencia

Ricardo Luque / Escenario

Lo último que uno espera encontrar en una velada de gala es un vendedor de praliné, y eso es precisamente lo que había frente a las puertas del teatro La Comedia en la función de apertura del 1º Festival de Cine Iberoamericano. El carrito, envuelto en el inconfundible olor dulzón que emana del azúcar quemada, partió temprano. Se ve que el frío, la noche oscura y, sobre todo, la falta de clientes lo ahuyentó del lugar. Y no es para menos, si no fuera por la iluminación de la fachada de la sala, la esquina de Mitre y Ricardone sería capaz de ahuyentar al mismísimo demonio. Tanto es así que el puñado de espectadores que asistió a la inauguración del encuentro, corridos por la inclemencia climática y la sensación de inseguridad, no dudó en refugiarse en el hall del teatro. No eran muchos, pero estaban contentos. Y eso que no había alfombra roja ni estrellas ni nada que se le parezca. Sí estaba Mario Piazza, quien con sus gafas gruesas, su sempiterno saco tweed marrón y su pañuelo al cuello era el único de los invitados que daba el "physique du rol" del cineasta comprometido. Su colega Héctor Molina, quien llegó sobre la hora, sin apuro y abrigado con una gruesa campera de cuero, parecía más un motoquero que el jurado de una muestra de cine que realmente era. Y Horacio Ríos, el factótum del evento, con su barba rala, el pelo ensortijado y revuelto y su sacón negro de paño daba justo como capitán de barco varado en un puerto del Adriático. Pero su mirada perdida no tenía nada que envidarle a la del agudo crítico de cine Guillermo Bruno que, pálido como un fantasma, se acurrucaba en un rincón buscando un poco de calor de hogar. Su par Fernando Toloza no desentonaba, arrumbado en una butaca, tenía el aspecto abatido de los intelectuales existencialistas que poblaban los cafés parisinos en los 60. Entre tanto gris de ausencia sólo brillaba ella, Nora Nicótera, quien estaba allí pero soñaba con irse. En la cartera atesoraba un ticket para el show de los Stones en el Mont Juic, y quería usarlo con el hombre que la llevó a ver a Paul McCartney. Una quimera.


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