Adolfo Pérez Esquivel ha logrado reconocimiento internacional por ser un premio Nobel de la Paz y su defensa irrenunciable de los derechos humanos; pero también es un educador que trabajó como maestro de escuela primaria, en la secundaria, en los profesorados y ahora lo hace en la universidad. Como tal, en una charla organizada por el programa "El diario en el aula" de La Capital, que reunió a unos 300 docentes, habló de Paulo Freire y de sus trabajos en pro de una educación liberadora, rechazó el monopolio de la palabra que ejercen ciertos medios de comunicación. Se solidarizó con Ofelia, una maestra toba de Rosario víctima de la persecución policial en los últimos días. Definió a la democracia como una forma de vida justa; se hizo tiempo para invitar a una ocasional periodista de una radio local a sentarse junto a él para que pudiera hacer mejor su trabajo y se acordó en todo momento de los santafesinos afectados por la inundación. Para todo esto, Pérez Esquivel se valió desde el principio de una estrategia que bien conocen los maestros: la de elegir un cuento como excusa que funcionara como un rompecabezas para "refrescar ideas y evitar las lucubraciones teóricas", según dijo a su audiencia reunida el miércoles pasado en el Centro Cultural Bernardino Rivadavia, en una convocatoria que llevó adelante también la Dirección de Educación Municipal. Esta vez el autor elegido fue su amigo Gabo (Gabriel García Márquez). La historia tiene como protagonista a un niño que no deja trabajar a su padre científico abocado a investigar soluciones para los problemas de la humanidad. El niño se ofreció a ayudarlo, pero su padre pensó que mejor sería buscarle un entretenimiento alejado de su trabajo. Optó entonces por recortar en partes una revista donde aparecía una foto del mundo, y le pidió que, como si fuera un rompecabezas, "arreglara el mundo", en la convicción de que eso mantendría al niño ocupado unos 10 días. Sin embargo, a las dos horas el chico volvió asegurando que ya había arreglado el mundo. El padre, asombrado, le preguntó cómo lo había hecho. "Papá, cuando cortaste la hoja, del otro lado había un hombre y, como yo conozco al hombre, di vuelta todos los papelitos, primero arreglé el hombre, y cuando giré la hoja había arreglado el mundo", explicó el niño a su padre. Sin dejar pasar más tiempo, Pérez Esquivel se dirigió a su audiencia para señalar que es, justamente, al ser humano a quien no debe perderse de vista. "Tenemos que tener presente siempre a ese hombre, a esa mujer, a ese niño, a ese anciano que nos cuestiona, nos interpela y nos reclama un lugar en el mundo con los mismos derechos que todos". Pero, para esto consideró que los educadores primero deben tener una mirada hacia adentro, la que "sólo es válida cuando la reconocemos en el prójimo". Muerte de las culturas El tema de la charla que había convocado a los docentes era "El papel de la escuela en la democracia y los derechos humanos". Por eso, quien preside el Servicio de Paz y Justicia reflexionó sobre un eje crucial para la cuestión planteada: "El pensamiento único, que se nos impone y que es la muerte de las culturas, de las identidades, que se ve en la pérdida de valores, en la masificación de las conciencias y en la dominación". Contrarrestar esto es una tarea que tiene la escuela. En su opinión, los educadores pueden hacerle frente a este desafío "a través de potenciar el pensamiento propio, los valores, la espiritualidad, la conciencia crítica", porque, según entiende, "la dominación no comienza por lo económico sino por lo cultural". Como luchador por los derechos humanos y en la búsqueda de soluciones pacíficas a los problemas de las regiones, Pérez Esquivel recorre el mundo. Hace unos días llegó de Chiapas (México), donde participó de un encuentro internacional. "El pueblo maya -dijo de esta visita -habló de la necesidad de liberar la palabra y volver a mirar los conceptos. Por ejemplo, este pueblo prefiere hablar de equilibrio antes que de desarrollo, eso que nosotros entendemos en un sentido de avanzar en materia de tecnologías para asemejarnos a países como los Estados Unidos. Eso a los mayas no les interesa, ellos hablan del equilibrio que tiene que tener el ser humano con el universo, con dios". Para él esta idea cobra mucha fuerza en cualquier acción educadora porque entiende que "el pensamiento sin sentimiento es la gran tragedia de la vida". Por eso, añade que es necesario buscar ese equilibro del que hablan los pueblos indígenas. Algo, por otro lado, muy unido a la búsqueda de la paz, concepto que -bien lo saben quienes militan este ideal en el mundo- no significa sólo la ausencia de guerra sino la posibilidad de construir una vida armoniosa. "Cuando se produce ese desequilibrio se genera conflicto", sostiene. Como ejemplo de estas rupturas, Pérez Esquivel citó "la falta de respeto que se le tiene a nuestra madre tierra, a la Pachamama, y a lo que ahora vemos como consecuencia en las inundaciones". Cuando se rompe el equilibrio "vienen la guerra, la violencia, la falta de respeto de unos con otros. Aparecen estas tragedias que vivimos como la guerra en Irak, la militarización de América latina y la pobreza". Estos y otros temas se fueron sucediendo a lo largo de la charla, y se vincularon con lo que Pérez Esquivel define como el eje mismo de la educación: "Generar conciencia de hombres y mujeres para la libertad, porque sin libertad no hay capacidad de amar", una idea que para él trasciende las relaciones personales y se proyecta en el plano social. Acerca de los héroes Durante toda su exposición Pérez Esquivel se valió de anécdotas que recogió en sus viajes. Una de ellas se llevó los aplausos del público. Según señaló el Nobel, cuando se enseña la historia en la escuela se lo hace a partir de las guerras y revoluciones, nunca desde lo que el ser humano construye sino de lo que destruye; y los héroes son siempre los guerreros. Para explicar esto, apeló a un hecho ocurrido en una sesión de la Organización de Estados Americanos (OEA). "En cierto momento -contó para los maestros- el moderador nos preguntó a los premios nóbeles que estábamos allí quiénes eran nuestros héroes. Alguno mencionó a Churchill, otro a Washington, hubo quien a Bolívar y, cuando me llegó el turno, dije que mi héroe era mi abuela. Sencillamente porque mi abuela era una india guaraní que nunca llegó a hablar el español, pero una mujer que labraba la tierra, que tenía que alimentar a sus hijos y que trabajó toda su vida. Esa es la heroína cotidiana, la persona que todos los días de la vida tiene el coraje y la dignidad de construir y no de destruir".
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