Año CXXXVI
 Nº 49.847
Rosario,
martes  20 de
mayo de 2003
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Es vox pópuli cómo se evade en comercios rosarinos. ¿Por qué se tolera?
La venta sin factura o con una boleta trucha ya ni se disimula
Hay quienes cobran sin dar nada a cambio. Otros apelan al fraude, como falsos tickets o cajas descompuestas

Silvina Dezorzi / La Capital

La promesa de luchar contra la evasión impositiva ya es un clásico en la propaganda electoral, aunque después raramente se cumpla. ¿Pero qué pasa con los ciudadanos comunes, que salen a hacer sus compras y aceptan como si nada que no les den factura? Para evadir, los comercios rosarinos apelan a recetas diversas y hasta ingeniosas. "Detalle analítico" de un prometido ticket adjunto que nunca aparece, boletas truchas, controles de salida donde se retiene "la cuenta", tándem de cajas -una descompuesta que no emite facturas, otra sana pero "en la que hay que esperar"- y a veces, nada de nada. La manganeta no es exclusiva de pequeños locales, como verdulerías, almacenes o quioscos. Al contrario, se da incluso en costosos trabajos por encargo y grandes comercios de la ciudad, donde el curro impositivo es francamente alevoso.
La lista de comercios evasores que ni siquiera disimulan es vox pópuli. Incluye megafarmacias, tenedores libres, restaurantes, boutiques, talleres mecánicos y hasta casas de electrodomésticos. Aunque la omisión de la factura en algunos es regla general (excepto si se paga con tarjeta), los únicos que no parecen enterarse son los inspectores de la Administración Federal de Ingresos Públicos (Afip). Si no, ¿cómo se explica tanta impunidad?

¿A usted no le pasó?
Caso Nº1. Cuatro personas cenan en un gran local de comidas. Comen y gastan bien. Después de los postres piden "la cuenta". Llegar llega, sólo que no es factura. Pagan. En la puerta, un empleado hace "control de salida", es decir, retiene la boleta trucha, prueba del delito. "¿Y la factura dónde está?", se atreve por fin a preguntar un cliente. Respuesta confusa primero -"ya la pagó, señor"-, invitación para retirarla al fondo del local después, palabras y gestos poco cordiales en una accidentada salida.
Caso Nº2. Farmacia abarrotada. Pago al contado. De la impresora no sale una factura, sino un fraude. "Detalle analítico del ticket adjunto", se lee, aunque el ticket nunca aparece. Al pie del comprobante, por así llamarlo, todo parece en regla: IVA responsable inscripto, Cuit número tal, ingresos brutos y etcétera. De yapa aclara: "A consumidor final". Los clientes salen convencidos de llevar una factura a cuestas.
Caso Nº3. Casa de electrodomésticos. La compra es por una heladera, una estufa y un microondas. La suma se acerca a los 2 mil pesos. Si el cliente acepta no llevarse factura -resguardada la garantía- le sale bastante menos.
Caso Nº4. Supermercado chino. Dos cajas. Cuando la clienta, que acaba de pasar un carro lleno, reclama el ticket por el monto que le piden, la empleada le explica -en media lengua- que la registradora no funciona. "Si quiere el ticket tiene que pasar la mercadería de nuevo por la otra", le explican a la clienta los de la cola, impacientes con la demora y acostumbrados al manejo.
Los casos podrían seguir. Para no abrumar, baste decir que hay calles y galerías céntricas enteras donde la evasión en venta de ropa es una constante.
La pregunta es por qué pasa esto con el dinero que se supone va a sostener, por ejemplo, la salud y la educación públicas. En orden de responsabilidades la primera respuesta es por (¿falta de?) voluntad estatal, que tolera la evasión entre otras cosas porque a alguien le conviene. O sea, al que evade y al que permite evadir. Los que saben hablan de coimas mientras la Afip aduce que faltan inspectores.
La segunda respuesta apunta a la tolerancia popular. Cuando lo que se extiende a los compradores son boletas truchas, muchos ni siquiera se dan cuenta. Otros, los menos, reclaman. En esos casos en general se les da, aunque hay excepciones de comercios que, de tan cebados, se atreven a negarlas.
Pero hay otras sensaciones más nebulosas que explican la tolerancia. Un espíritu difuso de rebelión fiscal, simple vergüenza y hasta solidaridad con los negocios. Pero la comprensión no es recíproca. El comerciante que vende sin factura se queda con el 21%. Y sabe que estafa tanto al Estado, o sea, a los servicios que que éste brinda, como a sus clientes.



Ilustración: Gabriel Ippoliti.
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