Año CXXXVI
 Nº 49.846
Rosario,
lunes  19 de
mayo de 2003
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Historia. Voluntarias rosarinas viajaron para ayudar a inundados santafesinos
Limpiando las huellas del Salado
El agua se llevó casi todo, menos la voluntad de los vecinos de barrio Centenario para volver a empezar

María Laura Favarel / La Capital

La catástrofe ocurrida en Santa Fe conmovió a todos y, especialmente, golpeó los corazones rosarinos que, tal vez por la cercanía, se vieron profundamente afectados. Muchos fueron quienes los primeros días concurrieron a la sede de Cáritas en Rosario con kilos de donaciones. Pero también hubo otros que no se conformaron con ayudar desde su lugar y quisieron llegar hasta el centro del desastre. Entre los contingentes de voluntarios hubo uno de 20 mujeres rosarinas que se trasladaron al barrio Centenario de Santa Fe con el fuerte deseo de ayudar en lo que sea y como fuera.
Diez días atrás, esta zona de casas bajas se encontraba tapada por dos metros de agua. Ahora los vecinos que volvieron cepillan persianas, muebles y autos, intentado despegar el barro contaminado que, como impronta indeleble, dejó el agua del Salado. Todavía siguen sacando de sus casas objetos podridos a la puerta para que los retire la pala mecánica.
Basta detenerse ante las caras de los vecinos para dimensionar los daños de la catástrofe. Parecen no culpar a nadie ni buscar explicaciones. El impacto fue tan grande que aún observan atónitos sus propias pertenencias ahora convertidas en un cúmulo de desperdicios.
Beatriz, una de las señoras del barrio, espera a las voluntarias con los brazos abiertos. Luego de una calurosa bienvenida, guantes en mano, les pregunta cuántas son. "Veinte" responden las mujeres rosarinas, con ganas de lanzarse al trabajo. "¿Veinte?", vuelve a preguntar Beatriz, y agrega: "¡Yo necesito cuarenta!". Esta es la realidad de la gente. Urge eliminar el barro que invadió hasta lo más íntimo de sus casas. Y también hay que llevarles aliento y fuerzas para colaborar.

La casa de Coti
Botas, guantes, lavandina y detergente, las voluntarias van a diferentes casas, algunas van a la escuela. La casa de Coti, donde vive con su marido y sus tres hijas, es una de las tantas que quedó bajo el agua. A ella y a sus hijas la rescataron en canoa.
Para esta familia el trabajo es doble porque muy cerca tenía un negocio de ropa que también quedó cubierto por el agua. Coti intenta salvar la ropa lavándola a mano, porque todavía están sin luz. Unos amigos vienen desde el centro para llevarse algunas prendas para lavar y ayudar de este modo a la familia.
Según las necesidades de cada vecino, las voluntarias encuentran múltiples tareas por realizar. De rodillas en la vereda, como todo el vecindario, friegan con fuerza las sillas de la casa, ahora despintadas y oxidadas. Pasan una vez y otra la esponja, que se deshace entre los dedos, con cloro y detergente. Las horas vuelan y el trabajo se acumula. La tierra tarda en despegarse. En cada rincón, en cada mueble, en cada abertura se ve la marca del azote que dejó demudados a los moradores.
Adentro, el empapelado ya se cayó completamente y las huellas del agua aparecen con el moho que descascara las paredes. En la parte trasera, sobre un tablón, están los vasos, cubiertos, saleros y adornos que Coti guardaba en la alacena, ahora destrozada. Y al desarmar la campana de la cocina, a diez días de la tragedia, todavía cae agua negra.
Mientras limpian, la dueña de casa vuelve a narrar aquella noche desesperante que cambió la historia. "Al principio -relata Coti- cuando comenzó a entrar el agua subimos algunas cosas a la mesa, pero después vimos que el agua seguía avanzando. Levantamos lo que pudimos y desde la planta alta observábamos cómo subía el agua sin perdonar nada. Las sillas flotaban y se sentía el crujir de la vajilla en el agua. Terminamos en el techo, desde donde nos sacaron en canoa".
Después de pasar un día y medio con esta familia, de fregar ventanas, rasquetear pisos y paredes, las voluntarias deben regresar. Los vecinos de barrio Centenario las despiden con los ojos emocionados y palabras cargadas de agradecimiento. Pero en realidad, más conmovidas están las voluntarias, quienes aprendieron mucho de estas personas que trabajan duro para sobreponerse a esta dura catástrofe. No abundan las palabras en ese momento. Basta saber que todas parten con el firme propósito de volver.



El agua dejó barro en aquellas cosas que perdonó. (Foto: Hugo Ferreyra)
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