Santa Fe (enviado especial).- Desde los techos miran con desconsuelo el agua marrón, cada vez más olorosa y pesada. Todo el mundo habla de "las pestes" con renovada insistencia. De la misma forma, se empieza a pensar en que lo peor está por ocurrir cuando finalmente bajen las aguas y los desposeídos por la violencia de la crecida se enfrenten a la más cruda cara de esa pérdida, el barro en las paredes, el piso y en el techo, y las preguntas sin respuesta, ¿cómo se remonta semejante desastre, quién va a pagar toda es pérdida, cómo se empuja la angustia pegajosa de un futuro sombrío? Y mucho peor si se da crédito a lo que todo el mundo dice pero que nadie quiere confirmar: que aparecerán más muertos.
Desde el helicóptero de la Prefectura, a unos cien metros para abajo se ve una inmensa masa marrón de la que sobresalen apenas los techos de las casas en las zonas que aún siguen muy comprometidas, como los barrios San Lorenzo y Chalet, en el sur de la ciudad capital.
El piloto explica que esa máquina se usó muchísimo para abastecer de agua mineral y comida a las familias que se quedaron en el techo para evitar que les robaran lo que la crecida del Salado no terminó de destruir.
Timoteo Britos seguía ayer en el techo de una casa de Juan de Solís y Entre Ríos, en el barrio San Lorenzo, una zona de casas sencillas. Tiene 60 años y está tratando de terminar las gestiones de su jubilación como empleado de la desaparecida Dipos. A dos casas de donde está tiene un centro de ventas que puso hace 15 años. Aparentemente resignado cuenta que sí, perdió todo. "Hasta voy a tener que tirar docenas de pares de ojotas porque no sirven más. Ni hablar de las golosinas y tantas otras cosas que tenía. Todo quedó bajo el barro", dice.
Con la ayuda de tres vecinos intentaba sacar una heladera y un freezer para llevarlos hasta alguna parte seca, y preguntaba a los efectivos de la Prefectura si era verdad que mañana van a desalojar el barrio y cerrarlo en cuarentena por el peligro de contagio de algunas enfermedades.
"Por suerte se terminó la lluvia; pero qué frío ha hecho estas últimas noches. Menos mal que me pude hacer un toldito y estoy a cubierto. Sí, ya está empezando a pudrirse el agua. Es que por acá hay muchos animales muertos, ¿ve allá en la esquina?, está asomando el lomo de un perro", dice.
El barrio San Lorenzo está a pocas cuadras del terraplén ahora cerrado que evita que el Salado siga vertiendo agua, pero tampoco deja escurrirla. El olor se hace cada vez más intenso. Muchos vecinos resistieron hasta el final, pero decidieron abandonar sus casas. "Esto no se aguanta más", explicaron.
"La inundación fue como una bala. Llegó de golpe. En dos horas el agua subió a casi cuatro metros. Apenas si tuve tiempo para sacar a mi señora, mi hija y los chicos (sus tres nietos). Primero había subido algunas cosas (un televisor y algunos muebles) cerca del techo. Pero, después no alcanzó y me quedé en el techo. Sí, las primeras noches hubo tiros; dijeron que en otros barrios mucho más", contó Britos.
Por las noches, varios helicópteros sobrevuelan la zona de desastre. Algunos tienen potentes reflectores para "señalar" a las tropas y la policía dónde ocurre algún delito, iluminando y quedando suspendidos en el lugar.
Efectivos de la Prefectura que estuvieron desde los primeros momentos de los rescates y siguieron luego en las mismas tareas durante doce días, recordaron con espanto lo que vivieron. "Iba en una lancha con capacidad para ocho personas, y en un abrir y cerrar de ojos tenía encima un montón. Parecían hormigas que se subían. A los gritos les pedía que esperaran porque nos íbamos a ahogar todos. La gente gritaba, lloraba, se agarraba de la borda. No tuvimos ningún accidente gracias a Dios, porque podría haber pasado cualquier cosa".
La violencia del agua que irrumpió por la brecha de la unión entre la defensa nueva y la antigua en el terraplén que contiene al Salado al norte de la ciudad (unos 800 metros cúbicos por hora al comienzo) doblegaba los motores más potentes de las lanchas, y hasta las tornaba ingobernables por momentos, enviándolas con gran impulso contra muros y construcciones.
Britos vive en la casa de Solís y Entre Ríos hace 46 años. "Antes, por aquí (y señala dos franjas de varias cuadras a cada lado de su casa) no había nada, arenales nada más. En el gobierno de Campagnolo -Adan Noe, ex intendente de la ciudad de Santa Fe en 1976-, las tierras municipales se empezaron a lotear. Y después siguió creciendo".
Sobre el techo de Solís y Entre Ríos también está Guillermo Maciel, de 25 años, y su hermano Hugo, de 37. Guillermo tiene un taller de reparaciones de motocicletas que levantó en esa esquina. Muestra las partes de un ciclomotor y un scooter que apenas asoman de la mezcla marrón que cubre el patio de la casa. "Tengo cuatro motos bajo el agua".
Hacía pocas horas que había sacado una heladera y un lavarropas que tenían adherida una fina capa de moho y barro verdoso que se había pegado como lapa a la pintura. También había rescatado una mesa de estilo francés. "Era de mi abuela, que la tenía hace 70 años", explicó mientras trataba de abrir un cajón trancado por la hinchazón de la madera.
Todo arruinado
Guillermo está desocupado y trataba de salir adelante con el taller. Logró juntar todas las herramientas, pero no tuvo tiempo de subirlas al techo. Se turna con los otros dos hombres y otros vecinos para cuidar que no les roben. ¿Qué?, si todo está bajo agua, arruinado.
"Lo que puedan. Se acercan con piraguas, porque son silenciosas, y tantean. Tratan de llevar heladeras, lavarropas, muebles, motos", dijo, y sostuvo que varios hombres de la cuadra se habían armado para detener los intentos de robo.
Los hombres de la Prefectura vivieron una situación singular. Al inicio de los rescates y auxilios habían dejado las armas de dotación para que no se les mojaran. Pero en varios puntos quedaron en medio de tiroteos. "Estuvimos en operativos cuando se inundó Resistencia, y en Goya, y nunca nos había pasado algo parecido", comentaron. Tuvieron que regresar a las armerías, recoger pistolas y chalecos antibalas antes de reanudar el operativo de salvataje, con el agravante de que no sabían qué les esperaba además de la crecida.
Contra los cables
"La correntada nos mandaba contra los cables coaxiles de la televisión", recordó un suboficial. Los cables estaban suspendidos a la altura del cuello, y el riesgo de un accidente fatal resultaba enorme en medio de la oscuridad, la correntada y la desesperación de la gente. Y cortaron los cables para poder seguir.
Ayer quedaban unas mil manzanas inundadas.
Britos trataba de llegar hasta el comedor de su casa, todavía con más de un metro y medio de agua embalsada. "La heladera flota, entonces la atamos con una soguita y la llevamos despacito hasta la lancha. Ahí, la subimos", explicaba a Guillermo, quien todavía seguía en calzoncillos después de sacar algunas cosas suyas del agua. "La mancha de los artefactos sale con hipoclorito (lavandina), y también desinfecta. Hay que hacerlo con mucha paciencia porque el peligro de que uno se contagie alguna enfermedad es muy grande", explicaba.
Pero, hay otros objetos que no podrá recuperar. La historia propia, las fotos familiares, esas imágenes que muestra por qué se fue haciendo viejo y qué le trajo la vida.
En uno de los techos linderos, dos perros dormitaban al sol. "En esa casa ya se fueron, pero quedaron los perritos (eufemismo para dos tremendos ovejeros alemanes), que cuando sienten ruidos raros empiezan a ladrar y nos avisan. Hace una hora les di agua fresca y un poco de fideos. Están bien", dice Britos.
Un extraño símbolo que se recorta en la mayoría de los techos, tanto de cemento como de chapa: las figuras de los perros (muchos) y de palos y caños con banderas de la provincia (en algunas también se ve de la Argentina).
Como Timoteo Britos, otras veinte familias en las manzanas cercanas esperan hasta último momento para abandonar sus casas. Sus historias son muy parecidas, se repiten. A la fuerza, porque los desalojan o porque la podredumbre tan cercana los acorrala, tienen que irse de sus casas. Saben que lo peor está por venir, y será cuando se encuentren con los despojos sucios y el resumidero en que quedó convertida cada casa cubierta por el agua. Cuando puedan volver.