Un certero tiro al pecho de la víctima como garantía de impunidad. Según el fallo que acaba de condenar a reclusión perpetua a dos homicidas, ese fue el móvil del crimen a sangre fría de un vendedor de garrafas asesinado cuando la víctima descubrió a dos ladrones intentado robar a bordo de su camioneta una mañana de mediados de diciembre de 1999.
Si bien sólo uno de ellos apretó el gatillo, el juez que los condenó consideró que el otro es igualmente responsable y que merece idéntica pena que el autor material porque antes de iniciar el atraco se pusieron de acuerdo y se dividieron los roles: uno entraría en la camioneta y el otro esperaría para escapar de la escena.
Además del móvil del crimen, en el veredicto judicial queda claro que la colaboración de una gran cantidad de testigos fue decisiva para descubrir a los homicidas. El aporte de cada uno de ellos, que los investigadores unieron con paciencia como si se tratara de un rompecabezas, permitió que finalmente los identificaran y enjuiciaran.
Sin siquiera imaginarlo, Humberto Folch fue al encuentro de la muerte cuando interrumpió el reparto de garrafas para bajar en un autoservicio a comprar un par de litros de leche.
Chapulín, como le decían quienes lo conocían, dejó el vehículo estacionado frente al negocio y cuando regresó, instantes después, vio a un ladrón adentro de la camioneta buscando algo para robar. Indignado por lo que vio, lo único que se le ocurrió fue gritarle "choro".
Fue el último acto de sus 60 años. El ladrón saltó de la camioneta, corrió hacia él con un revólver en la mano y le disparó a quemarropa.
Folch se dobló hacia delante, cayó en cámara lenta y finalmente golpeó la cabeza contra una de esas máquinas en la que se puede ganar un osito de peluche a cambio de una moneda. Murió casi en el acto.
Antes de escapar, el homicida tuvo tiempo para buscar en el cuerpo agonizante de la víctima algo para robar. Después corrió al encuentro de otro sujeto que lo esperaba en una bicicleta y juntos huyeron hacia la Villa La Cerámica.
Muchas personas habían visto el episodio pero al principio nadie quería hablar. Los silenciaba el terror, entre otras razones porque varios conocían a los asaltantes.
Fue un llamado anónimo a la comisaría del barrio el que aportó la primera pista para detener a uno de los delincuentes. La policía lo atrapó en una casilla de Pasaje Dos al 1500 y lo identificaron como Rodolfo Orlando Ferretti, alias Tato.
Jeremías Gonzalo Paulazzo (Jere) cayó un tiempo después. Para entonces, el abogado Marcelo Folch llevaba días caminando por el barrio y hablando con la gente. Trataba de encontrar y convencer a los testigos para que contaran lo que vieron. Marcelo es uno de los tres hijos del hombre asesinado.
La pena máxima
Uno a uno, finalmente los testigos aparecieron. Fueron muchas las personas que aportaron datos para reconstruir el crimen. Algunos confesaron que no hablaron antes por miedo ya que habían sido amenazados. "Si hablás te vamos a cortar en pedacitos", contó uno de ellos que fueron a decirle un día a su casa.
Si esos testigos hubieran callado, las pruebas contra Ferretti y Paulazzo hubiesen sido muy débiles y probablemente ahora estarían libres.
Según la minuciosa reconstrucción que hizo el juez Luis Giraudo en el veredicto, basándose precisamente en los testigos, Ferretti es quien entró en la camioneta de Folch para robar y quien lo fusiló al ser descubierto por el repartidor de gas. Paulazzo, en tanto, presenció todo el episodio y ayudó al cómplice a esfumarse cuando la víctima ya agonizaba tendida en el suelo.
El juez Giraudo condenó a ambos con la misma pena: reclusión perpetua. Es la máxima para quien comete un homicidio con la intención de garantizar su propia impunidad, pero la última palabra la tendrá un tribunal superior porque los acusados pidieron una revisión del fallo.