| | El momento de la naturaleza
| Víctor Cagnin / La Capital
A propósito del desamparo y de la soledad del ciudadano, en La Nación del domingo se publica una entrevista al sociólogo polaco Zygmunt Bauman donde se destilan algunos conceptos sobre la época actual que resultan contenedores o al menos pueden ayudar a interpretar algunos fenómenos. Bauman acaba de editar su último libro, "Modernidad líquida", donde expone que el rasgo de este tiempo es el de convertir en líquido todo aquello que sea sólido. La metáfora es utilizada para comprender la naturaleza del momento donde los vínculos entre las elecciones individuales y las acciones colectivas no son sólidas, no hay pautas y la responsabilidad de los fracasos recae con fatalidad en el individuo. Resulta más que oportuno el reportaje y, en consecuencia, inevitable ir a la lectura del libro. Durante la última semana, los espacios de los medios de comunicación de todo el país fueron ocupados por la catástrofe que ha generado la crecida del río Salado. Y la población, testigo de lo que allí ocurre por los medios, ha tratado de mitigar la tragedia a través de la solidaridad. Tal como ocurrió con la guerra de Irak, de una u otra forma respondió frente a las imágenes, en este caso con acciones conmovedoras desde todos los puntos del país. Es que el avance devastador de las aguas puede arrojar más enseñanzas de lo que uno se imagina. Existe por un lado el daño tremendo, irreparable sobre las vidas, casas, barrios, pueblos y cultivos de la cuenca, del que se puede saber acabadamente, porque nadie oculta algo frente al desastre. Pero al mismo tiempo, se registra la licuación repentina de algunas pautas de comportamiento que también son llamativas. Se supone que algo de esto les está ocurriendo a algunos funcionarios de la provincia y de la ciudad de Santa Fe, entre ellos el mismo gobernador, que pasó en pocas horas de ser el hombre de mayor credibilidad del país y reserva de honestidad y eficiencia frente a la crisis económica a ser un funcionario investigado por los fiscales por presunta imprevisibilidad. Así como el líquido se va escurriendo del lugar poniendo de manifiesto toda la secuela de desastre que produjo su desborde, así también se escurren aquellos que durante muchos años prohijaron y ensalzaron una forma de administración. Claro que no es ninguna novedad. Lo que sí sorprende ahora es la rapidez con que se desplaza el cambio de pautas de conductas, de argumentos y de referentes. Y esto afecta tanto a los individuos como a las instituciones, llámense políticas, sociales, productivas o comerciales. La levedad de las lealtades no es un problema regional o nacional, es un problema global. Se ha percibido con mucha elocuencia en momentos previos, durante y después de la guerra de Irak. Pretender resolverlo desde cada lugar puede ser un desafío altruista pero resultará infructuoso. Además, a poco que se repase en la historia reciente veremos cómo se licuaron de forma y contenido los partidos políticos en nuestro país. La formación de los dirigentes se fue supliendo por referentes populares y las responsabilidades del Estado derivando en sectores privados o bien recortando presupuesto a las distintas áreas administrativas. ¿Podía evitarse esta tendencia de corte neoliberal en la década del 90, mientras la globalización arrasaba las fronteras de las naciones? Quién sabe. Cómo poner freno a la inmigración de los capitales financieros que se instalaron en el país con la misma rapidez con que emigraron, dejando a la Argentina inmersa en la recesión más profunda de su historia, con desechos de todo tipo y oficio. Seguramente alguien previó que esto podía suceder, pero de qué manera proceder para instalarlo como tema de central preocupación, cuando en el país se vivía la fiesta del uno a uno. Y, paralelamente, cómo no reconocer el costado positivo de los avances tecnológicos de la globalidad: "Con la televisión -dice Bauman- todos somos conscientes del sufrimiento de los otros. Ahora ves, ahora sabes. Entonces te concierne. Es la globalización de la responsabilidad". Desde esta perspectiva, quizás la catástrofe en la capital provincial permita cerrar un capítulo de nuestra historia, aunque aún nadie sepa qué rumbo seguirá, sino sólo los errores que no se deben cometer. La historia de una época donde las profesiones, la formación académica, la formación política y las especializaciones no fueron valoradas. Donde decenas de miles de jóvenes formados fueron arrastrados a emigrar para encontrar un futuro en sus vidas, al igual que otros países del continente. Donde las instituciones políticas perdieron toda legitimidad y no se sabe qué perdurabilidad de confianza puede deparar el sufragio. "Es que se ha producido un divorcio entre poder y política -apunta el sociólogo polaco-. Antes coincidía en el territorio estado-nación. Pero hoy el poder es extraterritorial y no hay política de esa amplitud". Las formas del desamparo tampoco reconocen límites geográficos ni públicos y pueden sorprendernos desde los ámbitos más inesperados. Allí está ese socio vitalicio en la platea de Newell's con un derrame cerebral, abandonado, con el estadio vacío y las luces apagadas. Es el otro rasgo de la época, la incapacidad de los ciudadanos para reconocer el contexto donde se hallan, con quiénes conviven y de reaccionar frente a un hecho que les pueda resultar inusual. Es el individuo con su fatalidad frente a la pasividad de los semejantes que no lo pueden ver a menos que se lo muestren por TV. Y sin embargo, aún existen todos los instrumentos y las personas para construir una sociedad más justa, digna, para todos, sólida y perdurable, para nosotros y para las futuras generaciones. [email protected]
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