| | Panorama internacional El otro frente de combate
| Jorge Levit / La Capital
Antes de terminar la operación militar en Irak, Estados Unidos y Gran Bretaña ya anunciaban al mundo que estaban listos a lanzar un "mapa de ruta" para alcanzar un acuerdo de paz en Medio Oriente entre palestinos e israelíes. ¿Por qué tanto apuro para resolver un conflicto que tiene más de medio siglo? Bush y Blair intentan mostrarle al mundo que son capaces también de promover la paz y no sólo regar con bombas el suelo iraquí. Aunque parezca muy simple, el objetivo anglonorteamericano en la era post Saddam es, entre otras cosas, lograr un triunfo político mayúsculo -como sería que palestinos e israelíes lleguen a un acuerdo definitivo- para dejar atrás las terribles imágenes de los niños con sus brazos amputados y otros "daños colaterales" de la guerra. La invasión a Irak no sólo tenía como meta final despojar a Saddam del poder y destruir el arsenal de armas prohibidas que siguen sin aparecer, sino también crear las condiciones para un cambio político definitivo en la región que impida el desarrollo del terrorismo. Con más de doscientos mil soldados en Irak, otros miles en Afganistán y Kuwait y el incondicional apoyo de Israel, la Casa Blanca está en condiciones de imponer, por ahora, sus reglas de juego. Ya lo hizo con Siria, a la que amenazó seriamente con atacarla si seguía dándoles refugio a los funcionarios iraquíes que escapan a través de sus fronteras. Cuando empezaron a aparecer algunos de los 55 integrantes del mazo de cartas hollywoodense que están en la mira de los norteamericanos, Bush cambió el discurso y dijo que Siria comenzaba a cooperar. La presión al presidente Bashar Assad fue determinante. Se impuso la ley del más fuerte. La situación de Yasser Arafat, el presidente de la Autonomía Nacional Palestina, es similar, aunque con características algo distintas. Políticamente en su peor momento, Arafat fue forzado a entregar, aunque sea en los papeles, parte de su poder. Por eso, la designación de Mahmoud Abbas como premier palestino fue una estrategia para seguir controlando los hilos de su desprestigiado gobierno. Arafat es uno de los políticos más hábiles de toda la región y ha sabido mantenerse durante décadas al frente de un movimiento integrado por grupos heterogéneos y con distintos objetivos. Arafat logró transformar su imagen de terrorista en pacifista y hasta recibió el premio Nobel de la Paz. Ahora, le bajó el tono a la lucha interna que mantiene con Abbas, a quien él mismo designó, y acordó la integración de un nuevo gabinete. No sólo Estados Unidos lo presionó para que acepte recortar algo su poder, sino también la Unión Europea, Rusia y hasta Japón. Las diferencias entre Arafat y su primer ministro se originaron por la designación del responsable de la seguridad interior del gobierno, a quien Arafat había echado hace algunos meses y Abbas lo propuso nuevamente para el mismo cargo. Es un lugar clave, desde donde los palestinos deberán combatir el terrorismo suicida que riega las calles israelíes con cadáveres de inocentes. Si Abbas lo logra, los palestinos tendrán la posibilidad de no postergar más las legítimas aspiraciones de su pueblo, que sigue conviviendo con el fuego de los tanques israelíes y sin un Estado que los integre como nación. De lo poco que se sabe hasta ahora de la propuesta de paz es el establecimiento de un Estado palestino en el 2005 y el retiro de las tropas israelíes de algunos de los territorios ocupados. Sobre cuestiones centrales como el destino de Jerusalén, la situación de los fanáticos colonos judíos que viven rodeados de poblaciones árabes y el retorno de los palestinos que se fueron en 1948, poco ha trascendido. Sin embargo, el primer ministro Ariel Sharon ya ha anunciado que Israel se prepara para hacer "dolorosas concesiones". La presión norteamericana también se hizo sentir y hasta un halcón como Sharon parece dispuesto a ceder. Tal vez ahora y por la fuerza, Estados Unidos y Gran Bretaña logren imponer un acuerdo de paz que nunca se pudo alcanzar a través de las negociaciones. Las potencias occidentales necesitan reducir al máximo las turbulencias en esa región del planeta y controlar a los grupos terroristas que, como quedó demostrado con las Torres Gemelas de Nueva York, ya alcanzan objetivos en sus propios países. El temor a la "exportación" del terrorismo es muy fuerte y sus secuelas en la economía globalizada son tremendas. Por eso y por primera vez, parece haberse convertido en una cuestión de Estado la necesidad de poner fin al enfrentamiento israelí-palestino, cuyas ramificaciones complican a gran parte del mundo. [email protected]
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