La nena que mató el asesino de la escopeta vivió en el seno de una familia profundamente cristiana. Cuando el disparo le atravesó la cabeza, Florencia Rubino llevaba una Biblia entre los libros. Había pasado el viernes repartiendo volantes de la Iglesia Evangélica Misionera Argentina, ubicada en Oroño y 27 de Febrero, a pocas cuadras del sitio donde le dispararon. Y amparada en su fe, su familia está convencida de que Florencia está ahora con Dios. Esa convicción les brinda una entereza sorprendente para afrontar la muerte y seguir la vida mundana, que continúa para ellos y para el criminal que decidió la muerte de la chica de 12 años. Florencia era la tercera de cuatro hermanas y vivía con las dos menores junto a sus padres, en una casita a pocas cuadras de Avellaneda y Circunvalación. Cursaba el 7º año de la escuela que depende de la iglesia Misionera Argentina y competía en los intercolegiales de vóley y handball. Disfrutaba de consentir a Nicolás, su sobrino de 1 año y a su hermana menor, Rocío, que padece una severa discapacidad como consecuencia de un tumor en el cerebelo. Florencia era la que más cuidaba a Rocío y su familia cree que, a pesar de que no puede hablar ni expresarse, la nena va a extrañarla, porque tiene una "sensible capacidad para percibir la ausencia". Los padres, hermanas y tías de Florencia encuentran un alivio ante la ausencia de Florencia porque desde la fe la ubican en otro lugar, cerca de Dios. Y conceden a la voluntad divina el destino que tuvo la nena. "Ahora no entendemos lo que pasa, pero sabemos que hay un propósito", dijo aplomado y con calma Hugo Rubino ayer, en el velatorio de su hija. Florencia se despertó el sábado con la visita de su hermana mayor, Vanesa, que le acercó a la cama a su sobrino. Se levantó apurada para llegar a la reunión con sus compañeras y se abrigó por consejo de su hermana que la intimó a no enfermarse. Florencia llegó a la cita y como no encontró a sus amigas tomo el colectivo para volver a su casa, el 131 que fue atacado por el escurridizo tirador. El teléfono de la familia Rubino sonó poco después en la vivienda de Catalina Magno al 5200 para anunciar, desde la comisaría, que Florencia había "tenido un accidente". Los padres pensaron en un choque, una caída, hasta que en la seccional los hicieron pasar al despacho del comisario y les ofrecieron sillas para que se sentaran. La escena los hizo suponer que había ocurrido algo más grave, aunque nunca sospecharon un ataque criminal. "Florencia recibió un impacto de arma de fuego", les anunció el policía, y a ellos los desbordó el llanto. Los médicos del Heca les explicaron que un proyectil había lastimado a la nena en la cabeza, que se le había desparramado en el cerebro. Al verla acostada, intervenida, supieron que su hija se moría a pesar de que los médicos intentaban brindarles esperanzas. Diez minutos después, Florencia respiró por última vez. Hugo habla con calma sobre el asesino de su hija. "No tenemos resentimientos con el autor del crimen, lo único que pedimos es que se arrepienta, que se entregue a Dios". Ese deseo se proyecta en lo colectivo con otro pedido: "Que el asesinato se esclarezca". Que los testigos colaboren para que la policía identifique y encuentre al criminal "para que el dolor no se repita en otra familia". De los 15 pasajeros que viajaban en el colectivo en el que iba Florencia sólo declararon 2 además del chofer, que sólo escuchó el estampido de los vidrios. Los demás quedaron aturdidos por el estallido de los vidrios y la carita de Florencia, que intentaba respirar a través de borbotones de sangre. Y Hugo repite lo mismo que dice la policía "todos miraron hacia adentro". "La vida no termina acá. Hay una vida espiritual, y esa fe nos fortalece, nos consuela pensar que Florencia está con Dios, nos motiva a seguir buscándolo", explica con toda entereza Hugo, el papá de Florencia. Y parece responder a la frase con la que se despidió Florencia al salir de su casa. Un retórico "No me extrañen".
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