Osvaldo Aguirre / La Capital
Los tres hombres parecían obreros. Llegaron a los talleres del ferrocarril Central Argentino vestidos con blusas y pantalones azules, el uniforme de los mecánicos. Pasaron desapercibidos entre los vagones y las máquinas en reparaciones y se dirigieron hacia el sector de carpintería, donde esperaba el coche pagador con los sueldos de los empleados. Era la tarde del 8 de septiembre de 1932 y estaba a punto de concretarse uno de los asaltos más resonantes en la historia criminal de Rosario. El robo, dijo la crónica de La Capital, ocurrió "en un paraje muy concurrido, a plena luz del día, frente a numerosas personas". Los tres asaltantes se colocaron bigotes postizos y anteojos ahumados. El coche pagador estaba detenido frente a la oficina del ingeniero jefe mecánico, custodiado por cuatro soldados armados con carabinas. De su interior bajaron dos parejas de pagadores, que salieron hacia los talleres de Carpintería y de Aserradero. Los asaltantes se amedrentaron ante la presencia de los soldados. Decidieron conformarse con robar a los pagadores Luis Campogrande y Alfredo Remy, que tenían los sueldos de los 87 empleados de carpintería, que esperaban en las ventanillas de la oficina del capataz. -Arriba las manos. No se hagan matar -advirtió uno de los ladrones. Campogrande, pálido por el miedo, alcanzó a balbucear: -No dispare, señor. Y entregó las dos cajas con los sueldos, algo más de 21 mil pesos. Al mismo tiempo, en el centro de la ciudad, se desencadenaba otro suceso violento. En la parada de Corrientes y Catamarca un hombre joven abordó al chofer Salvador Bulgarella, siciliano de 33 años, y le pidió que lo llevara en su Oldsmobile hasta Echeverría y Junín. El viaje transcurrió con normalidad. El pasajero contó que iban a buscar a una mujer, empleada de la fábrica de telas La Americana; seguirían viaje juntos hacia un hotel por horas. Bulgarella llegó a destino y apagó el motor, dispuesto a esperar. Los minutos pasaban sin novedad. El chofer quiso irse y entonces el pasajero lo amenazó con un revólver. De pronto, por el muro de los ferrocarriles que daba a calle Echeverría, aparecieron los tres asaltantes de los talleres. La noticia del robo había corrido, según solía decirse, como reguero de pólvora. Los vecinos de Refinería estaban en la vereda y los obreros de los talleres se asomaban a través del paredón. Los asaltantes querían huir, pero el Oldsmobile tardó varios minutos en arrancar. Bulgarella aprovechó la distracción para escapar, mientras pedía auxilio a los gritos al vecindario. Sólo la policía brilló por su ausencia. Mientras el auto aparecía abandonado en Fisherton, la primera hipótesis policial, sin razón, adjudicaba el robo a los anarquistas Silvio Astolfi y José Romano. La segunda apuntaba, según la crónica del día, a "vulgares pinchalauchas (...) delincuentes noveles, dirigidos o asesorados tal vez por algún ex obrero de la empresa". Esa posibilidad era más verosímil, porque los ladrones habían demostrado conocer el terreno y habían ocultado sus rostros para no ser reconocidos. La Capital intentaba un análisis: "El asalto es el delito más sencillo. Cualquier persona se intimida frente al caño de un revólver o pistola y cuando reacciona los autores se hallan lejos de su alcance. Influyen también (...) ciertas películas cinematográficas (sic) y las leyendas de famosos pistoleros". Sin pistas ciertas, la policía detuvo a Bulgarella. El chofer era inocente y pronto quedó en libertad; en lo inmediato su detención sirvió para aclamar el clamor público por la investigación del caso. El pistolero calabrés Bruno Antonelli, Facha Bruta, se atribuyó más tarde el asalto, aunque nadie lo tomó en serio. A principios de noviembre de 1933, cuando el caso parecía destinado al olvido, un soplón advirtió a la División Investigaciones de la policía rosarina que uno de los ladrones vivía en la ciudad de Buenos Aires. Se llamaba Anacleto López y era un boxeador español de 27 años. López había comprado una pensión, precisamente poco después del robo. Según dijo la policía, al ser detenido confesó de inmediato y delató a sus cómplices: Luis Sebastián Carrión, español de 29 años, Luis Bourruhil, argentino, de 31, y Avis Ceballos, español de 27. El 15 de noviembre, la policía detuvo a Carrión y Bourruhil cuando estaban en la vereda del cine Royal Park, en Alberdi y French, donde "se hallaban charlando tranquilamente". Ceballos también fue localizado en Arroyito. La sorpresa fue mayúscula, sobre todo en el Central Argentino, ya que Carrión y Bourruhil tenían 17 años de antigüedad en el ferrocarril. Ambos trabajaban como mecánicos en el Taller de Ajustaje. Además, Carrión era conocido como ex jugador de Newell's, y en el ambiente del boxeo, ya que había ganado un campeonato de la categoría pluma en Gimnasia y Esgrima. En la cárcel comenzó a escribir sus memorias, que publicó en 1949 con el título de "El ángel infame" (ver aparte). "Ahora los cuatro ingresan a la categoría de pistoleros -dijo una lapidaria nota de la época- y cambiarán impresiones con Facha Bruta, quien trató de salvarlos sin conocerlos, para salvarse él, por supuesto".
| |