"En un barrio residencial, cercano al centro de Zurich, un modesto piso de 40 metros cuadrados, es la sede de Dignitas. Entidad fundada en 1998 por Erika Luley y Ludwing Minelli, con el lema: "Vive con dignidad, muere con dignidad", relata Ana María Ortiz, en una nota publicada por el diario español El Mundo, el 6 de octubre de 2002. Sólo con ser mayor de edad, pagar una cuota mínima como socio de 18 euros al año y demostrar que se sufre una enfermedad incurable (física o mental), dolores insoportables o una discapacidad grave, basta para que una enfermera facilite una droga letal. La institución cobra una cuota anual a sus socios. Todas las personas que colaboran con la asociación -médicos que recetan la droga mortal, psicólogos que examinan al suicida, enfermeras y voluntarios que los acompañan en el trance final- no reciben ningún pago por ello. Pero, no son pocas las donaciones de sus socios. "Nunca pedimos nada", explica el Minelli. Según los números de Dignitas, hasta 2002, se registraban 1.860 asociados. En la nota titulada: "El club del viaje sin retorno", El Mundo indica que "la modesta clínica no tiene más dependencias que la cocina, un baño y la habitación con dos camas". Cumplido el deseo, desaparecida cualquier señal de vida, la enfermera comunica a la Policía de Zurich que en el lugar acaba de fallecer una persona en un suicidio asistido, para que la Justicia compruebe que la muerte ha sido un acto voluntario. Además, el suicida debe dejar constancia escrita de su última voluntad y deslinda de toda responsabilidad a la entidad en caso de que el suicidio no tenga éxito.
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