Año CXXXVI
 Nº 49.814
Rosario,
miércoles  16 de
abril de 2003
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El debate sobre el uso de las nuevas tecnologías sigue precario
Emilia Ferreiro: "No se puede educar sin esperanza"
La investigadora dice que los docentes deben definirse entre ser burócratas o profesionales

Marcela Isaías / La Capital

Además de un derecho, estar alfabetizado es, hoy por hoy, una marca de ciudadanía. Así lo entiende la investigadora argentina —radicada en México— Emilia Ferreiro. Deletrear o firmar, entonces, no son acciones suficientes para considerarse alfabetizado en una cultura en la que el texto escrito circula en las más diversas formas.
  Emilia Ferreiro fue dirigida en su tesis doctoral por Jean Piaget (de quien fue discípula) y es investigadora del Departamento de Estudios Avanzados del Instituto Politécnico Nacional de México. Su obra es reconocida a nivel mundial, sobre todo a partir del libro “Los sistemas de escritura en el desarrollo del niño” (realizado junto a otra argentina, Ana Teberosky y publicado en 1979 por la editorial Siglo XXI). El trabajo fue traducido al inglés, al portugués y al italiano y constituye la base de un cambio de orientación sobre una escuela que no reconocía al alumno como sujeto del aprendizaje.
  Según Ferreiro, “nadie puede considerarse alfabetizado si no puede circular por la cultura letrada como si fuera su casa”.
  —¿Se puede pensar en dos alfabetizaciones, una para cubrir las necesidades básicas de los sectores más desfavorecidos y otra vinculada a carencias más puntuales, como el uso de las nuevas tecnologías?
  —No, porque el problema de la alfabetización en dos escalones es que la primera será siempre mínima, y lo básico hoy día es insuficiente. Yo no quiero una alfabetización insuficiente y después otra suficiente, porque la primera será más bien un entrenamiento. En esto soy intransigente: nadie está alfabetizado si no puede circular por la cultura letrada y en lo posible circular como si fuera su casa, es decir sentirse cómodo, confortable y no sentirse con miedo o en situación deficitaria. Se trata de lograr que ese objeto “lengua escrita“ no sea ajeno, sino que se lo sienta como parte de un background necesario como para ser un ciudadano.
  —Pero los requisitos para esto cambian.
  —Es cierto que los requisitos van cambiando y hay momentos en que los cambios son muy rápidos; entonces, cuando uno asiste a un momento de cambio rápido, el retraso histórico que tengo detrás hay que ver cómo se cubre. Bueno, ese es el problema: si los cambios tecnológicos nos hubiesen llegado en un momento en que en lugar de la alfabetización mínima estuviésemos pensando en que los chicos tienen que alfabetizarse para una diversidad de textos, para una diversidad de situaciones comunicativas desde el vamos, no nos hubieran sorprendido tanto ni producido tanto shock. Pensemos que la variedad de textos que uno encuentra en el espacio Internet es más que la de una biblioteca, por lo que quien todavía está en la pregunta “¿cuál es el libro que tengo que usar para alfabetizar?” está tan lejos de los desafíos de Internet que convierte a la situación en desesperante. El problema no es que llegaron las nuevas tecnologías, sino que tenemos un retraso histórico mal cubierto y sólo acordado en términos declarativos, porque en términos prácticos se ha hecho poco para considerar que eso realmente es prioritario y no una necesidad postergable.
  —En la Argentina son cada vez más los estudiantes que llegan a la etapa superior de la educación (universitaria o no) y que siendo usuarios de la escritura no pueden apropiarse de ella para, por ejemplo, comunicar algo en forma correcta. ¿Qué debería revisar la escuela al respecto?
  —Hay una doble mirada sobre este fenómeno. Por un lado, existe una tendencia muy grande de la universidad a gritar el escándalo y a decir que la secundaria no hizo nada y que debe hacerlo de una buena vez. La secundaria, a su vez, mira a la primaria y la primaria al preescolar y el preescolar a los padres, porque ya no queda nadie a quién mirar. Además, hay otra realidad que no se reconoce fácilmente; por ejemplo: yo trabajo a nivel de posgrados y sigo alfabetizando a mis alumnos, sino fracaso. Porque es la primera vez que, como lectores, tienen que enfrentar artículos en revistas especializadas, que son un tipo de lectura difícil y árida; y, como productores de textos, tienen que aprender a escribir un tipo de texto peculiar (entre expositivo y argumentativo) que es la tesis, texto que se escribe una o dos veces en la vida y nada más. Entonces, en lugar de decir: “Pero, no saben leer textos en escrituras especializadas”, debo asumir yo también que tengo que alfabetizar a ese nivel para que no fracasen. Eso creo que se repite en cada uno de los niveles. En definitiva, se trata de tomar en serio eso que digo todo el tiempo acerca de que la alfabetización es un proceso que no sabemos muy bien cuándo empieza y seguro que no termina. Si tomo en serio esto, claro está que en la universidad hay que alfabetizar, lo cual, por otra parte, no quiere decir poner talleres de redacción, sino insertar la lectura y la escritura en la práctica específica de los estudiantes.
  —Entonces, está claro que esto no es privativo de quien enseña lengua, porque los docentes de ciencias seguramente deberán enseñar habilidades para leer estos textos.
  —Exacto. Diría que lo útil no sería un taller de lengua para los alumnos, sino del profesor de lengua hacia sus otros colegas, para crear espacios de reflexión para que asuman la parte de contacto con el texto que les toca.
  —Mientras los estudios virtuales crecen como ofertas académicas, en la escuela el debate sobre el uso de las nuevas tecnologías es muy precario. ¿La brecha no es muy grande?
  —Estamos en un momento de pasaje. Llegó algo que los maestros no esperaban y llegó a la escuela cuando no lo pidieron. Lo primero que genera es mucho miedo, porque ahí —en las nuevas tecnologías— hay cosas que no conocen, pero que tienen un potencial educativo fantástico. En una charla que tuve en España, los maestros se quejaban porque no les daban cursos de computación. Mi respuesta se dirigió a hacerles ver que podían hacerse enseñar por sus alumnos o sus hijos, porque esta es un área clarísima donde la competencia la tienen los jóvenes, y donde los maestros debían convertirse en alumnos.
  —Hay mucha declaración pública en defensa de la escuela obligatoria, pero paralelamente se ha “naturalizado” la idea de que hay chicos que no van a la escuela o no van a ir nunca. ¿Qué piensa al respecto?
  —Hace poco tiempo, la Comisión Económica para América Latina (Cepal) emitió un documento diciendo que luego de dos décadas de políticas neoliberales en América latina no se habían producido los beneficios esperados. Es decir, se concluye como si fuera un experimento, pero esos experimentos son costosísimos a nivel social. Dos décadas para una persona es su vida. Sobre esto nadie se hace responsable. En otro orden, podemos pensarlo como cuando se intenta “naturalizar el desempleo”.
  —Es como pensar que hay un porcentaje “natural” de seres humanos que nunca tendrán un trabajo y otros que nunca aprenderán a leer ni a escribir.
  —Y otros, como en Europa, que después de 20 años de escolaridad les dicen: “La sociedad no te necesita”. Eso es tremendo, porque no se puede educar sin esperanza. Y el desempleo es la negación misma de la esperanza, porque es terrible que alguien no sepa qué hacer con todo lo que le enseñaron y ha aprendido, cuando la expectativa es ser un desempleado.
  —El docente está totalmente desvalorizado desde lo salarial, es exigido en su función y descubre que su formación no es suficiente para estar al nivel de los cambios. ¿Qué desafío tiene hoy en su trabajo?
  —Está en una disyuntiva: ser profesional o ser burócrata. No hay una tercera vía. O son burócratas que siguen las instrucciones de una autoridad, de un manual o de un método, y que si falla no serán ellos los equivocados sino el manual o la autoridad, lo cual es tranquilizante pero destructor de ellos mismos. O bien son profesionales. Y un profesional es quien sabe lo que hace, por qué lo hace y que asume la responsabilidad de hacerlo. Claro está que es más costoso ser profesional que burócrata, pero los docentes tienen un oficio que no es banal, por lo que la lucha por aumento salarial y condiciones laborales debería ligarse a la de la profesionalización.



La investigadora argentina está radicada en México.
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