Año CXXXVI
 Nº 49.795
Rosario,
viernes  28 de
marzo de 2003
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Análisis: Otro crimen en el Senado

Mauricio Maronna / La Capital

Cuando la dirigencia se mofa de esa máxima que reza que "de lo único que no se retorna es del ridículo" y la sociedad pierde la capacidad de asombro desentendiéndose del presente, un país está condenado al fracaso. Y explica que Luis Barrionuevo siga siendo senador de la Nación.
Pero el problema ya no es Barrionuevo (emblema del político repudiado por las mayorías y adorado por su clientela), sino el corporativismo pestilente que, pese a la catarata de escándalos que se sucedieron desde la posdictadura, emana del Senado.
Quienes permanecieron con los ojos bien abiertos siguiendo el debate hasta las 4 de la madrugada de ayer (por sacerdocio o por noctámbulos) habrán comprobado que la mayoría de los senadores decidió darle el golpe de gracia a la declamada "nueva forma de hacer política".
El Senado de Emilio Cantarero, que algunos ingenuos creían haber derribado con la elección directa en el 2001, sigue resistiendo a pie firme, aunque cambien algunos apellidos. Que quien impidió el principio básico de la democracia, que es ejercer el derecho a votar, haya sido protegido por sus pares (derribando el dictamen de la estratégica comisión de Asuntos Constitucionales) perpetró otro asesinato al Senado de la Nación. Y van...
En una Argentina normal, a 30 días de una elección presidencial, la actitud discursiva y ejecutiva del peronismo (con la honrosa excepción de Roxana Latorre y la ausencia de Oscar Lamberto) hubiese significado una práctica suicida en el intento por seguir gobernando el país. Comparado con esto, el ataúd quemado por Herminio Iglesias en 1983 parece una historia de Corín Tellado.
Habrá que concluir que quienes afirmaron que los trágicos episodios del diciembre negro constituían una bisagra en la política se equivocaron. En el mismo edificio que hace poco más de un año ardían la bronca y los sillones, ayer se festejó otro capítulo de la eterna novela de la impunidad. A las 4.10, desde los balcones del Honorable Senado de la Nación se entonó la Marcha Peronista y se vivó a "Barrionuevo gobernador". Nadie se ocupó siquiera de darle un manto de cristiana sepultura a la sensatez o, lo que es más grave, a la política del deber ser.
Suena extraña y lejana aquella exigencia popular para "que se vayan todos y no quede ni uno solo". La vieja política, corporizada en Barrionuevo, podrá asomarse, esbozar una mueca chicanera y emular a Pichuco: "Muchachos, yo nunca me fui, siempre estoy volviendo".


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