Elbio Evangeliste / La Capital
Las frases "paso a paso" y "partido tras partido" se están tornando cada vez más frecuentes en el fútbol argentino. Pero ¿cómo hará el entrenador de Rosario Central, Miguel Angel Russo, para que sus jugadores se mantengan al margen de la euforia de la gente si su equipo logra un buen resultado ante Vélez? Está claro que esta apreciación encierra cierto grado de futurología, pero lo vivido ayer en el aeropuerto internacional de Fisherton dejó a las claras que el hincha auriazul está con todas las pilas puestas, sabiendo que el gran objetivo sigue siendo salvarse del descenso, pero teniendo entre ceja y ceja la posibilidad dentro de algunas fechas de estar entonando sus cántitos en relación al título. Por eso tanta locura de parte del casi medio millar de hinchas minutos antes de que el plantel partiera rumbo a Tandil, donde tratará de lograr la tranquilidad necesaria que le permita pensar pura y exclusivamente en el encuentro ante Vélez, luego de haber goleado Newell's en el clásico del pasado sábado. El vuelo estaba estipulado para las 17, por eso pocos minutos después de las 16 la aeroestación local comenzó a teñirse de azul y amarillo. Pese a que todavía no había llegado ningún jugador, las banderas, los bombos y los redoblantes ya habían hecho su aparición. Y cada minuto que pasaba, la banda que fue a hacerle el aguante al plantel ganaba en cantidad. Lógicamente clamando por su querido Central y, como no podía ser de otra manera, reviviendo a cada instante el rutilante triunfo del sábado ante su eterno rival. Así les brindaron su apoyo a los jugadores a medida que estos fueron llegando. Pero claro, cuando los viajeros ya estaban todos adentro -Russo fue uno de los últimos en llegar- los hinchas siguieron sus pasos. Ahí sí hubo ruido. Porque había que transitar junto a ellos los 20 metros de acceso al hall central por el túnel de chapa -el aeropuerto está siendo remodelado-. Ni hablar cuando la masa se instaló en el seno de la aeroestación. Allí rápidamente los encargados de la delegación les dijeron a los jugadores que estaban cómodamente tomando un café en el bar que se apresuraran y se dirigieran a la zona de preembarque. Por supuesto esto no acalló a los hinchas, que al ritmo de "lacadé, lacadé" primero desplegaron una bandera gigante en el hall central y luego subieron hasta el primer piso para ver el despegue del chárter Fokker F-27 de la Fuerza Aérea. Todos estaban compenetrados con lo mismo: poner en lo más alto el sentimiento auriazul. No importaba si para llegar arriba hacía falta cargarse al hombro la bicicleta, como lo hicieron varios hinchas por no tener los candados correspondientes para dejarlas afuera. A esa altura todo estaba permitido. Lo guardias sólo se resignaron a mirar la invasión canalla. Y allí se quedaron, con la ñata contra el vidrio, como reza el tango, a la espera del despegue, el que se produjo a las 17.06 supervisado por el comandante Carlos Grzona y los teniente primero (pilotos) Rodolfo Sarmiento y Marcelo Cantón. Fue una secuela del clásico. Una muestra de que el hincha está muy ilusionado con este equipo y que el domingo va a hacer hasta lo imposible para estar presente en Liniers. Afortunadamente el fútbol se nutre a menudo de situaciones de este tipo, porque en medio de tanta locura dentro y fuera del deporte, lo de ayer fue un acto reflejo de la irracionalidad del hincha. En este caso, una irracionalidad sana.
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