Buenos Aires. - El ultimátum de Bush dividió las aguas: el eje franco-alemán se contentaba con señas creíbles de un autodesarme de Irak, mientras lo que Estados Unidos exige es directamente un cambio completo de régimen. Una suerte de rendición incondicional hasta hoy nunca contemplada por el Consejo de Seguridad de la ONU.
Cuando la desconfianza es tan grande, el desarme resulta creíble sólo si los inspectores van acompañados de una fuerza militar internacional que les abra el paso en todas partes y se queda luego para verificar que no se produzca un rearme.Tampoco esto fue propuesto por el eje franco-alemán: una especie de intervención a largo plazo de la ONU en territorio iraquí cuya presencia garantice la continuidad de un desarme que Saddam desoyó desde la guerra del Golfo.
Esa fue, por ejemplo, la suerte de Japón después de 1945: desarme completo con un emperador de poder sólo simbólico. Después el lunes a la noche, los norteamericanos no parecen preparados a aceptar nada menos que algo semejante. Franceses, alemanes, rusos y chinos han venido más dispuestos, por el contrario, a aceptar que lo simbólico sea el desarme, no la soberanía de Saddam.
Hace años que está claro que Washington considera que la única forma efectiva de garantizar su propia seguridad nacional pasa por una reestructuración del sistema internacional. La desaparición de la Urss (1991) permitió reordenar Europa, pero el colapso de cadenas de mando en la ex Unión Soviética abrió paso a la proliferación de armamento nuclear, químico y bacteriológico.
El dilema de la proliferación
Ese nuevo escenario genera nuevas necesidades. Una de ellas es ir más allá de la sanción a posteriori contra quienes proliferen, instalando la peligrosa doctrina de las políticas preventivas. Y eso nos lleva a Saddam y Corea del Norte. Es el Informe Cheney de 1991/92 y la dramática comprobación del 11 de septiembre: el territorio norteamericano, por primera vez en toda su historia, ya no es algo seguro, inviolable.
Quizá el factor más importante sea que la eventual ocupación de Irak permitiría a EEUU no depender más de autorizaciones turcas, italianas o españolas para poder operar después en la reestructuración del Medio Oriente, donde se propone no sólo desalojar a Saddam sino regular hacia la baja el precio del petróleo e imponer a Israel una solución territorial satisfactoria para los palestinos moderados.
Las Naciones Unidas pertenecen al mundo que se diseñó en Yalta. Hoy, ese mundo ha cambiado y la ONU, no tanto. Ojalá reaccione y se convierta en un organismo respetado y eficaz. Pero, por ahora, si no pudo solucionar conflictos periféricos como el de Malvinas, al que siempre patea para adelante, ¿podíamos seriamente esperar que desarmara a Saddam, que desoyó olímpicamente sus intimaciones durante doce años seguidos?La historia del mundo nunca fue angélica y Estados hegemónicos hubo siempre. Solo que no fue lo mismo la hegemonía de Genghis Kahn que la de Roma (de la cual, por otra parte, descendemos nosotros).
La guerra será terrible. Y pudo ser evitada. Lo peor que Occidente puede hacer es imponerse al resto del mundo a los bombazos. Pero debiera tener el derecho a defenderse de cualquier fanático que exhorte, cobije o financie a quienes nos vuelan edificios repletos de gente en tiempos de paz. Los argentinos conocemos esa experiencia.
Esta guerra es algo horrible y, no importa quién la gane, representa un fracaso para todos. Nos guste o no, está naciendo un nuevo orden mundial y Argentina corre el peligro de que, como en las dos guerras mundiales y como durante la era de los No Alineados, termine padeciéndolo y no protagonizándolo. (DYN) \ \(*)Vicecanciller entre 1996/1999 de la administración de Carlos Menem.