Año CXXXVI
 Nº 49.787
Rosario,
jueves  20 de
marzo de 2003
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El voraz lobo americano

El mundo entero está a punto de ser testigo de un nuevo genocidio en manos de Estados Unidos. Su discurso carece de basamento sólido a la hora de inventar argumentos para justificar la acción bélica contra Irak. Tal como lo hizo a lo largo de la historia el imperio yanqui, cuando tuvo intereses en juego nunca se privó de inventar pretextos para entrar en guerra. Y el caso de Irak no será la excepción. El gobierno estadounidense acusa a Irak de poseer armas químicas y de realizar actividades nucleares. Expone esa excusa para justificar el ataque que seguramente perpetrará en pocos días. La ONU ha dejado en claro que el gobierno de Irak ha cooperado en todo lo que se le ha pedido. Sin embargo, Bush sigue acusando al régimen de Saddam Hussein de seguir realizando actividades nucleares y de poseer vinculaciones con la red terrorista de Al Qaeda, lo que demuestra una vez más la poca inteligencia de la máxima autoridad norteamericana, que ya no sabe qué inventar para invadir Irak. ¿Acaso los Estados Unidos no poseen armas nucleares de destrucción masiva? Si finalmente se lleva a cabo el ataque, Bush podrá gozar del beneficio de compartir el cartel de genocida junto a personajes macabros como Hitler y Stalin. El primero, responsable de la muerte de más de seis millones de personas. Y el segundo liquidó a casi cuarenta millones de seres humanos. ¿Qué culpa tienen los civiles iraquíes de que una persona enferma por la ambición y el poder quiera apoderarse de los recursos naturales (principalmente el petróleo) de otra nación? Habrá que implorar a Dios que la humanidad no vuelva a padecer el derramamiento de sangre inocente como ocurrió recientemente en Afganistán, Yugoslavia, sin olvidar las bombas atómicas de Nagasaki e Hiroshima que terminaron con millones de civiles. Personas que debieron pagar con sus vidas el precio de la injusta guerra. Ayer fue Afganistán, hoy es Irak, y... mañana ¿cuál será la próxima presa del voraz lobo americano?
Juan Manuel Martellotto


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