El cartel del tercer piso, en la pared que alinea a los juzgados de Faltas, dice bien grande: "Prohibido fumar". Pero el hombre de musculosa verde igual raspa el encendedor y pitará hasta consumir el cigarrillo porque nadie le advertirá la restricción. La postal registrada en el restaurado edificio de la Aduana es una reproducción de otras que La Capital pudo advertir en tantas oficinas públicas como visitó. Los carteles de prohibición lucen solitarios, no los acompaña nadie, sea en la Ansés, el API, el Registro de la Propiedad o el Ciac (San Martín casi Santa Fe).
De los Tribunales provinciales ni hablar: juzgados dominados por el humo, con jueces, secretarios o empleados aspirando, se repiten en los distintos pisos, pero también de la ventanilla para afuera abogados y clientes parecen devorados por la ansiedad. Las colillas en los ceniceros y en el piso son el testimonio mudo.
El médico especialista en vías respiratorias Miguel Angel Mancino confiesa que empleados públicos desesperados le pidieron, por ejemplo, algún certificado que diga que no podían permanecer en ambientes con fumadores. "Pero si ya hay una ordenanza que prohíbe fumar, cómo voy a firmar un certificado", dice que trata de hacerles entender. "Que no se cumplan las normas no es una novedad en la Argentina", opina.
La Argentina, lejos del mundo, no se aleja exclusivamente por lo que muestra en las oficinas públicas. Bares ubicados en el paseo más coqueto y simbólico de la ciudad olvidan mostrar los carteles con las áreas de fumadores y no fumadores que imponen las ordenanzas municipales. Un cronista entró en un bar de Córdoba al 1600, en pleno Paseo del Siglo, preguntó por el sector de no fumadores y puso en aprietos a la moza. "Puede sentarse por ahí, por el medio, que le pido a aquel señor que apague", titubeó.
Ya en 1995 Nueva York había prohibido el tabaco en los restaurantes con más de 35 asientos (casi todos, excepto los de barra y nada más); y ahora el nuevo alcalde Michael Bloomberg logró borrar el cigarrillo de todos los bares o restaurantes con empleados. En el Viejo Continente, en tanto, Francia, Italia, Portugal y Finlandia prohíben cualquier publicidad sobre el tabaco.
En los bancos de Rosario, en general, los empleados señalaron que no hay una prohibición expresa y rígida pero que igual la gente no fuma. "Muy pocos prenden el cigarrillo; y de los empleados, sólo dos entre cuarenta que somos", dijo Lucy en el primer mostrador del Bisel de peatonal y Entre Ríos. Casi lo mismo se advirtió en casas del Suquía y el Galicia.
La premisa de que se suele actuar de acuerdo a quién se tiene enfrente cobró más valor en el Coto. "Acá no renegamos para nada ya que todo el mundo sabe que no se permite", señaló una empleada de seguridad en el local de Urquiza y España.
No puedo, no debo
Oscar Piacentini es empleado en el API (Tucumán al 1800) y admite que el humo que provoca (es fumador desde los 15 años) suele molestar a compañeros de oficina: "Trato de cuidarme pero no puedo dejar el cigarrillo. Pero también hay que atender a un principio de eficiencia: si todos los fumadores nos apartáramos a un lugar, o saldríamos afuera, diez cigarrillos por día son una hora menos de trabajo".
El médico Carlos Sapene, concurrente a congresos internacionales, considera que las muertes provocadas por el tabaco podrían superar en Argentina las 40.000 estimadas por el ministro de Salud, Ginés González García. Pero dice que sin planificación de políticas públicas no se logra nada, citando gobiernos europeos que subieron el precio de los cigarrillos un 10 por ciento por mes hasta hacerlo costar casi igual que un mueble.
Gustavo, encargado de seguridad en el Registro de la Propiedad (Urquiza al 1100), confiesa que "hay que renegar bastante" si se quiere hacer cumplir a rajatabla la prohibición de fumar. En el momento que La Capital hacía la nota dos señoritas, en colas distintas, fumaban. "Mire la cantidad de carteles que hay, pero los únicos que los respetan son los empleados; salen a fumar a la vereda", comenta el empleado.