Año CXXXVI
 Nº 49.727
Rosario,
domingo  19 de
enero de 2003
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Fulgor y caída de uno de los principales personeros de la última dictadura
Galtieri: "Hay que matarlos a todos"
Así se había sincerado el ex dictador fallecido, en una entrevista con la mujer de un obrero secuestrado

Eduardo Valverde / La Capital

El general (R) Leopoldo Fortunato Galtieri siguió creando polémica y desazón entre los argentinos aun después de muerto. La reivindicación de su paso por la vida que hizo el jefe del Ejército, Ricardo Brinzoni, provocó un escándalo de imprevisibles consecuencias institucionales y volvió a instalar en el debate público los efectos de la política de exterminio desatada por las Fuerzas Armadas a partir de su irrupción en el poder el 24 de marzo de 1976.
Ocurre que este general engreído, formado en la Escuela de las Américas de Panamá, donde mamó como todos los hombres de armas de su generación la denominada Doctrina de la Seguridad Nacional (matriz de todos los golpes de Estado en el Cono Sur, durante las décadas del 60 y 70), fue uno de los principales responsables, desde su cargo de comandante del Segundo Cuerpo de Ejército en los "años de plomo", de instalar en la Argentina aquello que André Malraux definiera como "el tiempo del desprecio", en alusión a la tragedia de los totalitarismos en la sociedad posindustrial.
Precisamente Galtieri ocupó la titularidad de la unidad de batalla con sede en Rosario entre 1976 y 1979, por lo tanto es responsable ante la historia de la mayor cantidad de secuestros y posteriores desapariciones de militantes populares perpetrados por las fuerzas de seguridad en jurisdicción de las provincias del Litoral y la Mesopotamia. Puede decirse que el militar de cuerpo generoso y voz áspera, junto a muchos de sus pares, provocó con su impronta sobre el mundo que la vida de los argentinos nunca más vuelva a ser la misma.
Este general mesiánico y afecto a las bebidas espirituosas fue artífice de una de las operaciones de contrainteligencia más audaces del Proceso, conocida como el caso de La Quinta de Funes, mediante la cual se pretendió infiltrar a la cúpula de la organización Montoneros para eliminar en el exilio a sus principales dirigentes.
La historia comienza en 1977, cuando la patota del entonces jefe de la Unidad Regional II de Policía, comandante Agustín Feced, enclaustró a un grupo de cuadros de la agrupación de la izquierda peronista como garantes del éxito de la movida.
La operación fracasó por la denuncia del plan que hizo Tulio Valenzuela en México, y todos los rehenes que permanecían en el lugar -incluida Raquel Negro, esposa del denunciante y en estado de gravidez- fueron exterminados en los "vuelos de la muerte", otro de los inventos siniestros del que participó con fervor el hombre que propuso la creación de un orden de cien años cuando asumió en el II Cuerpo.

Un Atila contemporáneo
Han corrido ríos de tinta, en publicaciones de todo tipo, para tratar de describir las tropelías de esta suerte de Atila contemporáneo. Sin embargo, el testimonio que define de manera más certera la catadura moral e ideológica de Galtieri lo aportó Rosario Dora Taganone, quien relató a La Capital, en una nota publicada en mayo de 1999, el padecimiento que sufrió cuando junto a su padre debió escuchar la versión que dio el ex dictador del secuestro de su esposo, el obrero Carlos José María Fernández, chupado el 4 de septiembre de 1976 en una fábrica metalúrgica de Teodelina, a plena luz del día y ante la vista de sus compañeros de trabajo.
El 26 de septiembre de 1976 se conoció a través de los diarios un comunicado del Segundo Cuerpo de Ejército, por el cual se daba a Fernández como muerto en un enfrentamiento en la ciudad de Paraná.
Taganone relató que a principios de 1977, a través de gestiones que hicieron sus padres, y por intermedio de un cura que a su vez tenía conexiones con la Policía Federal, fue recibida junto a su padre por Galtieri, en su despacho del comando del Segundo Cuerpo de Ejército, entonces ubicado en Córdoba y Moreno, donde hoy funciona la confitería Rock & Feller's.
"Galtieri -recordó- se mostraba muy amable, comprensivo, parecía un padre; todo lo contrario de la otra gente con la que había tratado. Incluso, a modo de compinche -no sé cómo expresarlo-, le hablaba a mi padre y le decía: «¿Sabe qué pasa? Van a tirar el país abajo, van a terminar destruyendo la Nación, ¡hay que matarlos a todos!». Después dijo: «Yo no sé lo que pasó en Paraná, ni sé si el muerto es el que ustedes buscan; pero si él andaba en algo, seguro que lo mataron».
"Yo era muy joven -añadió Taganone- y tenía todo el odio del mundo. Empecé a insultarlo, a decirle cosas, y al final lo escupí en la cara. Entonces sacó el pañuelo, se limpió y le dijo a mi padre: «Lo único que te puedo decir es cuidala, guardala, si no querés que te la maten»".
Este episodio pinta con cruel exactitud la noche cerrada que las Fuerzas Armadas habían desplegado sobre la sociedad argentina, que tendría su cenit en 1982, cuando Galtieri, ya en la Presidencia, embarcó al país en la aventura de Malvinas, que dio como único resultado la inmolación de más de seiscientos jóvenes argentinos.
Galtieri, un digno discípulo del inefable coronel Héctor Benigno Varela, el fusilador de la Patagonia Rebelde, se fue de este mundo al que había contribuido a escarnecer mientras estaba bajo arresto domiciliario por la desaparición, en 1980, de dieciocho militantes montoneros en la denominada Operación Murciélago y con pedido de captura internacional dictado por el juez español Baltasar Garzón. La humanidad no lo va a echar de menos.



Galtieri fue uno de los responsables del genocidio.
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