Rodolfo Montes / La Capital
"Este país me desespera. Para lo único que les importo es para que diga cosas que otros callan. Nadie se interesó por los premios que obtuve en estos tres años que llevo viviendo en España", disparó sin reparos un apasionado Miguel Angel Solá recién llegado a Buenos Aires para comenzar el rodaje de una mega película, "La puta y la ballena", dirigida por Luis Puenzo. Es que el actor decidió vivir fuera de la Argentina, "y eso tiene un costo", reconoce. Pero aclara: "Caminar por las calles de Barrio Norte -donde se encuentra transitoriamente viviendo- no me produce ansiedad, el único apuro que tengo es por estar con Blanca, mi mujer, y con mi hija". Solá se recuesta cómodo sobre un sofá y habla amigablemente y en exclusiva con Escenario. Pero no puede ocultar la bronca con el país, su país, que siente que lo obligó a emigrar. Vino a filmar una película técnicamente muy complicada que va a costar cerca de 10 millones de pesos. Y por ese irrefrenable atractivo que suelen tener los proyectos cinematográficos acuden a la convocatoria artistas, productores y técnicos con la mejor disposición. Aunque, como dijo el director, Luis Puenzo, "se trata de una aventura que no se puede explicar razonablemente". Se refiere al filme "La puta y la ballena" que se empezará a rodar en Buenos Aires el próximo lunes 27. -¿Cómo te resuena el título de la película con la palabra "puta" como provocación? -Es provocativo pero no caprichoso. De todos los títulos que se barajaron es el más abarcativo. Se trata de una ballena que con 70 años de diferencia va varar al mismo lugar, en definitiva el punto de encuentro de la historia entre el pasado y el presente. La palabra "puta" tiene un sentido irónico colocado allí. Es como si te dijera: "Te voy a contar el cuento de Caperucita y el lobo". -¿Cómo es tu personaje? -A los personajes hay que dejarlos que vengan, no hay que molestarlos. Así pueden entrar tranquilamente en uno. De lo contrario corremos el riesgo que esté nuestra personalidad delante. Busco que se vea el personaje y no otro buen trabajo de Solá. Es un personaje muy extraño que se sale del realismo. Aquí se puede volar hacia otras áreas de la creación. -¿Esperabas encontrarte con Luis Puenzo en esta etapa de tu carrera? -La verdad que no. A Luis lo estoy conociendo. Antes creía que era un tipo frío y en cambio veo que es un apasionado, desmenuza cada situación y tiene gran capacidad de asimilación. Entre otras cosas, es el único director de cine argentino que ganó un Oscar, incluso con un cine que no es favorito. Hay que pensar que las cosas de los argentinos a los norteamericanos no les interesa demasiado. Sobre todo en el caso de "La historia oficial", una película donde se denunciaron hechos donde los norteamericanos fueron cómplices. -¿Cómo surgió el encuentro? -Me llamó Luis. Y cuando nos encontramos nos dimos cuenta que estábamos hechos el uno para el otro. El asunto es que él está casado y yo también... Es un hombre con una trayectoria muy limpia, que ha hecho muy poco pero muy bueno. Siempre digo que me parece más digno que se conozca la Argentina por hombres como éste que por los otros que nos hacen lamentablemente famosos en el mundo. -¿Cómo te resultó el guión? -Desde el momento que tomé contacto me di cuenta que era una delicia estética. Además es un guión muy femenino, una indagación muy importante en ese sentido. Mi personaje es muy especial, muy difícil de hacer y muy atractivo a la vez. -¿Qué sabor tiene este regreso? -Todos los regresos son distintos. Pero por ahora para mí la Argentina significa dolor. Igual digo que yo soy de aquí, aprendí todo aquí y estoy agradecido de todas las personas que me dieron trabajo. Me queda la tranquilidad que todas las oportunidades artísticas que me dieron nunca las desaproveché y busqué ir hasta el fondo del trabajo que me proponían. -¿Extrañás? -Siempre se extrañan cosas. Como ciudadano viví cosas bonitas y también tristes. Lamento que el tiempo me vaya dando la razón en cuanto a lo que pronostiqué de los argentinos. -¿Cuál es tu evaluación hoy de la decisión que tomaste en su momento de radicarte en España? -Para mí todo fue ganancia. Entre otras cosas porque la vida que tengo para vivir es una sola. Y la quiero vivir lo mejor posible. Aquí yo estaba triste. Me sentía mal, injustamente limitado. -¿España te dio otras posibilidades? -Por supuesto. Es una gran tarea vencer limitaciones haciendo un transplante a los 50 años. Allá no tengo los cómplices que tuve aquí, los cómplices de juego. A pesar de todo valoro mucho más el hecho de saber que puedo criar a mis hijas sin amenazas de muerte, con la certeza de que no es necesario rehipotecar la casa para poder subsistir. -¿Qué ves de nuevo en la Argentina del 2003? -El problema es que muy poca gente está decidida a cambiar las cosas por aquí. Algunos de palabras en el bar, pero muy pocos con acciones concretas. Y no hablo de reventar lo establecido sino de darle identidad a las cosas. -Los argentinos no pueden refundarse. ¿Vos elegiste refundar tu vida lejos de tu tierra? -Yo vivo lejos del país donde crecí, soñé, me eduqué y eso no es gracioso. En condiciones normales me hubiera quedado en mi país, con las cosas que conozco y me costó mucho tiempo conocer. En España me encuentro con un mundo distinto en todo sentido, a pesar del idioma. Pensamos, obramos y significamos diferente las palabras. -¿Cuál es a tu criterio el gran malentendido que tiene a los argentinos en eterno sufrimiento? -Argentina como pueblo acepta el juego de la democracia pero no asume el poder que le otorga este régimen político a la gente, no cree en eso. No sabe elegir, no sabe romper con viejas convenciones, no sabe obligar a sus políticos. -¿No sentís la necesidad de recobrar una cuota de esperanza? -Mirá, como decían esos viejos carteles en Montevideo: "La esperanza es lo último que se perdió" ( risas). De todos modos, aunque sea vana, sigo teniendo una cuota de esperanza para no caer siendo uno más de este mercado de esclavos que han convertido a este mundo. La esperanza debe ser un micrófono, una pala, una máquina de escribir. Y no un concepto abstracto. -¿Estás viviendo un exilio elegido en democracia? -Lo que vive la Argentina no es una democracia. Podés llamarlo esquilme, humillación y del mismo modo que denominamos a una enfermedad venérea, pero nunca democracia. Si el pueblo no se anima a pensar en esto, no hay manera de cambiarlo, porque los gobernantes no están pensando en cambiar nada. -¿Argentina dejó de ser un país generoso? -Lo único que tenemos de generoso es la geografía, pero con un problema, está toda alambrada. -¿Cómo ves desde España el problema de la secuestros en Argentina, sobre todo en el caso de Pablo Echarri? -Tomó más relevancia porque se trata de personas conocidas. Pero la cuestión es general, no es un tema de famosos. Si miramos un poco para atrás, está el caso María Soledad Morales, están los desaparecidos de los años 70 y en ningún caso hubo justicia. El sentimiento de Pablo Echarri es el sentimiento de cualquier persona que tenga un problema de ese tipo con el padre. -¿Volverías a la Argentina? -No porque no tengo destino aquí. En lo mejor de mi etapa creativa me negaron la posibilidad de trabajar en televisión. Sobre 500 mil horas de televisión abierta, sumando todos los canales, trabajé 112. El 0,02 por ciento. Yo tengo una sola vida y la quiero aprovechar ahora. Por eso me fui. -¿En España te sentís cómodo? -Protagonicé muchas películas, gané premios, me va muy bien. Pero desde la Argentina sólo me llaman para pedirme alguna consideración política. Prefiero estar en otro lugar, recomenzando, pero sabiendo que no voy a tener una hija amenazada de muerte. Ni que me van a prohibir por ser un ciudadano decente.
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