"Este es el día más feliz de mi vida", comentó con lágrimas en los ojos Laura Igarzabal, quien tiene 28 años, casada, madre de cinco hijos y trabaja todos los días en el comedor Conejitos Felices, ubicado en una de las zonas más marginales de la capital provincial. "Yo estaba cansada de golpear puertas y rogarles a los políticos tucumanos que nos ayuden a mantener el comedor en funcionamiento, pero ellos jamás respondieron a nuestros pedidos y nos dieron la espalda", recordó Laura. El establecimiento fue creado hace más de un año y funciona en la casa de Laura, quien cuenta con la ayuda de diez mujeres que se encargan de preparar la comida para que los pequeños pueden tener el almuerzo y la merienda todos los días. "Sólo dos días, desde que se abrió el comedor, no tuvimos nada para darles a los pequeños. Fueron momentos duros y tristes. Nos pusimos a llorar, pero juntamos fuerza y luchamos para que no se cierre", recordó Luisa Eugenia Lizárraga, una de las cocineras. Los asistentes al comedor tienen edades diversas. Van bebés, niños de diferentes edades y hasta ancianos que carecen de medios y se acercan a pedir ayuda. El número de visitantes fue aumentando con el paso del tiempo y obligó a Laura a voltear una pared que separaba el comedor con la cocina de su casa para poder tener un sector más amplio y albergar a todos los asistentes. El comedor está ubicado en la calle Ecuador 1535 del barrio Juan Pablo II, en la capital tucumana, una zona "peligrosa y de difícil acceso" según comentaron los propios vecinos a raíz de la proximidad de asentamientos marginales.
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