Hace un año, para esta fecha, el campo vivía un escenario tan caótico como el de la sociedad en general. Los mercados no operaban, se venían venir las retenciones y empezaban a generarse los primeros conflictos dentro de la cadena por el pago de las deudas de las campañas anteriores.
Sin crédito, los pronósticos de recortes en el área sembrada, desinversión y retorno a las peores épocas de fines del 80 presagiaban lo peor. De aquel escenario lleno de incertidumbre a la actual recuperación que muestran las economías del interior no pasó mucho tiempo pero sí mucha adrenalina.
El silobolsa, un desarrollo típicamente argentino, podría ubicarse muy probablemente como el símbolo de la pericia con la que los hombres de campo pilotearon el año más turbulento de la historia del último siglo.
No es un dato menor a la hora de poner en contexto el impacto que la devaluación tuvo en las exportaciones agropecuarias y, en la misma medida, en la estabilización de la economía argentina en el último semestre del año. Al fin y al cabo, son los agrodólares que diariamente ingresan al Banco Central (de hecho con una periodicidad que no se exige a otros rubros exportadores) los que permitieron ahogar los pronósticos de un dólar a precios de espanto y de una hiperinflación galopante.
Si hoy pocos discuten los beneficios que trajo el hecho de sembrar a un dólar de la convertibilidad y cosechar a un tipo de cambio más alto, está claro que es pecar de ignorancia atribuir a esta variable el desarrollo exportador del campo.
De hecho, el sector agropecuario fue siempre, y más en los últimos diez años, el principal tractor de divisas de la economía por efecto del fin de la convertibilidad. Y esto tiene que ver con un desarrollo tecnológico, de innovación e inversión que abarca a todos los rubros.
El silobolsa, la siembra directa, la agricultura de precisión, la logística de transporte, almacenamiento y embarque, la oferta de maquinaria de última generación, estaban antes de la devaluación y, en el mejor de los casos, permitieron pasar la etapa de incertidumbre del primer semestre del año y, luego, aprovechar la modificación cambiaria.
Pero además los empresarios del sector, y la red de organismo públicos y privados que los apoyan, fueron por más. Apenas asomaron los síntomas de una mayor liquidez, dispararon los proyectos de reinversión. Desde el reequipamiento que está provocando el boom de la industria de la maquinaria agrícola hasta las asociaciones para financiar el desarrollo de investigaciones sobre biotecnología, software o maquinarias.
Claro está que la salida de la crisis no fue fácil para el sector. Con la devaluación llegó la reimplantación de las retenciones, cuyo efecto sólo pudo ser morigerado a partir del aumento de los precios internacionales como consecuencia de los ajustados stocks a nivel mundial. El mercado de futuros, trabajosamente potenciado durante los últimos diez años, cayó presa de la incertidumbre normativa y de la economía de stock, o sea la preferencia de los productores por mantener la mercadería. Eso llevó a que, más que en otros años, el grano se convirtiera en la moneda de preferencia en el campo argentino, que movilizó no sólo la agroindustria sino la comercialización de bienes de distinto tipo ofrecidos al productor.
En aquellos días de crisis, la prueba más fuerte que tuvo que atravesar el complejo agropecuario fue el de los conflictos desatados hacia el interior de la cadena. Rota la pax de la convertibilidad, los contratos estallaron y el reacomodamiento fue traumático. Primero fue la pelea entre los productores y proveedores de insumos por la moneda de pago de las deudas viejas, diferencia zanjada compulsivamente por el gobierno al establecer una fórmula de cerealización. También la pelea entre productores y exportadores por el desdoblamiento del pago del IVA. Y de toda la cadena con el gobierno por las retenciones y la batería impositiva que sobre fin de año llegó desde el Ministerio de Economía.
Los mejores precios internacionales, la recuperación del segundo semestre y un panorama más estable permitieron a la agroindustria firmar la paz, protagonizando una nueva siembra récord, siempre con la soja desplazando al resto. Lo novedoso, o quizás no tanto, es que la campaña 2002/2003 fue autofinanciada enteramente por el sector, en ausencia de crédito bancario y a cuentagotas comercial. De contado y con granos, los productores se lanzaron a una nueva siembra asumiendo los riesgos climáticos de un año signado por El Niño.
Las exportaciones
Fuera del ámbito de la producción granaria pampeana, las economías regionales y los productos no tradicionales, respondieron a la mejora del tipo de cambio aumentando exponencialmente las exportaciones. El caso ejemplar es el de la miel, que pasó ya en los primeros meses de 2002 los cien millones de dólares de exportaciones al exterior.
Distinto es el caso del sector lácteo, que cumplirá un nuevo año de caída de la producción, aunque con un profundo cambio en el ciclo del negocio. Básicamente por el despegue de las exportaciones, que llegó a tal punto que las industrias colocan en el exterior el 50% del volumen producido. Sobre fin de año avanzaron las conversaciones para consensuar un plan de recuperación del sector, adelantándose a lo que prevé un importante faltante de leche para el primer trimestre de este año. Esa situación ya empezó a verse en el precio pagado por la materia prima.
El caso de la ganadería merece un capítulo aparte. El control sanitario de la aftosa permitió recuperar casi 60 mercados internacionales, luego de un año de ostracismo. El 2002 cerró, según las estimaciones preliminares, con exportaciones de 300 mil toneladas por unos 480/500 millones de dólares.
La recuperación de la sanidad ganadera permitió la rehabilitación, a partir de febrero pasado, del mercado de la Unión Europa demandante de la apreciada Cuota Hilton y de otros destinos igualmente importantes como Israel, Egipto, países del Caribe y más recientemente Rusia y Chile que volvieron a comprar en la segunda quincena de diciembre.
Los pronósticos más cautelosos indican que si se logra la reapertura de los Estados Unidos para mediados de 2003, el próximo año podrían crecer de un 25 a un 30 por ciento las exportaciones cárnicas.
Bajo el signo del dólar
Pero no todo lo que brilla es oro. El efecto de la devaluación en la economía del sector tiene mucho componente de ilusión. Principalmente, porque ya no se podrán vender al nuevo tipo de cambio productos sembrados con los costos de la convertibilidad. De hecho, ya en esta campaña se sintió la inflación sobre los principales insumos y no es de descartar que muchos costos sigan este año buscando recuperar posiciones.
El dólar será nuevamente la principal variable a tomar en cuenta. Pero esta vez, según la tendencia expresada en la última parte de 2002, la preocupación viene de la mano de la caída en el precio de la divisa. El director de estudios económicos de la Bolsa de Cereales de Buenos Aires, Jorge Ingaramo, alertó en un reciente trabajo sobre los efectos que podría tener un escenario de revaluación del peso en el poder de compra de los productores cuando tenga que encarar la próxima campaña. "la ventaja del dólar real alto es completamente pasajera y el sector deberá prepararse para un menor poder de compra, que debería ser compensado con rebajas impositivas, una baja tasa de interés en dólares y un aumento de las coberturas en el mercado a término", señaló.
En el año del terremoto, la estructura productiva y comercial del sector agropecuario fue puesta a prueba y modificada en algunos casos violentamente. Creció el negocio disponible en el sector agrícola y los productores hicieron de la retención una poderosa arma de negociación. A pesar de los pronósticos más agoreros, los niveles de inversión no fueron mucho menores a los de los 90, lo que es todo un síntoma de que, con un mínimo de estabilidad, la economía agropecuaria no debe necesariamente volver a los peores momentos de la década del 80.