Alberto Sierra
Con la suspensión del uno por ciento sobre las apuestas que se otorgaba a los propietarios de los caballos participantes en cada carrera, decidida por la diferentes entidades que manejan el turf de Buenos Aires, se abre un interrogante grande con respecto al futuro de la actividad. Como se sabe, ese porcentaje ayudaba y mucho a los dueños de los s.p.c. protagonistas, porque en definitiva cuanto más apuesta el publico a un animal, mas percibía su propietario. En otras palabras: el 1% favorece directamente al que está presente de manera contínua en las competencias y sirve de importante estímulo para quienes invierten en la actividad y deben hacer frente a los pagos de pensiones (alojamiento, alimentación, entrenamiento, atención veterinaria, herraje) y otros servicios de sus caballos, amortizando aunque sea en parte esos gastos. Con la baja de las recaudaciones, no solamente el hipódromo sufre económicamente. También lo propietarios han visto reducirse drásticamente sus ingresos del porcentaje que les correspondía. Es decir que se comparte la actual crisis económica en partes iguales. Por eso es que si bien se entiende perfectamente que los hipódromos deben tomar decisiones muy duras para preservar su funcionamiento -en ese sentido la reducción de sus gastos ha sido general- lo que merece una objeción es que precisamente sea quien sufre los mayores problemas tenga que ajustarse mas que nadie el cinturón: el propietario. Ya no se puede argumentar el tema de la ilusión o el hobby para ignorar lo que le está ocurriendo a un pilar de la hípica que ha sufrido un impresionante éxodo en los últimos años. Si se pudiera hacer un análisis sobre las causas del pico descendente en materia de apuestas, seguramente un alto porcentaje estaría dado por aquellos propietarios que apoyaban con mucho boletos a sus caballos y que hoy no están más. En el circulo económico-financiero del turf, el propietario es el que está más desprotegido, el que no tiene ninguna garantía de ingresos y el que mas aporta. El criador tiene un producto para vender, el profesional un servicio, el hipódromo su organización, incluso el público la opción de jugar o no según su bolsillo... ¿Y el dueño de un caballo? A partir de la compra, todo son gastos. No importa como le vaya en su actividad particular o si el caballo sea bueno, malo, esté sano o enfermo. A fin de mes tiene que poner la plata. Entonces parece por lo menos injusto tomarlo como medida de ajuste porque ya queda poco espacio para presionar. ¿Que pasaría si de pronto un 20 o 30% de los dueños de s.p.c. existentes decidieran escaparse del turf? ¿No seria muy perjudicial para la conformación de programaciones atrayentes en los hipódromos? Bajo la rueda de austeridad que campea en estos tiempos se debería preservar al propietario y defenderlo, estimularlo para que siga invirtiendo y no al revés. Los profesionales deben incluso ser lo más interesados en esto porque no podrían seguir con su trabajo sin ellos. La política de los hipódromos tiende a conseguir que mayor cantidad de público asista al espectáculo del turf y que más aficionados apuesten. Los criadores desean mayor cantidad de compradores para sus s.p.c.. Los entrenadores más dueños que les lleven caballos para entrenar. Todo se mueve alrededor del que invierte en un pura sangre, el punto como muchos sostienen. Pues entonces hay que cuidarlo y mimarlo, porque si se lo sigue presionando llegará un momento en que la mayoría dirá ¡basta! y así toda la estructura puede desmoronarse. Y queda muy poco espacio, casi nada, para evitar que esto suceda.
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